El piadoso marqués
Cuando salían en procesión sus hermandades, Setenil se vestía con un uniforme de gala militar que se había inventado él y dejaba perplejos a los militares de verdad. Y adornaba su pechera con banda y condecoraciones adquiridas en el Rastro de Madrid. Su porte, su posición de 'Firmes' y su saludo al paso del ídem, cautivaban a las mujeres
El Marqués de Setenil de las Peonías, era un tipo de aspecto formidable. Le habrían contratado para representar un papel importante en Sissi. Alto, flaco, hembrero de cumbre alta y profundamente religioso. Era Hermano de ocho Hermandades repartidas entre Sevilla, Jerez, El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda. De cintura hacia arriba, un santo. De cintura hacia abajo, un volcán. Cuando llegaba la Cuaresma dejaba de ir a la tertulia del Aero y se encerraba en su casa. —El ejemplo que nos da Jimmy Setenil es fabuloso—: —Jimmy es un santo—. Cuando salían en procesión sus hermandades, Setenil se vestía con un uniforme de gala militar que se había inventado él y dejaba perplejos a los militares de verdad. Y adornaba su pechera con banda y condecoraciones adquiridas en el Rastro de Madrid. Su porte, su posición de 'Firmes' y su saludo al paso del ídem, cautivaban a las mujeres.
Un ejemplo solemne y grandioso de su religiosidad. Cuando el sacerdote oficiante, en las misas dominicales, ofrecía la Santa Comunión a los fieles, el marqués de Setenil abandonaba el banco y hacía cola, como todos los demás. Pero si la persona que le precedía era una mujer guapa, Meroño, su chófer, se intercalaba entre la señora y el marqués para que éste no pecara de pensamientos impuros durante el breve desplazamiento. Porque eso sí, los malos pensamientos con los que Lucifer intentaba doblegarle, eran, más que frecuentes, obsesivos. Una mañana de mayo, el chófer Meroño se despistó, y no se apercibió de que la mujer que precedía al marqués era Casilda Torremilanos, una belleza de 20 años, hija de su amigo Tontorrón Torremilanos, apodado así porque no se le podía llamar de otra manera. Tontorrón había observado toda la operación, y estalló de ira santa cuando la belleza recibió un pellizco en el culo. Gritó: —¡El marqués de Setenil no puede comulgar, Padre! ¡Le ha pellizcado el culo a mi hija Casilda!—. El sacerdote le preguntó: —¿Es cierto que por propia voluntad ha pasado su mano sobre el pudoroso culete de la joven que le precedía?—. —Es cierto, padre, pero no por voluntad. La mano derecha, obedeciendo un reflejo inesperado, se ha distanciado de mi cuerpo, y por nefas o por fas, ha rozado el inmaculado trasero de la señorita—. Torremilanos estalló: —¡No le haga caso, Padre, que ha sido un pellizco!—
El sacerdote retuvo al origen del tumulto y le preguntó: –Señorita, ¿ha sido un leve toquecillo o un grosero pellizco? Y la víctima respondió.
–Un toquecillo tan leve que apenas lo he notado–
–¡No eres mi hija, eres una zorra!, exclamó furibundo el padre de la chica.
Todos los fieles se pusieron del lado del marqués. Torremilanos fue expulsado de la Iglesia y de siete hermandades. Cuestión de hemisferios.
Aquella noche, expulsada de su hogar, Casilda Torremilanos durmió en casa del marqués. No puedo ofrecer más detalles.