Manual de sinvergüencería
En Ferraz, donde sudó por primera vez, vimos el retrato descarnado de un político que carece de sentido moral
En efecto, lo llamativo, lo novelero, lo inaudito es ver a Cerdán y Ábalos, un secretario de organización del PSOE y un ministro y hombre fuerte del presidente, repartiéndose la pasta de los trinques como si fuesen bandoleros de antaño en una cueva de Sierra Morena.
Sí, es la bomba. Pero no nos distraigamos. No es lo crucial. No estamos ante el Caso Cerdán-Ábalos. No miremos al dedo en lugar de a la luna. Esto es el puro Caso Sánchez. Lo que tenemos que demandar, hasta quedarnos metafóricamente afónicos, es la dimisión de un presidente mentiroso y corrupto, que ha montado la mayor montaña de mierda de la historia de la democracia española.
Richard Nixon, al que por sus turbias mañas apodaban «Dick el Tramposo», cayó en 1974 por un caso de guerra sucia contra sus adversarios políticos, el celebérrimo Watergate.
Pues bien: Nixon era un amateur, un alma cándida, comparado con Sánchez y su colección de fechorías políticas. El actual presidente tiene sobre la mesa dos casos de guerra sucia, el de su fiscal general y el de su fontanera de Ferraz. Pero además ha reconocido y pedido perdón por un flagrante robo de fondos públicos a cargo de sus hombres fuertes en el Gobierno y el partido. Tiene también encima sendas investigaciones judiciales por nepotismo con su mujer y su hermano, encausados por corrupción en los negocios y claramente enchufados por él. Sánchez ha mentido como quien silba. Ha acosado a los jueces, policías y periodistas que investigaban y denunciaban los casos por los que hoy pide perdón (de manera falsaria y con teatral vocecilla de cordero degollado). Por último, y no menos importante, incurrió claramente en prevaricación política cuando compró su cargo sin ganar las elecciones negociando en secreto en el extranjero con un fugitivo de la justicia española, para más señas un golpista que intentó romper nuestro país.
Llevaba Sánchez solo tres minutos de compungido teatrillo en Ferraz y el guasap me empezó a crepitar con varios mensajes apelmazándose. Eran amigos y familiares asqueados ante lo que estaban escuchando. Y no hablo de personas radicales de uno u otro flanco, sino de gente de buena clase media, alguno incluso votante algún día del PSOE, o hasta de cosas peores. A modo de termómetro sociológico reproduzco algunos de esos mensajes:
-Regenerador, ¡qué huevos! Tenía dos cacos… ¿y no se entera? Vaya presidente.
-Un sinvergüenza. Y los socios lo seguirán apoyando. O sale la gente a la calle o lo aguantamos hasta 2027.
-Dice que se queda hasta 2027 porque el PSOE está haciendo grandes cosas en regeneración democrática. ¡Este tío los tiene cuadrados!
-Pero qué morro le echa. El mayor impresentable del mundo. Increíble que consiga seguir ahí.
Y todos tienen razón, Sánchez tenía que haberse ido ya hace tiempo, el día que imputaron a su mujer. Si no ha sucedido así es por tres motivos: 1.- Porque el personaje carece de moral. Ni siente ni padece. Su única brújula es una extrema amoralidad táctica. Todo vale. 2.- Porque la democracia española no funciona bien. No existe la exigencia ética necesaria para mantener el juego limpio y purgar a los gobernantes corruptos. Nuestra sociedad así lo ha consentido. Carecemos del estándar moral de británicos o alemanes, por poner dos claros ejemplos. 3.- Porque nuestros padres constituyentes, a diferencia de los de Estados Unidos, no supieron prever que a veces un sistema político tiene que enfrentarse a mandatarios desaprensivos, peligrosos, y se necesitan unos bien pensados contrapesos para pararles los pies.
La comparecencia de Sánchez fue una macabra tomadura de pelo. Cuando había corrupción con Rajoy, su conclusión era que el presidente tenía que ser desalojado. Pero cuando la corrupción es suya, y elevada al cubo, el gobernante queda al margen de toda responsabilidad con la delirante excusa de que «esto no va de mí ni del PSOE».
Lo que es corrupción y no lo es queda definido al gusto y conveniencia del autócrata. Acepta Sánchez –¡qué remedio!– que lo de sus cacos Cerdán y Ábalos es corrupción. Pero se nos pone estupendo cuando se llega a su mujer, su hermano y su fiscal. Eso ya no es corrupción. Ahí vuelve el autócrata a la consigna de «los bulos» de la conjura ultra. Es exactamente la misma expresión que utilizaba para reafirmar a Cerdán hasta anteayer (hace tres semanas acusó a Feijóo de «difamar a personas» honestas cuando osó preguntarle por él en una sesión de control). Es también una coña marinera que diga que se enteró en la mañana del jueves de las andanzas de Cerdán. Lo veo un poco despistado, le conviene leer más El Debate (y mentir menos, pues es imposible que Marlaska no hubiese oído trompetas y no lo hubiese alertado, amén de que la prensa libre venía avisando).
Limitar el caso al PSOE es otro engaño al público. No, Sánchez, no: aquí se robaba desde el corazón de tu Gobierno, en las obras públicas del ministerio de mayor capacidad de gasto. Es la corrupción sentada en tu consejo de ministros.
Por último, el tipo pretende continuar hasta 2027 y no adelanta las elecciones porque dice que no se puede comprometer «el proyecto de avance del Gobierno progresista»... que consiste en una parálisis total, que hace que llevemos dos años sin Presupuestos, la herramienta básica de todo Ejecutivo.
Una situación de liquidación por derribo, con presidente quemado, embadurnado de lixiviados por los cuatro costados. En cualquier país normal, Sánchez ya estaría en casa hace tiempo. Pero ya saben, Manual de resistencia –ahora Manual de Sirvengüencería– y tira millas. En la comparecencia de Ferraz, donde por primera vez lo vimos sudar, quedó pintado el retrato descarnado de un político que carece de cualquier tipo de sentido moral.