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27 de abril de 2024

El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Putin: el forajido y sus clientes

Putin es el proveedor de aquello en lo que Europa es más indigente: energía. Y no sólo los altos dirigentes políticos alemanes han estado a sueldo de la gasística rusa Gazprom en los últimos decenios. La corrupción rusa tuvo sus filiales en la UE

Actualizada 01:30

¿Es Vladímir Putin un criminal de guerra? Eso sólo su juicio y sentencia por la Corte Penal Internacional de la Haya podrá establecerlo de un modo legítimo. Indicios, los hay más que de sobra. Y pruebas. Es lo que fundamenta la orden internacional de arresto que esa instancia penal dictó la semana pasada contra el dictador ruso, como «presunto responsable del crimen de guerra de deportación ilegal de población [niños] y del traslado ilegal de población [niños] de las áreas ocupadas de Ucrania a la Federación Rusa».
A la espera de su entrega –voluntaria o no– en manos de los jueces, eso hace del presidente ruso, técnicamente, un forajido. Los países que firmaron, en 1988, el tratado constituyente de Roma están legalmente obligados a arrestarlo y ponerlo a la disposición de la Corte de La Haya, desde el momento en que el presunto delincuente pusiere pie en sus territorios. Y, pese a las reticencias opuestas en su día por los Estados Unidos, Israel y China, esa norma obliga a la casi totalidad de los países civilizados. Para empezar, a los europeos. Las áreas vacacionales de Vladímir Putin van a quedar, a partir de ahora, tan recortadas como quedaron las de los serbios Milosevic, Mladic o Karadzic, las del bosnio Naser Oric, las del bosniocroata Timor Blaskic; tan angostas como las de Kambanda, Bagosora y sus artistas de la decapitación en Ruanda… Está bien que el nombre de Vladímir Putin quede unido al de tantos benefactores del planeta. Eso, al menos, queda.
¿Indicios criminales? Es muy poco decir «indicios». Oscilan, como es siempre el caso en violaciones de guerra, las cifras de los niños secuestrados por Rusia en los territorios ucranianos que ocupa su ejército. Entre 6.000 y 16.000 menores fueron arrebatados a sus familias para ser recluidos en campos de reeducación y trabajo. Y entregados, posteriormente, en adopción forzada a patriotas rusos irreprochables. Todo ello, en medio del caos de un desplazamiento masivo de la población civil que habitaba esos territorios, hoy declarados rusos por Putin. Las cifras que Moscú da sobre los desplazados hablan vagamente de millones.
No merece, desde luego, Putin mejor destino que Mladic, que Karadzic, que Bagosora o Kambanda. Hay una diferencia, sin embargo: ni los genocidas de Serbia, ni los de Croacia y Bosnia pintaban económicamente nada para Europa. De los macheteros ruandeses, ni hablo. Pero Putin es el proveedor de aquello en lo que Europa es más indigente: energía. Y no sólo los altos dirigentes políticos alemanes han estado a sueldo de la gasística rusa Gazprom en los últimos decenios. La corrupción rusa tuvo sus filiales en la UE.
No sé si alguien recordará aún la anécdota. A mí me ha venido, estos días, a la memoria. Fue hace un puñado de años. Un periodista pregunta a la Secretaria de Estado Hillary Clinton qué medidas va tomar su gobierno contra la represión política en China. Y ella –brillante como siempre– responde: «hombre, a nadie se le va a ocurrir enfadarse con su banquero». Con su proveedor de gas, tampoco.
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