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27 de abril de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Despotismo de género

Ahora se pretende que el género es mera construcción social y que cada uno tiene el sexo que desea

Actualizada 01:30

El «Proyecto de Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI» constituye otro paso del Gobierno en su plan para apoderarse de las conciencias de los ciudadanos y decidir sobre el bien y el mal. La denominación revela su indigencia, aunque esto es lo de menos. El título de una ley no debería incluir la apócope coloquial «trans», sino el término «transexuales» o «transgénero», por no hablar de la larga sigla. Pero ahora legislan los colegas.
Es una iniciativa deplorable que es urgente detener y, si no es posible, más adelante derogar. Entre otros males, ignora la realidad científica, vulnera los derechos de los padres, provocará graves riesgos para la salud sin contar con el criterio de los profesionales de la Sanidad, impone lo que es legal expresar sobre la materia (por suerte todavía uno puede pensar lo que le parezca correcto), incrementará el sufrimiento de las personas transexuales y transforma la comprensión antropológica que la humanidad tiene de sí misma.
El PSOE se encuentra dividido entre quienes desean plegarse a la imposición de Podemos para seguir en el poder, quienes temen el coste electoral de aprobar una ley descabellada y quienes se oponen por convicción.
Cuando el hombre se aleja de la naturaleza, todo empieza a tambalearse. Ahora se pretende que el género es mera construcción social y que cada uno tiene el sexo que desea. Así lo establece el proyecto: «Toda persona tiene derecho a construir para sí una autodefinición con respecto a su cuerpo, sexo, género, orientación sexual, identidad de género y expresiones de género». Suprimido Dios, la voluntad humana deviene omnipotente. Por mi parte, no recuerdo haber percibido nunca en mi sexo, género y orientación sexual nada derivado de una autodefinición construida. Debo de tener escasa imaginación.
Esta idea sobre el sexo (suponiendo que de una idea se trate) ignora los resultados de la ciencia biológica que reconoce que, en la especie humana, como en todos los mamíferos superiores y otras muchas especies, existen dos sexos y sólo dos: macho y hembra. Luego existen algunas anomalías en unos pocos casos. A las personas que las presentan hay que cuidar, ayudar y respetar. Para los refractarios al Diccionario de la Real Academia recordaré que anomalía es «la discrepancia de una regla o un uso». La biología se eclipsa. Debe de ser también una construcción que se autodefine. La consecuencia es que un menor puede solicitar la rectificación registral de su sexo, naturalmente sin informe médico ni psicológico. Y hablando de menores, es este uno de los aspectos más nocivos del proyecto de ley. Los menores, desde el comienzo de la pubertad, pueden decidir someterse a tratamientos hormonales, en muchos casos con efectos irreversibles, irreversibles sin el consentimiento de sus padres. Asociaciones de padres con hijos en esta situación se enfrentan indignados a esta medida. En realidad, parece tratarse más bien de una ley para el fomento de la transexualidad.
El sector ilustrado del feminismo, acaso minoritario, ha salido al paso indignado ante este desafuero que literalmente reduce el feminismo a la nada. Pues, ¿qué reivindicación feminista tiene sentido si el ser varón o mujer depende de la pura voluntad del sujeto autodefinido? Uno puede pasar de varón a mujer y viceversa, como el que se cambia de acera. ¿Qué es ser mujer? Una autodefinición, una construcción, un acto de voluntad, una quimera…
Como proyecto totalitario que es anega todos los ámbitos de la vida pública: deportivo, educativo, sanitario, laboral...
Toda ley puede basarse en ciertos principios ideológicos, pero esta pretende imponer a toda sociedad una ideología probablemente minoritaria, un despotismo de género.
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