Dura confesión
Una tarde, mi madre me sorprendió durante su paseo vespertino por Ondarreta besando apasionadamente a una belleza local amparados por un tamarindo. Y como las madres de antes eran así, me ordenó que procediera inmediatamente a confesarme
En verano se peca más que en invierno. En mis años juveniles, San Sebastián y Fuenterrabía mantenían su fachada de altas virtudes pero también eran conocidas como Sodoma y Gomorra. Zarauz, al contrario, era modélica en las faltas contra el Sexto. Entiendo que puede herir lo que voy a exponer a continuación. El que escribe y firma tenía un gran éxito con las más atractivas donostiarras. Una tarde, mi madre me sorprendió durante su paseo vespertino por Ondarreta besando apasionadamente a una belleza local amparados por un tamarindo. Y como las madres de antes eran así, me ordenó que procediera inmediatamente a confesarme. Obediente, acudí a la parroquia del Antiguo, repasé los confesionarios y elegí a un curita de avanzada edad que, aparentemente, no tenía interés alguno en confesarme. Su nombre en la plaquita de metal. «Rvdo Padre Manuel Erostarbe». Cuando se apercibió que me aproximaba a su quiosco puso cara de fastidio, apagó su luz interior y permitió mi buena voluntad de acercarme al perdón divino.

—Ave María Purísima
—Sin pecado concebida.
—Llevo tres días sin confesarme.
—Son poco días.
—Los mismos que llevo sin que mi madre me sorprenda besando a una chica.
—Madrileño, ¿no?
—Sí, padre, madrileño.
—Con coche deportivo, probablemente.
—Me han suspendido el examen de conducir.
—¿Y qué hacías con esa chica?
—Pecaba gravemente.
—¿Volverías a hacerlo?
—No tenga, padre, la menor duda de que sí volvería a hacerlo.
—No te libras de una buena penitencia.
—La cumpliré, padre, pero absuélvame pronto. Me espera en la puerta.
—¿Toqueteos?
—Muchos.
—¿Besos en la frente, el carrillo, o en los labios?
—Labios.
—¿Boca abierta o boca cerrada?
—Abierta.
—¿Le has prometido matrimonio?
—Tengo 18 años, padre.
—¿Y ella?
—Mucho mayor que yo. Veinticuatro.
—Te voy a decir una cosa, madrileño. Eres un guarro.
—Padre, que yo también tengo carácter.
—¿Cómo puedes abusar, por placer, de una chica de aquí?
—Porque veraneo aquí.
—Te voy a absolver, muy a regañadientes. Rezarás diez rosarios y prometerás no volver a caer en la tentación.
Y me absolvió, lo cual celebré con alegría. En la puerta de la parroquia me esperaba ella. Nos abrazamos y besamos con vocación interminable. Pasaríamos el día en la playa de Hendaya. Felicidad completa.
A mis espaldas una voz tajante y muy conocida.
—Alfonso, a confesarte otra vez.
—De acuerdo, mamá.
Al día siguiente el Talgo transportaba hacia Madrid mis orejas.
Pero era superior a mí. Yo era víctima acosada, no acosador.
La vida fue dura conmigo.