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Un mundo felizJaume Vives

El Papa, el cardenal, los terroristas y el catalán

El problema no es el hecho de no poder vivir la fe en catalán, el problema es mucho más profundo, y es el que compartimos todos: la ingente cantidad de ídolos a los que consagramos nuestra vida y que nos impiden amar a Dios sobre todas las cosas

Actualizada 00:44

Esta misma semana un tipo se paseaba en vespino con chaleco reflectante y una ametralladora por las calles de Bruselas. Era difícil ponérselo más fácil a la policía, pero ni por esas. Parece que todo el mundo tuvo ocasión de cruzárselo y saludarlo menos quienes podían pegarle un tiro en ese corazón que latía por Alá (y no porque estuviera loco como volverán a repetirnos una vez más).

Otro tipo, en esta ocasión en Mataró, hirió, también esta semana, a dos personas mientras gritaba en árabe. La misma lengua de quien asesinó en Francia a un profesor el día en que habían anunciado el «viernes de la ira».

Y podría seguir pero me quedaría sin espacio para el resto del artículo. El número de cristianos actualmente perseguidos ronda los 360 millones, que es el equivalente a uno de cada siete. Y las dos principales causas siguen siendo las mismas desde que se empezaron a elaborar los dos principales informes (el de Ayuda a la Iglesia Necesitada y el de Puertas Abiertas): los «Gobiernos autoritarios» (muchas veces en manos de musulmanes) y el «extremismo islámico».

Que aunque algunos lo llamen extremismo yo sigo defendiendo que no es un extremo, sino la norma dentro del islam, y claro, hay excepciones honrosas que se atreven a ser heterodoxas.

Y parece que hoy el tema va de lenguas, pues mientras a no pocos cristianos del mundo entero se los persigue normalmente en lengua árabe, otros pocos cristianos, en la Dinamarca del sur ahora conocida como Marruecos del norte o Catalunya, señalan a otros hermanos de religión precisamente por la lengua, es decir, porque no hablan catalán. Y de esto quería hablar hoy.

Y si el lector se pregunta por qué he empezado por otro tema tan diferente, como el de la persecución mahometana, es porque el que voy a tratar a continuación me parece tan grotesco que quería empezar hablando de algo que valiera la pena, como es el testimonio de una Iglesia que sufre persecución y confiesa a Jesucristo.

Pues bien, al lío. El otro día el Papa bendijo una imagen de la Virgen de Montserrat que está en la catedral de Girona. Al inicio se sorprendió de que la bendición no estuviera en catalán. En ese preciso momento, los nacionalcatólicos catalanes se pusieron cachondos. Luego vino Omella, que le dijo al Papa que estaba en castellano. Y los nacionalcatólicos, todavía cachondos, se enfurecieron. Después se supo que quien mandó el texto al Papa (sin pasar por el arzobispado) fue directamente la Abadía de Montserrat (¡y en castellano!). Y aquí a los nacionalcatólicos se les bajó el calentón y el cabreo: «¡Qué remedio! Parece que han sido otra vez los nuestros…».

¡Qué triste ver a unos católicos catalanes anclados en los 70, un tanto oligofrénicos, que no levantan la voz por nada que tenga que ver con Dios, con la familia, con las costumbres… y se rasgan las vestiduras por un comentario del papa y la respuesta de un cardenal!

Estos parraques son signo de que la fe que dicen profesar no es fe en Dios, sino en ídolos. Y no por tener estima y defender el catalán, sino porque callando en todo lo demás y peleando solo eso, parecen haber construido un nuevo becerro de oro que les impide ver más allá, y descubrir a Dios.

San José Oriol, santa Joaquina de Vedruna, san Antonio María Claret, san Pedro Claver y tantos otros, pensaban y rezaban en catalán y nos transmitieron la fe en dicha lengua. Fueron apóstoles de Jesucristo y a Él consagraron su vida. Me cuesta imaginármelos criticando al cardenal por comer demasiada verdura, pero no me cuesta verlos llamándole la atención si creían que ponía en peligro el depósito de la fe.

El problema no es el hecho de no poder vivir la fe en catalán, el problema es mucho más profundo, y es el que compartimos todos: la ingente cantidad de ídolos a los que consagramos nuestra vida y que nos impiden amar a Dios sobre todas las cosas.

A mí también me gustaría que fuera más fácil vivir la fe en catalán, aunque lo que de verdad me gustaría es que fuera mas fácil vivirla en la calle, en los colegios, en las empresas y en cualquier lado. Pero el problema grave es descubrir que quizá no se vive en estos lugares ni en ninguno porque ya no hay fe. Y eso es lo que tendría que preocuparnos.

Y si la poca fe que queda en Catalunya, resulta que se vive más en castellano, ¡bendito sea Dios! Y si eso preocupa a algunos, ¿no será que lo que de verdad les importa no es la fe, sino otra cosa?

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