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20 de abril de 2024

GaleanaEdurne Uriarte

Por qué la izquierda evita decir hiyab

Para la izquierda europea, el hiyab es un símbolo de identidad que debemos respetar. Llevan diciéndolo muchos años, y ni siquiera la revolución de las mujeres iraníes les ha hecho retroceder un solo milímetro en su defensa de un símbolo de opresión

Actualizada 01:30

Cuando en Irán la dictadura persigue, encarcela y mata a las mujeres por negarse a cubrir el pelo con el hiyab, en Europa conceden el Nobel de literatura a Annie Ernaux, ardiente defensora del hiyab, por ser, dice, «la reivindicación de la identidad, el orgullo de los humillados» (así lo escribió en 2019 en el periódico Libération). También en Francia, un alcalde de izquierdas permitió en la primavera pasada vestir burkini en las piscinas de Grenoble, porque, dijo, las mujeres tienen que tener derecho a bañarse como quieran, en burkini o en topless, igual de libre y democrático, según este alcalde. Claro que ya le precedió Mónica Oltra, insigne referencia de la igualdad, que comparó el hiyab con ir maquilladas o llevar tacones.
Mientras tanto, Pedro Sánchez, el campeón del feminismo, ha tardado cinco minutos en condenar las vulgaridades de un grupo de estudiantes, pero varias semanas en decir una sola palabra sobre la represión de las mujeres en Irán. Y, atención, lo mismo que Irene Montero y toda la izquierda, evitando decir hiyab. Porque, para la izquierda europea, el hiyab es un símbolo de identidad que debemos respetar. Llevan diciéndolo muchos años, y ni siquiera la revolución de las mujeres iraníes les ha hecho retroceder un solo milímetro en su defensa de un símbolo de opresión.
Hace unos meses, Irene Montero argumentó a favor del hiyab que no por prohibirlo las mujeres van a dejar de querer llevarlo, razón según la cual deberíamos eliminar todas las prohibiciones, incluida la ablación del clítoris, porque sigue habiendo mujeres que quieren practicar esta barbarie a sus hijas. Es una discusión absurda desde el punto de vista democrático y liberal, que me recuerda a los debates que tenía de estudiante con los compañeros que defendían «los avances y la democracia» de los regímenes comunistas. Lo tremendo es que lo siguen defendiendo, lo mismo que el feminismo de izquierdas persiste en la retrógrada idea de que el hiyab es identidad y no opresión. Es parte de su idea del multiculturalismo, se acepta y promueve todo, incluidos los símbolos represivos, y todo fanatismo identitario es bienvenido, al menos mientras sea de izquierdas o nacionalista.
En ese contexto, también equiparan el hiyab con cualquier símbolo religioso, y hacen como en Francia, que lo prohíben en la escuela junto a todos los símbolos religiosos, apelando a la laicidad. Con el otro argumento absurdo de que el hiyab es como la cruz y hay que prohibir ambos igualmente, lo que elimina del hiyab todo mensaje antiigualitario y lo convierte en un símbolo religioso. Algo que no solo ataca a las demás religiones, sino también al propio islam, al que se presenta inevitablemente unido a la discriminación de las mujeres.
Y toda esta insostenible manipulación, porque la izquierda confunde identidad con libertad. La desaparecida socióloga marroquí Fatema Mernissi explicó así en su brillante libro El harén en Occidente por qué el hiyab es opresión: «Los hombres tienen que mantener su monopolio de las calles y parlamentos, de modo que las mujeres deben llevar el velo cuando entran en esos ámbitos, para demostrar que no les pertenecen. El asunto del velo es una cuestión política. Al salir a la calle, la mujer tapada con velo demuestra estar de acuerdo con ser una sombra mientras se encuentre en un espacio público».
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