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05 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

«Que la tierra te sea leve»

Frases un poco tontolabas para no encarar el hecho de que sin Dios la vida se convierte en una carrera efímera rumbo a un horroroso vacío

Actualizada 14:11

Hay gente para todo. El Population Reference Bureau, una organización de Washington, se dedica a calcular cuántas personas viven y han vivido en el planeta. Su estimación es que antes que nosotros han existido 107.000 millones de seres humanos. Lo que les lleva a concluir que por cada uno de los que hoy respiramos hay quince fiambres detrás. El Population Bureau calcula que en 2050 habrán existido 113.000 millones de seres humanos. Es decir, aunque con frecuencia nos creemos el ombligo del mundo, somos –y todos, del primero al último– una levísima insignificancia infinitesimal, unos bichitos invisibles perdidos en un pequeño planeta de una de las cien mil millones de galaxias que se cree que flotan ahí fuera. Es decir: si no existe Dios para darnos un sentido, nos quedamos en un chiste dadaísta de humor del absurdo, que además siempre acabaría mal, en el aterrador vacío de la muerte.
En los días juveniles del esplendor en la hierba el tiempo corre lento, nos parece eterno. Pero con los años, nuestras vidas aceleran y nos vamos percatando de que esto es un suspiro, como evocaba Sinatra en aquella melancólica tonada, «It was a very good year». A medida que al calendario del futuro le van quedando menos hojas, a todos se nos va haciendo más patente lo que comentaba poéticamente el Libro del Eclesiastés, escrito tal vez tres siglos antes de Cristo: «Reflexioné sobre todo lo que ha conseguido el hombre en la tierra y concluí: todo lo que ha logrado es fútil, como cazar el viento».
Esta semana se ha muerto a los 82 años una conocida y meritoria periodista de la televisión, María Teresa Campos, maestra a la hora de crear una cierta sensación de intimidad en las entrevistas-espectáculo. Su fallecimiento ha copado las emisiones. Pero más allá de su familia y amigos, nadie la recordará en un par de años (o antes). El periodismo es espuma de cerveza. Nada envejece más rápido. Y sin embargo, los periodistas, como cada persona que pasa por la tierra, fabulamos con pensar que algo quedará de nosotros. Todos fantaseamos con que nuestras vidas han tenido un sentido y han dejado alguna una huella. Pero, ¿de cuántos de los 107.000 millones de personas que se calcula que han vivido antes de nosotros guarda alguna memoria la humanidad? En realidad son solo un puñado. El sentido de nuestras vidas no puede reposar entonces en la esperanza de que perdure nuestra memoria. Otros se consuelan pensando que su paso por aquí abajo pervivirá a través de su progenie. Pero al final, sin Dios y sin una vida después de la muerte todo se queda cojo.
Nani Moretti, estupendo director de cine italiano (a pesar de que todavía no se ha bajado de la burra del comunismo), reconoce que carece del regalo de la fe. Pero lo expone en estos términos: «Por desgracia, soy ateo». Otros comunistas no llegan a ese grado de honestidad intelectual, o simplemente carecen de un intelecto cultivado. Ante la muerte de María Teresa Campos, la ministra Irene Montero la despidió con esta frase: «Que la tierra te sea leve». Imagino que se habrá sentido súperguay soltando semejante epitafio, en realidad una fruslería sin sentido y un poco tontolaba, que refleja el vacío al que se puede llegar cuando se desprecia lo trascendente en nombre de pueriles fanatismos ideológicos.
Es perfectamente respetable que existan personas que no tienen la suerte de creer en Dios, faltaría más. Pero lo que no es tan respetable es despreciar con baratijas tuiteras –«que la tierra te sea leve»– un debate serio sobre el asunto, sobre la mayor y más importante de las preguntas que ha de afrontar todo ser humano adulto: ¿Existe Dios? ¿Nos aguarda algo después de la muerte o no?
El matemático, filósofo y moralista cristiano Pascal, francés del siglo XVII y uno de los seres humanos más inteligentes que han existido –incluso más que Irene Montero–, fue el autor de la famosa apuesta que lleva su apellido. Si hay que elegir a cara o cruz si Dios existe o no, Pascal recomendaba tirarse de cabeza a favor: «El que apuesta por Dios, si gana, lo gana todo; si pierde, no pierde nada. Apueste por Dios sin dudar».
Si crees que no hay nada, si piensas que ante la muerte solo queda esperar «que la tierra te sea leve», entonces tu manera de actuar va a cambiar, y probablemente a peor. ¿Qué sentido tiene llevar una vida de virtud si una de maldad va a llevarte a idéntico término: una nada sin esperanza? ¿Cómo fijar unos principios morales si no existe Dios?
Rod Liddle, un conocido articulista inglés del Sunday Times, es célebre por su carga vitriólica y su desparpajo sobrado. Pero lo adorna casi siempre un aplastante sentido común. Su último artículo se titulaba: «Estupendo, hemos borrado el cristianismo y ahora estamos estancados en un yermo moral». Liddle aludía a la epidemia de ateísmo que asuela su país, donde solo el 1,2 % de la población atiende hoy a los servicios de la antaño poderosa e influyente Iglesia Anglicana. Y tiene claro que ha resultado un pésimo viraje: «No estoy totalmente seguro de si existe Dios –reconoce–, pero de lo que sí estoy seguro es de que el retroceso del cristianismo en nuestro país nos ha empeorado enormemente, como individuos y como sociedad». Concuerdo. Siempre hay garbanzos negros y a lo largo de la historia se han librado muchas guerras espantosas en nombre de la religión. Pero mi experiencia personal me ha ido mostrando que la gente de fe auténtica suele tener mejor comportamiento y disfruta de un mayor optimismo, por una razón sencilla: creen que sus acciones morales tendrán una repercusión permanente en la carrera infinita de la eternidad, y eso supone un freno ante el mal y un acicate para el bien sin parangón.
Aunque no me haría ni caso si me leyese, me atrevo a despedirme recomendándole a Irene (y a toda la tropa del materialismo hueco y la desesperanza), un magnífico librito de solo 175 páginas escrito por John Flader, un químico de Harvard que luego estudió Derecho Canónico y se hizo cura, titulado: El otro lado, ¿qué pasa después de la muerte? (Rialp). Flader se atreve, con feliz convicción, a defender la causa de que existen argumentos, y hasta pruebas suficientes, para afirmar que Dios existe, y con él la vida después de la muerte. A mí me ha convencido. Aunque me parece que ya lo estaba antes de abrir la primera página.
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