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02 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

La corrupción gana elecciones

El escenario político es para echarse a temblar, pero a mí me preocupa mucho más cómo es posible que el pueblo devuelva el poder, aunque sea por la mínima, a un político tan profundamente corrupto. Algo falla en nuestra democracia

Actualizada 01:30

La hipocresía y la doble moral de la izquierda mediática siguen imponiéndose en el análisis de la realidad que nos ocupa. La campaña tendenciosa y el análisis sesgado de los resultados en las elecciones de Brasil a los que tanto contribuyeron los medios se explican por una encuesta de la Universidad de Santa Catarina, una entidad pública que se encuentra en la ciudad de Florianópolis, en el Estado de Santa Catarina, Brasil. Según el estudio de esa universidad, el 52 por ciento de los periodistas brasileños se consideran de izquierda. Lo que sería razonable si el 48 por ciento restante se consideraran de derecha y se parecería mucho al resultado de las elecciones presidenciales del pasado domingo. El problema es que a ese 52 por ciento hay que sumar un 26 por ciento que se declara de centro izquierda y un 2 por ciento que dice ser de extrema izquierda: total un 80 por ciento. Y para que todo sea todavía más distorsionado, sólo el 2,5 por ciento se declara de centro derecha y el 1,4 por ciento de derecha. Ni el 4 por ciento en total.
Como es lógico por la dimensión del país, todos los medios de comunicación resaltaban ayer la victoria de Lula en Brasil y su vuelta al poder. Pero prácticamente ninguno destacaba que era la vuelta de un político condenado a prisión en 2017 por varios casos corrupción de los que nunca ha sido absuelto. Se le excarceló por un tecnicismo, pero jamás fue exonerado de culpa. Antes de verse obligado a ceder el poder en 2016 por la corrupción también de la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, el Partido de los Trabajadores (PT) organizó la trama de corrupción más grande en la historia de Iberoamérica en la que se empleó para cimentar el poder del PT a la petrolera estatal Petrobras, un sucio sistema de blanqueo de dinero conocido como Lava Jato y a la constructora Odebrecht que fue financiando campañas de políticos izquierdistas por toda Iberoamérica, a cambio de inmensos contratos para la compañía cuando esos políticos alcanzaban el poder.
El dirigente más notable al que alcanzó toda esa corrupción, el líder histórico del partido que puso esa trama en marcha, se llama Luiz Inácio da Silva y es universalmente conocido como Lula. Nadie le señala ahora como un hombre profundamente corrompido que va a estar al mando en un país en que la economía española, nuestros grandes bancos y corporaciones, se juegan muchísimo.
En los dos últimos años del PT en el poder con Rousseff, la economía se contrajo un 3,5 por ciento en 2015 y un 3,3 por ciento en 2016. En los cuatro años de Presidencia de Jair Bolsonaro, dos han sido de pandemia con graves consecuencias para la economía. Aún así tuvo el año pasado un crecimiento del 4,6 por ciento, fruto de una reforma fiscal y una desregulación. Durante la pandemia gastó mucho en ayudas sociales y eso hubo que compensarlo después recortando el crecimiento de esas ayudas, o el crecimiento del número de funcionarios.
La realidad es que con unos medios centrados exclusivamente en las políticas de corte conservador en materias morales y ninguneando los éxitos económicos del presidente, era lógico que al final se impusiera el candidato de la izquierda, cuyo paso por prisión sólo se mencionaba de manera tangencial para presentarlo como un mártir, jamás como el delincuente condenado que fue. Ahora, el Foro de Sao Paulo, una agrupación sin estructura, que reúne a toda la ultraizquierda de Iberoamérica con la concurrencia de Podemos, gobierna prácticamente todo el subcontinente, con las únicas excepciones relevantes de Ecuador, Uruguay y Paraguay. Y el gran promotor de ese Foro fue Lula.
El escenario político es para echarse a temblar, pero a mí me preocupa mucho más cómo es posible que el pueblo devuelva el poder, aunque sea por la mínima, a un político tan profundamente corrupto. Algo falla en nuestra democracia.
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