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03 de mayo de 2024

El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

«Antisemitas coloquiales»

En la jerga «coloquial» staliniana, «judío nazi» era un simpático modo de decir «muerto». Tan simpático como la «expresión coloquial» de doña Amparo

Actualizada 01:30

«¡Cuán ridícula sería su retahíla de tópicos, si no hubiera tenido consecuencias tan terriblemente asesinas!», escribe Victor Klemperer acerca de la lerda jerga anti-judía que inundó la Alemania de Adolf Hitler.
Puede que la histórica dirigente socialista Amparo Rubiales no haya leído a Klemperer. Hacerlo le hubiera evitado el sonrojo de argumentar ante un juez sevillano que llamar «judío nazi» a un oponente político no es insulto antisemita, sino dicharachera «expresión coloquial». Una sencilla lectura de La lengua del tercer imperio, la hubiera ayudado a entender lo básico: que en el «lenguaje coloquial» acuñó el nazismo la plantilla sobre la cual se iba a alzar Auschwitz. Sin resistencias.
Recordemos. En 1933, Victor Klemperer es un prestigioso profesor de filología en la Universidad de Dresde. El ascenso de Hitler al poder y las inmediatas leyes antijudías lo expulsan de su cátedra. Y, más grave para un investigador, vetan su acceso a bibliotecas y archivos; a la posesión incluso de libros. Klemperer ve rota su vida intelectual: no podrá ya, en esas condiciones, dar forma a lo que él juzgaba su gran obra: un estudio erudito sobre las resonancias francesas en la literatura alemana del siglo XVIII.
A Victor Klemperer, sus colegas de la Universidad de Dresde le reprochaban, en 1935, que se mostrase dolido por tales usos nacional-socialistas. «No debe usted ser tan susceptible, querido profesor», le repetían: «los jóvenes nazis son ciertamente groseros, odiosamente vulgares en muchos casos, pero sus soflamas antisemitas no son, al fin, más que jerga coloquial llevada al paroxismo. No se lo tome tan a la tremenda». Klemperer seguía retirando sus posesiones de aquel despacho, desde el que había dirigido el Departamento de Filología, y guardaba un silencio estupefacto. Expulsado de la docencia, quedaba condenado a malvivir de los trabajos más hoscos, aquellos que los socialistas nacionales juzgaron únicos adecuados para las razas degeneradas. Y eso, teniendo la suerte extraordinaria de no acabar, como tantos de los suyos, en un campo de exterminio.
Concibió entonces su asombroso proyecto de filólogo: sin acceso a libros, Klemperer empeñó todo su talento en estudiar la lengua hablada en la Alemania hitleriana: sus jergas, sus tópicos, sus formas «coloquiales». Sólo después de 1945 pudo poner orden en aquellos dispersos cuadernos, para dejarnos una obra de título irónico, LTI: la Lengua del Tercer Imperio, que disecciona al milímetro cómo haber envenenado el habla común asentó el subsuelo necesario para abordar la nadería de exterminar a seis millones de judíos. La lengua cotidiana, la «jerga coloquial» fue el tren rápido de la Shoá.
He releído el libro de Klemperer, tras escuchar el animoso alegato defensivo de doña Ámparo Rubiales. Ella, nos dice, puede acusar alegremente a un adversario político de ser un «judío nazi». Porque eso no es insulto ni antisemitismo; es tan sólo una pizpireta «expresión coloquial». No tiene por qué el señor Bendodo sentirse ofendido por ella. Tampoco, judío alguno. Lo coloquial borra lo antisemita. Como la «lengua del tercer imperio» borraba el humo que salía de las chimeneas de Auschwitz.
El «judeonazismo» de la señora Rubiales hereda, por lo demás, otra pesada tradición léxica. Bajo esa etiqueta, hizo Stalin exterminar a los trotskistas dentro y fuera de la URSS. Comenzando por el legendario Lev Davídovitch, asesinado en México. Precedido por su incauto hijo, Lev Sedov, asesinado en París. Y sí, en la jerga «coloquial» staliniana, «judío nazi» era un simpático modo de decir «muerto». Tan simpático como la «expresión coloquial» de doña Amparo.
Sí, «¡cuán ridícula sería su retahíla de tópicos, si no tuviese consecuencias tan terriblemente asesinas!»
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