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23 de abril de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Crítica de la estupidez pura y práctica

La inteligencia es la excepción. Por ello hay que celebrarla, pero no ensañarse con quien apenas la vislumbra

Actualizada 01:30

Jean-François Revel comenzaba uno de sus ensayos con la afirmación de que la principal fuerza que mueve al mundo es la mentira. También se podría afirmar que es la estupidez, porque es más omniabarcante, ya que ella incluye, como una de sus formas, a la mentira. Como en el caso del pecado, hay que combatir la estupidez y respetar y perdonar, incluso amar, a quien la comete. Se puede perpetrar una estupidez sin ser sustancialmente estúpido. El estúpido suele serlo a ratos y a la ligera, como por descuido. Es muy inusual el caso de la estupidez perenne, a tiempo completo. Pero hay casos. Existen estupideces que imprimen carácter, y estúpidos vocacionales y a tiempo completo. En cualquier caso, denunciar la estupidez no significa insultar ni faltar al respeto a quien la comete. Es más bien una obra de misericordia. Además, es sensato recordar que la inteligencia es bien escaso y más bien ocasional. El inteligente lo es de vez en cuando y sobre un fondo general de simpleza y necedad. La inteligencia es la excepción. Por ello hay que celebrarla, pero no ensañarse con quien apenas la vislumbra.
Veamos algunos ejemplos sin ánimo de exhaustividad y sólo para corroborar la teoría. La Organización Mundial de la Salud asegura que existen más de dos sexos, pero no precisa cuántos. No dudamos de la buena voluntad de quienes profieren tamaña estupidez, pero sólo hay dos sexos. La estupidez incrementa su nivel cuando apela a la «evidencia científica», pero ésta no hace sino corroborar el sexo binario. No hace falta recurrir a la Biblia. Eso no impide que puedan existir situaciones excepcionales derivadas de anomalías endocrinas o genéticas, pero sexos no hay más que dos. Es evidente que esto no significa que todos los dirigentes de la OMS sean estúpidos; sólo que han podido tener un mal momento, un ataque de estupidez dentro de un proceso normal de sensatez. ¿Quién no tiene un mal momento?
Otro ejemplo. El Gobierno padece un síndrome populista y se lanza al incremento de los impuestos y, en lugar de gobernar, insta a los comerciantes y a los ciudadanos a que actúen de una determinada manera. Y la inflación crece. Y pocos recuerdan la gravedad de la inflación, que roba más que la imposición excesiva. Y el necio no escucha al inteligente. Stefan Zweig escribe en El mundo de ayer: «Nada envenenó tanto al pueblo alemán –conviene tenerlo presente siempre en la memoria–, nada encendió tanto su odio y lo maduró tanto para el advenimiento de Hitler como la inflación». Pero el Gobierno no ataca la inflación, sino a los ricos y poderosos. Mas no nos gobiernan estúpidos, sino inteligentes en sus peores horas.
Dejo para el final una estupidez moral, acaso la peor de todas. Defensores del derecho al aborto protestaron hace unos años contra la emisión en la televisión francesa de un anuncio, titulado «Querida futura mamá», en el que aparecían varios niños y adolescentes con síndrome de Down que se mostraban abrazando y besando a sus madres con expresión de esperanza y felicidad. No voy a entrar en el análisis del reciente auto del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que ha traído a la actualidad este caso. Los niños con síndrome de Down no pueden ser felices y si lo son no pueden exhibir su felicidad. Aunque no lo fueran en general, no sería lícito proscribir su eventual felicidad ni su derecho a la vida. Y uno sospecha, acaso aventuradamente, que no es fácil admitir la felicidad del niño con síndrome de Down y, a la vez, considerar que se trata de un supuesto de aborto legítimo. No debe de ser agradable contemplar el rostro feliz de alguien para quien defiende que existe un derecho a eliminar su vida durante la gestación.
La lucha contra la necedad es tarea benemérita e inacabable.
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