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07 de mayo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

El 11-M comenzó todo

El PSOE de Zapatero y el de Sánchez son iguales: usan el dolor para ganar partidos en fuera de juego

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez ha reivindicado la amnistía total, que incluye a delitos de terrorismo, malversación y traición, apelando nada menos que al 11-M, con un razonamiento demostrativo de su ausencia de escrúpulos y de su apuesta, ya definitiva, por el frentepopulismo y el choque de bloques previamente inducidos por él mismo.
Según el líder socialista, aquel atentado de hace 20 años fue culpa de Aznar, que tapó la autoría yihadista para vender la hipótesis de ETA con una «gran mentira» que hoy perdura y marca el discurso de la derecha española en los nuevos retos políticos que, como la «conciliación» con el separatismo, él afronta desinteresadamente entre la incomprensión y el desprecio de sus detractores.
Hay que tener valor para, con un currículo en el ámbito del terrorismo que incluye más preocupación por los etarras que por sus víctimas, más comprensión por Hamás que por Israel y más cercanía a los CDR que a los estudiantes, profesores, comerciantes o hasta niños perseguidos por el Ku Klus Klan con barretina; ponerse a pontificar sobre el asunto y presentarse como una especie de redentor total, capaz de rehabilitar a los peores criminales y, a la vez, honrar como nadie a sus damnificados.
La realidad es que, aquel 11M de 2004, se estrenó la deriva del PSOE hacia las posiciones que ha perfeccionado Sánchez y le permiten presentarse como jefe de la Policía mientras, en realidad, actúa como el líder de la banda de atracadores.
La misma tarde del atentado, el entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, asumió en público la posibilidad de que la matanza de los trenes fuera obra del fundamentalismo. No descartó que la autoría fuera de ETA, como no lo hicimos ninguno, incluyendo a los principales medios de comunicación de referencia del PSOE y la práctica totalidad de la clase política vasca y española, incluidos el entonces presidente del País Vasco, Ibarretxe, y el candidato socialista, Zapatero.
Que al PP le preocupara el posible impacto de un atentado islámico en el resultado de las Elecciones convocadas para cuatro días después y que prefiriera insistir en la tesis de ETA no fue una gran idea, precisamente, pero nadie con un aprecio mínimo por la realidad puede desmentir dos cosas: que se habló de Al Qaeda desde el primer momento también y que, en un tiempo récord, se localizó a los responsables de la matanza, inmolados en un piso en Leganés, y se identificó o detuvo a quienes les ayudaron a cometerla.
Mucho más aparatoso que el empeño popular en priorizar la vía de ETA, que nunca puede ser descartada en un país con nuestro historial pero no podía ser única en un mundo ya asolado por Al Qaeda; fue el del PSOE en convertir el atentado y su origen en una excusa para dinamitar el tramo final de la campaña y tratar de invertir el resultado pronosticado por todos los sondeos, que apuntaban a una sonora derrota de Zapatero frente a Rajoy.
Por primera vez en la historia, un partido echó la culpa de un atentado al Gobierno; convirtió las inevitables dudas sobre los hechos en una prueba de la manipulación; justificó con ello el ataque a las sedes de su rival y generó un estado de ánimo de indignación y movilización capaz de provocar un vuelco en las urnas con una falsedad de la que luego se olvidó.
Porque Zapatero jamás se sintió orgulloso de que una Nación le mirara a él para gestionar los estragos de un ataque a su forma de vida, que sería lo lógico de no sentirse culpable, y optó por achacar a su desconocida propuesta social la clave de una victoria conseguida por sorpresa, en el último minuto y en fuera de juego.
Solo Sánchez, quién si no, se ha atrevido ahora a ponerse al frente de la lucha contra el horror y al lado de las víctimas, en otra prueba más de su sonrojante desfachatez, sostenida por un aparato mediático instalado confortablemente en el epígrafe laboral de las meretrices.
El 11M fue un desafío yihadista a la civilización occidental, con la complicidad siquiera anímica de ETA y la utilización local del PSOE, que inició así el camino de tropelías que hoy sigue manteniéndole en el poder.
Unas veces se aprovecha del martirio y de la sangre; y otras se alía con quienes los provocan para alcanzar o mantenerse en el poder, pero en ninguno de los casos se sitúa en el lugar correcto: las víctimas son una simple herramienta, a olvidar si se necesita a Bildu o a Puigdemont o a explotar si se puede ganar unas elecciones.
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