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Un mundo felizJaume Vives

Una aventura extraordinaria

El mundo, agobiado por tanta fiesta ruidosa y alucinante pero aburrida, se pierde la mejor de las fiestas. Y dentro de treinta años, lo que ahora parece una fiesta se convertirá en un funeral, en una explosión de soledad. Soledad dolorosa por haber sido fruto de una decisión personal y familiar, no de algo sobrevenido

Tenemos la suerte de hallarnos entre ese exótico y residual sector social en el que nuestros amigos esperan el quinto, el sexto, incluso el séptimo hijo.

No es que naden en la abundancia, no, pero sienten cierta predilección por el riesgo y la aventura. Asumen que, a las complicaciones que conlleva siempre la propia vida, se añadirán algunas más.

Tener que movilizar a un equipo de fútbol sala, a veces —o siempre—, es agotador. Desayunos, comidas, pañales, pijamas, zapatos, viajes… Llegarán tiempos más descansados en lo físico, que no en lo espiritual, pero cuando el mayor de seis hermanos tiene siete años, poco tiempo queda para el nirvana.

Muchos mirarán con horror —en el mejor de los casos con compasión—, a esas familias que han elegido vivir en una batalla constante, pero la realidad es que la aventura vale la pena, la experiencia lo demuestra.

Es suficiente que se reúnan tres de esas familias exóticas y residuales para tener la fiesta asegurada. Veinte niños correteando arriba y abajo, rompiendo cosas, investigando, inventando juegos, enfadándose, imaginando aventuras fantásticas… Es imposible que los padres se aburran. Los niños llenan cada rincón, no queda espacio para las miserias. El plan más anodino se convierte en una peripecia trepidante.

El mundo, agobiado por tanta fiesta ruidosa y alucinante pero aburrida, se pierde la mejor de las fiestas. Y dentro de treinta años, lo que ahora parece una fiesta se convertirá en un funeral, en una explosión de soledad. Soledad especialmente dolorosa por haber sido fruto de una decisión personal y familiar, no de algo sobrevenido.

Y dentro de treinta años los hijos de esas familias exóticas y residuales poblarán el mundo y lo gobernarán. Y entonces se darán las condiciones sociales, culturales y políticas para que una mayoría vuelva a querer para sus vidas esta aventura extraordinaria que, por otro lado, es lo natural en el hombre si no vive anestesiado y confundido.

Dentro de algunos años muchos odiarán todos los países que visitaron porque verán en ellos los altares donde sacrificaron a los hijos que nunca quisieron traer al mundo. Descubrirán que haber paseado por calles con olor a curry y gandulear en un hotel con una pulserita mágica, no fue ninguna aventura extraordinaria. ¡Lástima que para entonces ya será tarde!

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