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02 de mayo de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Sánchez y los ayatolás

Fiel a su vocación por alimentar el antisemitismo, parte sustancial del ADN de la izquierda, se mantuvo en esa equidistancia culposa, tan injusta, que pone al mismo nivel al agresor y al agredido

Actualizada 01:30

El mejor retiro propagandístico que ha encontrado Pedro Sánchez para escaparse de Koldo y Begoña es Oriente Próximo. En su última gira europea pretendía apuntarse algún éxito geopolítico que compensase su desastre interno: la cosecha fue la tímida solidaridad de Noruega. Así que la madrugada del domingo, y convirtiendo ya en leyenda su espantoso don de la oportunidad, Irán ha lanzado un ataque sin precedentes contra Israel, en teoría para vengarse del atentado contra su consulado en Damasco, que afortunadamente ha sido repelido por Tel-Aviv y sus aliados.
Recién llegado de su turné para abogar por un Estado Palestino –albricias, qué gran hallazgo el del presidente que cree que va a arreglar él solito un conflicto con 80 años de historia– ayer nos obsequió con un mensaje en las redes sociales, del todo desconcertante. Decía la factoría de Moncloa que seguía Sánchez «con máxima preocupación los acontecimientos en Oriente Próximo», refiriéndose a su abnegado interés por los españoles que viven en la zona, como si en lugar de un acto de guerra se tratara del accidente de un autobús con turistas españoles. Ni una condena explícita a Irán, ni medio gramo de altura de Estado. Es decir, fiel a su vocación por alimentar el antisemitismo, parte sustancial del ADN de la izquierda, se mantuvo en esa equidistancia culposa, tan injusta, que pone al mismo nivel al agresor persa y al agredido israelí. Unos brutales bombardeos despachados como «acontecimientos en Oriente Próximo», según le escribió el más avezado de los 400 asesores que tiene a su disposición.
El bochorno fue tal que, unas horas después, el presidente del Gobierno de la cuarta economía europea reculó y tuvo que manifestar su «condena, como ha condenado y condenará siempre toda forma de violencia que atente contra la seguridad y el bienestar de civiles inocentes». Antes, el delegado para Europa del Ministerio de Exteriores de Israel, tuvo que recriminarle que hubiera «olvidado condenar el ataque». Estupefaciente: alguien que sabía desde primera hora la génesis de los misiles y drones tuvo que verse solo y en ridículo para cambiar sus palabras. Un ministro de Netanyahu le puso las peras al cuarto al leer su repugnante primera reacción: «Cero absoluto». Eso, cero patatero es lo que representa la política exterior española del sanchismo, con Marruecos y Oriente Próximo como máxima expresión de nuestra incuria.
También superyol fue a rebufo siguiendo la estela de su jefe, con otro mensaje igual de irresponsable, que arrancaba con la misma hipócrita cantinela: «Siguiendo con preocupación la situación en Oriente Próximo…». Una sarta de palabras huecas vertidas por ese bluf con laca que es la vicepresidenta segunda del Gobierno; mucha paz para la zona, y bla, bla, bla, pero escorada hacia el bando de los criminales de Hamás y sin una sola condena que no sea al régimen de Netanyahu, que tampoco ha hecho las cosas del todo bien desde que fue bombardeado su país en octubre pero que cuenta con la legitimidad de ser el agredido. España, que disfruta de una balanza comercial muy favorable con Israel, se ha convertido en la avanzadilla contra esa democracia, con ministros que quieren la aniquilación de ese Estado y que ya le han dejado claro a Sánchez que en política exterior europea no puede contar con ellos. Una vez más tendrá que ser el PP el que le saque las castañas del fuego.
Por eso, Alberto Núñez Feijóo, ha hecho lo que le correspondía al jefe del Gobierno; actuando de mandatario con sentido de Estado condenó inequívocamente el ataque indiscriminado contra los israelíes por parte de una teocracia sanguinaria, responsable en gran medida de los atentados del 7 de octubre por parte de los terroristas de Hamás, una dictadura que tiene como máxima meta acabar con las democracias occidentales, aniquilarnos, para lo que cuenta con la inestimable ayuda de Vladimir Putin, que ayer corrió a solidarizarse con Teherán.
En medio de un avispero que pone en peligro nuestra seguridad, España está de corazón con los ayatolás. Como si dirigiera nuestra diplomacia Pablo Iglesias desde La Tuerka. La vida sigue igual (de mal).
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