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29 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Sobona

Sobar y tocar en público es de impresentables. Esta ministra necesita asistir a una academia de Buena Educación cuando finaliza su jornada de trabajo, que finaliza pronto y con mucha facilidad

Actualizada 01:30

La ranchera «Llorona» que cantaba Chavela Vargas es un tostón. Una serie dramática resumida en cuatro minutos de duración. Una amiga mía lloraba cuando se alcanzaba el momento culminante. «Dos besos llevo en el alma, llorona,/ que no se apartan de mí./ El último de mi madre/ y el primero que te di». De haberse titulado la canción «Sobona», Yolanda Díaz modificaría su culminación. «Dos besos llevo en el alma, sobona, que no se apartan de mí. El primero a Garamendi/ y el que a la Reina le di». Entre el sobeo al jefe de los empresarios y el que ha padecido la Reina, con beso, toque trasero y mano en la nuca, la Sobona se ha merendado y toqueteado a todos los hombres que se han cruzado con ella, exceptuando a Su Santidad. A Sánchez –en este caso lo siento por él– le ha dado en más de diez ocasiones «un Rubiales». Sucede que Sánchez, desde que preside el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo, no tiene el tiempo libre, como Jenni Hermoso, para protagonizar más tonterías. Recuerdo el pasmo anímico que padeció Don Mendo cuando, enchironado en el castillo de los Manso del Jarama, presenció el sobeo que disfrutó el duque de Toro, don Pero, de su novia Magdalena. «Pero, ¡aquel Pero mío. ¡Aquel sobeo/ delante de mi faz, estuvo feo!». Una cosa es ser melosa, y otra muy diferente, sobona. Creo que fue don Manuel del Palacio, el mejor poeta satírico español después de don Francisco de Quevedo y el Conde de Villamediana, el que escribió de la Reina Isabel II, objetivo de sus chanzas y causa de sus desdichas. «La Reina Isabel Segunda/ desde que empezó a reinar/ prefería a ser sobada/ adelantarse a sobar». En aquellos tiempos, los Reyes y Reinas eran intocables hasta en la literatura satírica. Don Manuel del Palacio visitó «el Saladero» –la cárcel– y sufrió un breve exilio por orden de la Justicia.
Montado en la diligencia
Me voy camino de Francia.
¡Me meo en la providencia
Del juez de Primera Instancia
Del Distrito de la Audiencia!
Cuando éramos jóvenes formados y educados en colegios religiosos, El Pilar de los marianistas era un ejemplo de libertad y sabiduría, ya creciditos, omitíamos en las confesiones nuestros pecados veniales procedentes de la naturaleza. Pero los sacerdotes estaban avisados por la experiencia. Así, que ya creíamos la confesión terminada y aguardábamos la penitencia a imponer por el confesor, cuando éste, inesperadamente, preguntaba: «¿Sobeos y toqueteos?». Y claro está, la penitencia se agravaba de manera considerable.
El sobeo excesivo y el toqueteo compulsivo en público son motivo suficiente de marginación social. Ni una ministra puede ser sobona, ni un ministro, tocón. En privado sí. Mi viejo amigo, ya fallecido, Samuel Cordido de Fraisolí – apellidos camuflados por respeto a su memoria–, tenía merecida fama entre las chicas de nuestros mejores tiempos, de educado, medido y ejemplar en cuestiones de sobeos y toqueteos. Pero en privado, el difunto Samuel se desahogaba todas las semanas –viernes por la tarde– con «Juanita la Huracana», que como su nombre indica, dejaba a Cordido de Fraisolí arrasado y necesitado de un descanso semanal para retomar sus huracanes. Aquellas cosas de aquellos tiempos.
Sobar y tocar en público es de impresentables. Esta ministra necesita asistir a una academia de Buena Educación cuando finaliza su jornada de trabajo, que finaliza pronto y con mucha facilidad. No se puede besar, sobar y toquetear a Reinas, presidentes del Gobierno, empresarios, sindicalistas, terroristas, independentitas, separatistas, religiosos y demás asuntos, dignidades y profesiones. Un gobernante, por principios, no está autorizado a sobar ni besar con frenesí que no siente, ni toquetear a quien no lo demanda, en un acto público. Su saludo a la Reina es motivo suficiente para huir de sus labios y manazas, corriendo a toda pastilla, con el fin de librarse de sus manoseos. Sucede que las Reinas no acostumbran a esprintar para fugarse de los besos y los toques de una vicepresidente del Gobierno. Ella se aprovecha.
Y hace el ridículo.
Omito lo que diría mi madre por prudencia ante la Justicia. Diría que… mejor me callo.
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