Un Gobierno contra los jueces
Este Ejecutivo, que ha embarrado la vida política hasta niveles desconocidos, quiere también que los jueces del Supremo les deban obediencia. Entre otras razones porque algunos de ellos acabarán sentados en el banquillo
Uno de los síntomas de la enfermedad y deriva antidemocrática de este Gobierno es su acoso al estamento judicial. En cualquier democracia, en Estados Unidos, por ejemplo, el Poder Judicial es fundamental para preservar la democracia y fiscalizar también cualquier abuso de poder del Gobierno o de una autoridad concreta. En España ahora mismo nos están salvando los jueces, entre ellos Peinado, quien cada día que pasa instruyendo encuentra nuevos indicios de corrupción y nepotismo culposo. El ministro de Justicia, a quien su cara lo delata —está sufriendo lo que nunca creía que iba a llegar—, no deja de hacer declaraciones extemporáneas y a veces constitutivas de delito al suponer su contenido una calumnia. A los jueces los debe acompañar la altura de miras y no quedarse en el corto plazo, sino mirar a la lejanía. El sanchismo pasará. Dejará un reguero de miseria y destrucción, una herencia de difícil gestión para quien venga detrás, pero el sanchismo pasará y los jueces seguirán en su lugar.
El acoso a los jueces, ya que de la indignidad de algunos fiscales no vamos a hablar, va más allá de la descalificación permanente a Juan Carlos Peinado o la juez Biedma, la que decidió procesar al hermano de Sánchez. Aunque esto trasciende poco, Bolaños está dando indicaciones al bando de la izquierda del Consejo General del Poder Judicial para que no se nombren presidentes de sala del Tribunal Supremo. Ayer era posible designar a Andrés Martínez Arrieta presidente de la sala segunda, y a Pablo Lucas colocarlo al frente de la sala tercera. Tanto uno como otro poseen un prestigio incuestionable por su trayectoria y no pueden calificarse como afines a ningún partido. Nada que ver con el PP, pero por supuesto tampoco con el PSOE. Este Gobierno que ha contaminado todo, que ha embarrado la vida política hasta niveles desconocidos, quiere también que los jueces del Supremo les deban obediencia. Entre otras razones porque algunos de ellos acabarán sentados en el banquillo, más tarde o más temprano.
Al columnista siempre le queda la esperanza de que la dignidad personal se imponga en medio de tanta mezquindad moral. Habría que decirles a los miembros del bando izquierdoso del CGPJ que hay que tener altura de miras y defender la institución, que es el Tribunal Supremo. El sentido de la trascendencia y de la responsabilidad se le supone a quien ha tenido la vocación de ejercer la justicia. Es como lo que está ocurriendo en el cónclave en Roma. Los cardenales deben elegir al mejor, al que haga crecer a la Iglesia Católica. Pero, como muy bien escribió Galdós, obispos y jueces están hechos de hombres. Y algunos hombres y algunas mujeres se doblegan a las llamadas de Bolaños. ¡Qué nivel! Para dimitir de español.