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19 de abril de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

El maestro ciruela

Nos hemos librado de su magisterio de odio y resentimiento

Actualizada 01:25

No es que la profesión de periodista haya estado sobrada nunca de corporativismo y compañerismo. Bien al contrario, es un oficio cainita e insolidario donde los haya, probablemente por su cercanía a las élites y a los poderes públicos, especialmente a los políticos. Sin generalizar porque sigue habiendo profesionales de toda condición que, como Kapuscinky manda, son buenas y honradas personas, en nuestro oficio el perro no solo come carne de perro, sino que la engulle como un tragaldabas. Pero aquí, como en tantos ámbitos de nuestra vida colectiva, desde la llegada de Podemos hemos ido a peor. No es casualidad que Pablo Iglesias le pidiera a Pedro Sánchez en su primera intentona de coalición dirigir RTVE y que haya convertido a los medios de comunicación en su freudiana obsesión estatalizadora.
He compartido platós de televisión con él en los que se ha permitido estabular a los periodistas en función de nuestra cercanía a su ideología. Sobra decir que tanto yo como otros compañeros éramos estigmatizados como esbirros de medios fascistas, que debían ser cerrados. Afortunadamente, los medios para los que he trabajado, ahora felizmente en El Debate, no solo no han sido chapados sino que han nacido pletóricos de vida y gozan de una excelente salud, como el que ustedes están leyendo ahora. Mejor que la del fracasado Iglesias, que se presentó a las elecciones madrileñas hace un año largo y de seis candidatos quedó el quinto, justicia poética que le costó la carrera política.
Pero lejos de aprender que los españoles no le pueden ver ni en pintura, él sigue erre que erre con un podcast, que le pagan independentistas catalanes, donde insulta a diestro y siniestro (solo se salvan los periodistas que le hacen la rosca y los medios que le abonan la nómina). Pontifica sobre la independencia del Periodismo, el mismo sujeto que consiguió visibilidad gracias a que muchos de ellos le encumbraron aun sabiendo que sembraba de hiel cada plató que pisaba y su programa político había llevado a la ruina a Cuba, Venezuela y todo el telón de acero. Ahora, tan desagradecido él, insulta a esos mismos compañeros que le apoyaron. Pero como va de fracaso en fracaso, ya ni su carrera académica se salva del esperpento. En el concurso de méritos para ser profesor de ¡Periodismo! en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense en la que estudiamos la mayor parte de los profesionales que trabajamos en Madrid, ha quedado cuarto de siete aspirantes, tumbado entre otros por una presentadora de un talk show de televisión, más preparada que él incluso dormida. Sus años de bocachancla en La Tuerka o For Apache, con resabios del régimen iraní, no le han dado ni un punto en experiencia profesional.
La osadía de este maestro ciruela, que no ha conseguido ni un solo puesto solvente desde que dejó la vicepresidencia del Gobierno de España, le lleva a dar lecciones a periodistas que llevan décadas currando en la calle, encaneciendo en las redacciones sin hora de salida, sufriendo la precariedad del oficio con sueldos de miseria y padeciendo una crisis estructural que ha puesto en la calle a miles de brillantísimos profesionales. Emborrachado de su inabarcable ego, se ha creído que con sus ocurrencias y sectarismo, que ya le sirvieron para radicalizar las aulas de la Facultad de Políticas (¿cuándo viralizamos lo que allí ocurre?), iba a engañar al tribunal que lo ha despachado con un cuatro de puntuación. Nos hemos librado de su magisterio de odio y resentimiento. Pero voy a hacer un ejercicio de imaginación. De haber aprobado el concurso de méritos, en su primera docta clase en las aulas en las que estudié seguro que hubiera impartido una disciplina académica que maneja bien: cómo azotar a una periodista hasta que sangre.
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