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19 de mayo de 2024

LiberalidadesJuan Carlos Girauta

Vino ya la dulce muerte

Lo de Concha Velasco fue, por honrar su mejor papel, un auténtico camino de perfección que recorrió a la vista de varias generaciones

Actualizada 01:30

Se ha ido Concha Velasco para sellar el fin de una era. Su pérdida es una rúbrica, la sanción de una ley mayor que la trampa puesta al Rey con la amnistía. Icono de dos regímenes, fue la guapa despierta y versátil de un tardofranquismo largo cuyos productos audiovisuales ella trajo al presente con un afecto que los televidentes de ojos nuevos, sin contexto, tuvieron por marcianada. Nadie cambió más que ella –sinceramente, no por interés– con el nuevo régimen. Por azarosa que sea la realidad, por más que fuera una coincidencia su llegada a la madurez y a la libertad de una sola tacada, la nueva Concha Velasco dio un salto olímpico que para sí quisiera Bob Beamon.
Una misma mujer se había elevado desde Las chicas de la Cruz Roja y Las que tienen que servir a las alturas insondables de la mística castellana, para ir a caer a los pies de Cristo. Lo indecible salía de sus ojos siendo Santa Teresa de Jesús. Podía estar doliente y feliz a un tiempo, plena por lo que le esperaba, inquieta por lo larga que la espera se hacía. Fueron aquellos poetas sublimes del XVI que vivían lo escrito como no lo ha hecho ninguna otra generación literaria. Y eso sin saber que lo eran, que solo a Dios y a la belleza remitían el mensaje sagrado de sus textos.
Mediaban los ochenta cuando la transformación se obró en Concha Velasco y en España, que durante un tiempo fueron de la mano como hermanas. Sin conciencia de ello, creo. El sufrimiento jaspeaba las miradas felices siendo Teresa de Ávila. Lo había incorporado, a su pesar, al repertorio de sus recursos y experiencias por culpa de infidelidades crónicas. La edad avanzaba, sin apenas castigar su físico, sobre la chica ye ye mientras el amado seguía sin quererse enterar de que ella le quería de verdad. No te quieres enterar, ye ye.
Pasa con los grandes actores escondidos en nuestro fondo de armario sentimental que nos son familiares hasta solapar el adjetivo con la literalidad. La interpretación es un don, un regalo. Por eso algunos de los mejores nos decepcionan cuando abren la boca para opinar sobre cualquier cosa que escape a la interpretación misma. Igual sucede con otros artistas, cantantes, cineastas y bailaores, pintores si me apuras. Es porque nos olvidamos de la naturaleza de su talento, del carácter de obsequio divino, regalía sin causa que, con suerte y tenacidad, trabajo, intuición, incontables ensayos e inmersión en los personajes, ilumina de pronto a ciertos seres afortunados de los que ya siempre esperaremos más. Cuanto menos se adviertan sus cambios de expresión facial y corporal, más cerca están de la perfección. Lo de Concha Velasco fue, por honrar su mejor papel, un auténtico camino de perfección que recorrió a la vista de varias generaciones. Te recordaremos con el pelo alborotado y las medias de color, bajo la toca, herida de hermosura que excede a todas las hermosuras.
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