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19 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

El furor del converso

Francamente, si venir a España en el contexto de una cumbre con la asistencia de 44 delegaciones es un hito histórico de la relación bilateral, supongo que cuando Aznar ponía los pies encima de la mesa del rancho de Bush debía de ser un hito sideral

Actualizada 01:55

Me conmueve ver el entusiasmo con el que la izquierda apoya ahora a la OTAN. Más vale tarde que nunca, pero qué largo ha sido el camino hasta llegar aquí. Probablemente la mayoría de esos jóvenes de izquierdas –bastantes pocos– que fueron el pasado domingo a la manifestación contra la cumbre de la OTAN en Madrid no sabían que cuando el Gobierno de la Unión de Centro Democrático presidido por Leopoldo Calvo-Sotelo integró a España en la OTAN, el PSOE llenó las calles de manifestantes contra esa «violación de la soberanía nacional». Se colmó España de pancartas con el lema «OTAN, de entrada, no» y se prometió en la campaña electoral de 1982 que si el PSOE gobernaba se celebraría un referendo para que el pueblo español pudiera sacar a España de la OTAN. Felipe González logró la mayor mayoría parlamentaria que se ha logrado hasta la fecha en nuestra actual democracia: 202 diputados sobre un total de 350. Y así, con las manos libres, no tenía más remedio que cumplir su promesa de convocar un referendo sobre la permanencia en la OTAN. Y para entonces ya era consciente de su inmenso error al defender la salida de la Alianza Atlántica –nombre con el que se rebautizó en España a la OTAN para facilitar la venta del producto ante los muchos remisos–.
Cuando llegó la hora de que el PSOE se convirtiese en partidario de permanecer en la OTAN corrió por España la chanza que alargaba el lema del PSOE y que pasaba de se «OTAN, de entrada, no» a tener el añadido de «…Y de salida, tampoco». Aquello fue una campaña disparatada en la que el Partido Comunista encontró una gran baza que jugar porque el PSOE le había abonado el terreno y la Alianza Popular de Manuel Fraga estaba completamente perdida apoyando el voto por la abstención, pues no aceptaba un voto a favor que hubiera supuesto una gran victoria para Felipe González. Aquella posición de Fraga rompió todos sus puentes con Margaret Thatcher, que nunca entendió la actitud de la derecha española.
Aquellos jóvenes del PSOE habían hecho una reconversión tan radical que Javier Solana pasó de manifestarse gritando «OTAN, no; bases fuera» en 1981 a ser secretario general de la OTAN en 1996 gracias a Bill Clinton. El furor del converso es difícilmente superable. El 26 de febrero de 1999 Javier Solana, como máximo jefe de la OTAN, visitó ABC –el ABC de los Luca de Tena, no lo que hay ahora– para pedir el apoyo editorial del diario en un momento muy difícil. Tenía que bombardear Serbia por sus intervenciones armadas en Kosovo. Pero no tenía el respaldo de la ONU y rogaba el apoyo editorial de ABC a una intervención sin mandato del Consejo de Seguridad. Lo recibió el director del periódico, Paco Giménez-Alemán, acompañado por el arriba firmante. Solana venía con su ayudante Cristina Gallach, que con Sánchez llegaría a ser secretaria de Estado de Asuntos Exteriores, Iberoamérica y el Caribe y hogaño descansa como comisionada para la Alianza por la Nueva Economía de la Lengua, con rango (y sueldo) de subsecretaria. Casi nada. Huelga decir que Solana, es decir, la OTAN, obtuvo el respaldo de ABC.
No está de menos ver que algunos izquierdistas de vez en cuando dan un giro en la dirección correcta. En el caso del PSOE han sido muchos. Pero lo verdaderamente deprimente es constatar cómo en esta hora esa evolución queda cortocircuitada por la única prioridad válida: hay que hacer lo que sea para sostener a Pedro Sánchez. Y Sánchez tuvo ayer por la tarde una intervención ante la prensa en Moncloa, en presencia de Biden, en la que daba la impresión de que no había dos países con una relación más estrecha que Estados Unidos y España y describió cómo la relación bilateral tenía un hito histórico en este encuentro en el contexto de la Cumbre de la OTAN.
Francamente, si venir a España en el contexto de una cumbre con la asistencia de 44 delegaciones es un hito histórico de la relación bilateral, supongo que cuando Aznar ponía los pies encima de la mesa del rancho de Bush debía de ser un hito sideral.
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