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26 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Delirio proaborto en la España sin niños

En lugar de fomentar la natalidad en un país que padece una catástrofe demográfica, el Gobierno «regresista» se obsesiona en promover el aborto

Actualizada 08:59

En Semana Santa me topé por La Coruña con un viejo amigo, al que no veía desde hacía largo tiempo. Él llevaba solo una semana en la ciudad, a la que había retornado tras vivir quince años en México. Para celebrar el reencuentro nos fuimos a soplar una caña por la calle de la Estrella, a la estupenda taberna A Mundiña. Cuando le pregunté qué tal llevaba el regreso, su respuesta me llamó la atención: «En los primeros días por aquí había algo que me chocaba muchísimo. En México cuando vas por la calle prácticamente solo ves gente joven. Aquí, en cambio, la mayoría somos viejos. Me entristece. Es algo malísimo para el futuro».
Con su comentario acababa de resumir perfectamente la catástrofe demográfica española, ignorada de manera lacerante por los sucesivos gobiernos de izquierda y derecha, que han descuidado por completo las ayudas a la natalidad y la familia.
La tasa de reemplazo que permite renovar la población de un país se sitúa en 2,1 hijos por mujer. Pues bien, en España no se alcanza esa cota desde hace ¡35 años! Hoy estamos por debajo de 1,3 hijos por mujer y la edad media del primer parto de las españolas se sitúa en los 32 años. El resultado es que somos uno de los países donde nacen menos niños y, por lo tanto, uno de los más envejecidos del mundo. En la España actual solo hay 7 millones de personas entre los 14 y los 24 años, cuando en 1995 todavía había más de 10 millones. La edad media en nuestro país es de 43,1 años, pero en regiones como Asturias y Galicia ya se va acercando a los 50 (y además muchísimos jóvenes cualificados se van a estudiar a Madrid y jamás vuelven, es decir: allí no hay futuro).
Nuestro tétrico panorama demográfico tendrá efectos demoledores. Un país de viejos pierde empuje, creatividad y alegría y además sufrirá severísimos problemas para mantener su sistema de seguridad social. Curiosamente se habla mucho de la «España vaciada», pero casi nada de las cunas vacías que provocan esos desiertos poblacionales.
¿Por qué no tenemos más hijos? Pues porque los jóvenes se van muy tarde de casa de sus padres –como media se emancipan a los 30 años, frente a los 23 de Francia–, porque nos hemos reblandecido y ya no queremos responsabilidades, porque existe un serio problema para acceder a una vivienda en las ciudades más pujantes, e incluso por el influjo de un nuevo feminismo histérico, que rechaza la natalidad con la tesis de que los hijos atan a la mujer.
Con las cifras demográficas actuales, España va de cráneo. Pero ningún Gobierno de los últimos treinta años ha situado esta cuestión medular entre sus prioridades. En lugar de impulsar un gran plan de choque a favor de la natalidad, hoy nos encontramos con un Gobierno entusiasmado con fomentar el aborto, fascinado con la subcultura de la muerte. La liquidación de una vida, que supone el fracaso más absoluto de una persona y una sociedad, se presenta absurdamente como un magnífico «derecho» y «avance social» que hay que proteger. En algunos casos, como el de la energúmena ministra de Igualdad, incluso se ve como una práctica salutífera que urge promocionar desde el Estado, hasta el extremo de pretender coartar a los médicos objetores con listas negras. Y luego hablan de «fascismo»...
La incongruencia es absoluta. Un Gobierno que esta semana lanzaba con grandes alharacas un teléfono para prevenir suicidios y salvar vidas, al tiempo quiere dar una nueva vuelta de tuerca a favor del aborto, práctica que aunque nos cueste expresarlo en sus puros términos consiste en matar a un embrión humano o a un feto aspirándolo o mediante una punción. Paradójico también que un Gobierno que se presenta como adalid de lo que llama «salud mental» pretenda que las niñas de 16 años puedan abortar sin permiso paterno. ¿De verdad creen que un trauma así no va a dejar serias secuelas psicológicas a esas chicas?
Estoy seguro de que la humanidad del futuro se asombrará al recordar que en nuestra época fuimos capaces de normalizar y hasta promocionar una salvajada como el aborto (del mismo modo que hoy consideramos despiadadas las ofrendas humanas de los indígenas americanos, el pasatiempo romano de ver cómo las fieras despedazaban a personas en el circo, o las quemas de herejes). Ahí fuera, lejos de la burbuja «híper progresista» española, ha comenzado en varios países una rotunda campaña por el derecho a la vida, que es la base de todo lo demás.
En España se registran cada año casi cien mil abortos, la población de la ciudad de Santiago (en 2013, gobernando Rajoy, fueron 108.000). Una auténtica tragedia, que para más inri sucede en un país donde no nacen niños. Pero en lugar de poner todos los medios para mitigar esa derrota de todos, el actual Gobierno, que en mayúsculo sarcasmo se autodefine como «progresista», propone que se vaya a más. Por su parte, el aspirante con opciones de derrotar a Sánchez escurre el bulto y evita mojarse sobre este drama moral, no vaya a ser que le reste votos por el flanco izquierdo.
No es un debate religioso (o no es solo un debate religioso). Tampoco debería ser un tema de banderías políticas. Se trata de un asunto de sentido común –vean una ecografía con detenimiento– y de elemental conciencia.
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