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28 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

«Nada será igual tras la pandemia»

Todo tipo de gurús se aburrieron de repetir ese mantra durante los confinamientos, pero al final todo sigue parecido (o peor)

Actualizada 13:11

Durante la pandemia aceptamos un insólito encierro forzoso en nuestros hogares, que no se había dado en Europa ni en lo más crudo de la gripe de 1918, ni durante la Segunda Guerra Mundial. Hubo mucho tiempo para la introspección, para pararse a pensar un poco. Surgieron entonces todo tipo de augures, desde economistas a filósofos, pasando por los inefables «todólogos» de las tertulias, que repetían ad infinitum la misma idea: «Nada será igual tras la pandemia». Ensayistas y tertulianos se pusieron estupendos y comenzaron a divisar un comportamiento distinto y mejor tras las lecciones de la covid. Comenzaría «un nuevo ciclo histórico», en el que «la humanidad ya no será la misma». «Vivimos una crisis sistémica que nos obligará a cambiar», se decía.
Recopilo algunas de las profecías que nos regalaban en aquellos días los más eminentes pensadores (y muchos cantamañanas con ganas de micro). Uno de los topicazos más repetidos era aquello de «el teletrabajo ha venido para quedarse». Pues no. Las empresas y la Administración ya están dando marcha atrás: todos a la oficina. Sin la interacción en persona no se logran idénticos resultados. «Las grandes ciudades perderán habitantes y los lugares vacíos volverán a colonizarse». Tampoco. Es cierto que se han vendido algunas casas más en la periferia campestre de las grandes urbes. Pero las ciudades mamotreto, con sus oportunidades económicas y de ocio, siguen siendo imanes de atracción imparables.
«Se apreciarán más las relaciones personales y habrá nuevos valores». En este aserto se ha confundido la esperanza con la experiencia, que diría Samuel Johnson. El ser humano no cambia. No acaban de verse por ningún lado esos serafines de la era poscovid que anunciaban las profecías. Seguimos como siempre. Somos criaturas falibles, buenos a ratos y un poco cabroncetes en otros.
«Los abuelos volverán a casa y recuperaremos los afectos». Ojalá. Pero no. La realidad es que siguen ganando enteros la subcultura de la muerte y del descarte. También el aparcamiento de abuelos en residencias, porque «no tenemos tiempo para cuidarlos» (y además somos egoístas y tampoco estamos dispuestos).
«Volver a las compras y a la cultura de los bares y los viajes no resultará sencillo». Pues mucho me temo que sí lo ha sido: las tascas están petadas, los aeropuertos abarrotados y se ha producido un éxodo vacacional al estilo de los días previos a la pandemia, aunque tal vez con menos días, debido al rejonazo de la inflación.
«Habrá menos actividades multitudinarias e incluso menos ruido». Falso también. Lo primero que hemos hecho en cuanto nos han quitado el bozal es lanzarnos a los conciertos mogollónicos y a recuperar las farras masivas.
«La sociedad saliente tomará conciencia de su interdependencia y será más pacífica». Tampoco. Nada más aflojar la pandemia comenzó una guerra estúpida y cruel en Ucrania, que este otoño hará tiritar a toda Europa.
Por último, se anunció que la UE volvería a recuperar su pulso fabril y reduciría su dependencia de China. Ha sido exactamente revés. El país exportador de la covid va mejor que nosotros; que continuamos comprándoles el grueso de los artículos manufacturados que consumimos, mientras espían y roban los secretos industriales de nuestras empresas y hasta nos toman el pelo con las cifras de la pandemia en su país y el origen del virus.
Sin duda el mundo va a dar un vuelco en breve. Viviremos el imperio de la robotización y la Inteligencia Artificial, que al principio volteará el mercado laboral. Asistiremos a la llegada de la fusión nuclear, el sueño de la energía limpia e ilimitada, que liquidará el chantaje de los sátrapas con las materias primas. La medicina dará un salto inmenso, que mejorará nuestra existencia y ampliará nuestra esperanza de vida. Pero el bicho, el ser humano, seguirá siendo el mismo, porque lo único que de verdad puede cambiarlo es la reconversión moral, mirar un poco a Dios. Y ahí vamos exactamente al revés de lo deseable.
En pleno pico de la covid, al novelista francés Houellebecq, loco cuerdísimo, le preguntaron: ¿Cómo saldremos de la pandemia? «Igual, pero peor», contestó. Tal cual.
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