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Palabra de honorCarmen Cordón

Viento fresco

Que no se hable, esa es la consigna. Ya no se trata de independizarse de España sino de sacar a España y cualquier rastro de su memoria del País Vasco. Nadie quiere ser el malo de la película y menos Bildu, que hoy ocupa cargos de poder en las instituciones

Actualizada 01:30

La línea que separa el caer en el exhibicionismo grosero del deseo de remover conciencias y luchar contra la desmemoria es muy fina. En general, procuro caminar lejos de ella, pero, cuando se trata de terrorismo y gestos heroicos que marcan hitos, no lo puedo evitar y entro al trapo.

Ya he contado por aquí que el 27 de junio de 1995 el grupo terrorista GRAPO secuestró a mi padre, el empresario Publio Cordón fundador de Previasa y el Grupo Hospitalario Quirón. Ese día salió a hacer footing por los alrededores de nuestra casa en Zaragoza y tres encapuchados lo abordaron, lo derrumbaron, lo metieron en una furgoneta a golpes y se lo llevaron. En casa luchamos como titanes durante meses para salvarle cumpliendo las exigencias de los terroristas. Pero estos no respetaron su vida ni durante el tiempo que nos costó entregarles 400 millones de pesetas en París mientras nos apuntaban con pistolas. Así es como esos abanderados del comunismo luchan por el «pueblo»: expropiando la riqueza de un hombre hecho a sí mismo, que procedía de ese mismo «pueblo», para quedársela ellos (La vieja cantinela del socialismo y el comunismo: apoderarse del capital de otros para bebérselo a grandes tragos y para los demás, control, racionamiento y miseria) Según las confesiones en los juicios a lo largo de estos 29 años, parece ser que mi padre sufrió: lo tuvieron encadenado dentro de un armario en un zulo de un chalet de Lyon. Los terroristas que lo custodiaban cuentan que, intentando escapar, se cayó de un balcón y se partió la espalda. Lo arrastraron hecho un saco de huesos al agujero porque «aullaba como un perro» (palabras textuales del juicio de 2007) y allí murió. Tardó dos días por lo visto. Hoy seguimos sin saber cuál fue su verdadero final. Al no haber cadáver no se despejaron las circunstancias de su muerte, nadie ha cumplido pena por ese asesinato (sí por delitos de retención ilegal y extorsión) y no hemos podido ni darle sagrada sepultura.

Así es cómo se las gastan los terroristas: buscan un relato romántico para imponer una dictadura comunista o exigir la independencia de España del País Vasco; organizan su mafia y, a partir de ahí, secuestros, asesinatos, bombas en casas de inocentes, niños desmembrados, tiros en la nuca, asaltos a furgones blindados, impuestos revolucionarios… Las historias de puños cerrados del terrorismo en España son innumerables, cada una más conmovedora, más bestia, más despiadada si cabe, pero somos un país de poca memoria y de sensibilidad anestesiada y hoy quien ose no olvidar ni pasar página a uno de los episodios más negros de la historia de España, es un facha.

Que no se hable, esa es la consigna. Ya no se trata de independizarse de España sino de sacar a España y cualquier rastro de su memoria del País Vasco. Nadie quiere ser el malo de la película y menos Bildu, que hoy ocupa cargos de poder en las instituciones. En el País Vasco no hay paz ni conciliación, se ha instalado el silencio. Hace 30 años la gente callaba en esas tierras por miedo, hoy sigue imperando la ley del silencio: ya sea por ignorancia, porque las instituciones se han ocupado de que los jóvenes ni sepan en qué consistió el asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco, ya sea por la cancelación de grupo, y si alguno sabe quiénes son los matones que ahora mandan, se muerde la lengua ante la amenaza del ostracismo social de ir contra la corriente imperante. Los que han delinquido se quieren proteger y tienen una oportunidad histórica de quedar impunes para defender su proyecto político normalizándolo en las instituciones. Nunca se han arrepentido, exhiben su pasado, presumen cuando salen sus presos de la cárcel, los honran con pancartas en las fiestas de Bilbao, no encuentran oposición que les señale y todos callan.

Soy de esas personas que temen los conflictos y huye de los enfrentamientos. Opino que éstos son energía mal empleada y que hay que conservar las fuerzas para combates más interesantes. Igual fue esta idea de seleccionar el combate oportuno la que llevo a María Luisa Gutiérrez, productora de la premiada película La Infiltrada, a deleitarnos a las víctimas del terrorismo y a todos los españoles de bien con esos 3 minutos de discurso de puro sentido común y empatía con las víctimas del terrorismo, fue delicioso oírla. Esas sí son las batallas que merecen la pena luchar. De haber estado sentada yo entre el apesebrado público de los de la ceja me habría levantado dando sonoras palmas (desconozco si algún valiente lo hizo) y habría alzado mi voz para gritar entusiasmada ¡Viva la empatía, la elegancia y la fuerza del sentido común! Aquella mujer fue como ese niño del cuento de Andersen que, al paso de la pomposa cabalgata real, se levantó a decir que el monarca estaba desnudo, ante un atónito Sánchez rodeado de los bufones de su corte que tampoco daban crédito. «La memoria histórica también es para las víctimas del Terror, y la libertad de expresión es respetar otros puntos de vista, aunque no se coincida con ellos». Con esas palabras ella se atrevió a decir lo que las conveniencias callan. Fue viento fresco y reparador. Gracias

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