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Ya tuvimos hace un día el lamentable espectáculo de Sánchez y los suyos asaltando RTVE en plena tragedia, con el bochornoso argumento sostenido por Patxi López de que en las empresas no se detiene la producción

Actualizada 01:30

Todos estamos desolados. No podíamos sospechar la magnitud de la tragedia. Ahora ya le ponemos caras, lágrimas, desamparos, pérdidas. Y cifras. Insoportables cifras. Entre imágenes dantescas, vidas destruidas y programas de aparatoso sentimentalismo, nuestros políticos nos han vuelto a dejar ojipláticos, al borde de la arcada. Han modelado en barro un terrible mensaje, que ya intuíamos: estamos solos, huérfanos, no solo de dirigentes competentes que traduzcan el laberíntico sistema de protección civil en decisiones preventivas que aminoren los riesgos, sino de seres humanos –eso son los políticos, ¿no?– con la mínima piedad por sus compatriotas.

Ya lo vivimos el 11 de marzo de 2004 y todavía pagamos las consecuencias. Pero yo me niego a que la mayor tragedia humana de este siglo en España se torne en cacería política a mayor gloria de los carroñeros con cargo y sueldo oficial. Ya tuvimos hace un día el lamentable espectáculo de Sánchez y los suyos asaltando RTVE en plena tragedia, con el bochornoso argumento sostenido por Patxi López de que en las empresas no se detiene la producción o el de su compañera de Sumar asegurando que los políticos no achican agua; todo para justificar la injustificable sesión parlamentaria. Lo sabrán ellos: en el PSOE no son de achicar agua, son más de repartirse las comisiones por la venta de mascarillas o sufragar con dinero público los gastos de las Jessis de la vida. Ojalá achicaran agua. Harían algo por sus representados.

La izquierda culpa a Mazón de no mandar a tiempo las alertas, Feijóo al gobierno de no contar con la oposición y no haber hecho uso de sus competencias en las cuencas hidrográficas y protección civil. El maharajá de la Moncloa no quiso ayer entrar al choque cuando llegó a la zona cero en medio de una pitada considerable, pero ya lo hizo de madrugada con una nota contra el PP su ministro Marlaska, que nunca falla, ministro al que el artículo 39 de la ley de protección civil otorga la capacidad para convocar el Consejo Nacional de Coordinación con las Autonomías. Ni lo ha convocado ni se espera que lo haga. Hay culpas para repartir. Un poco tarde, ayer Mazón pidió la intervención del Ejército para ayudar a la UME. Habrá que plantearse de nuevo lo del Estado de las Autonomías, que, como en pandemia, es un puro caos. Y a veces solo multiplica los problemas por 17, lo que se suma a la indolencia del Gobierno central.

Es evidente que fallaron las previsiones. La gente no sintió el peligro de muerte como una amenaza real. Los mapas televisivos teñidos en rojo en Valencia, Castilla-La Mancha y parte de Andalucía no son suficientes si la percepción ciudadana los relativiza por la sobreabundancia de información y la incapacidad de separar el grano del verdadero peligro de la paja de la rutinaria información meteorológica. Los temporales de nueva generación, traicioneros porque evolucionan en cuestión de minutos, requieren explicaciones y pedagogía, para que sepamos desentrañarlos. Exigen subrayados argumentales que llamen la atención sobre su alarmante peligro. Tenemos que prepararnos ante la seguridad de que estas situaciones extremas se van a repetir con más frecuencia de la que atisbamos a ver hoy, con la mirada nublada de tanta emoción.

Solo se entiende la tragedia si se reconoce la incompetencia. De todos. Ahora solo queremos de los políticos que reparen los estragos materiales, agilizando la maraña burocrática de las ayudas y de los seguros, y que aprendan, sobre todo que aprendan a hacerlo mejor, y que a ser posible la próxima vez los experimentos los hagan con gaseosa. Que dejen de asustarnos con el calentamiento global y establezcan protocolos seguros que enseñen en educación del riesgo, como nos enseñan educación vial. Que dejen de perder tiempo en ruedas de prensa a la hora del telediario y aprendan de los ciudadanos, que caminaban ayer kilómetros y kilómetros entre el barro y la desesperanza cargados con bolsas de comida tomadas de sus neveras para los que ya no tienen ni nevera. La gente normal se volvió a elevar moralmente muchos miles de metros por encima de nuestros dirigentes.

¿Dónde está la vicepresidenta de Transición Ecológica, Teresa Ribera, que tanto nos ha asustado con el calentamiento global? ¿Preparando su nuevo pisito en Bruselas? Años aguantando su palabrería hueca para nada. Que hagan caso a la Ciencia: hay que reconfigurar los trazados viales, incluso urbanos, y construir infraestructuras seguras, aun sabiendo que no estamos libres de que la naturaleza venga a nuestro encuentro, esa naturaleza a la que hemos maltratado sofisticando nuestra vida. Habrá que hacer obras de ingeniería a la altura del desafío, como hizo el franquismo, desviando el curso del Turia, tras la trágica riada de 1957.

Es verdad que nadie puede estar preparado para que caigan 500 litros por metro cuadrado en pocas horas a la vera de su casa, pero no nos merecemos tanto oprobio. Valga una imagen que es definitoria de nuestra desgraciada realidad: mientras las instituciones están anegadas de fango, la UME se esforzaba en sacarlo de la vida desatenta de miles de compatriotas.

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