El orgullo no se celebra
Y por supuesto que a las personas se las respeta, ¡faltaría más! Da vergüenza tener que escribir algo tan obvio. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia, por mucho que algunos —incluso católicos—, pretendan hacernos creer lo contrario y se dediquen a pedir perdón por algo que nunca fue norma, ni de facto ni de iure
Dentro de pocos días las banderas multicolores coparán, con honrosas excepciones, la totalidad del espacio público. Será difícil caminar sin empacharse con el batiburrillo cromático que se colará en los rincones más insospechados de nuestra geografía.
Las gasolineras se engalanarán, en las grandes consultoras empezarán las neuróticas turras acostumbradas y repartirán colgantes para las tarjetas identificativas con el correspondiente arco iris multicolor.
Las grandes marcas sacarán a relucir todo su arsenal publicitario, cambiando sus imágenes de perfil en redes sociales —excepto en las delegaciones ubicadas en países árabes—.
Habrá simulacros de procesiones por las calles, donde el mal gusto será el protagonista sin que nadie se atreva a rechistar. Las fiestas serán un desparrame todavía mayor al habitual que escandalizaría al griego más promiscuo.
Y todo bajo el estandarte del orgullo, el pecado que nos condenó a ganarnos el pan con el sudor de la frente. El pecado que puso enemistad entre el hombre y la mujer, entre padres e hijos. El pecado que nos mandó a todos al garete. El mismo Dios vino a este mundo para salvarnos, aceptando una muerte humillante, una muerte de cruz.
Parece por tanto más razonable que el próximo mes de junio lo dediquemos a profundizar en el conocimiento y amor al Sagrado Corazón de Jesús, como se viene haciendo desde el pontificado de Pío IX, en el siglo XIX. Más si cabe, teniendo en cuenta que este año celebramos los trescientos cincuenta años de las apariciones del Sagrado Corazón a santa Margarita María de Alacoque.
Bastante más razonable eso que seguir cavando el hoyo que nos ha llevado adonde estamos hoy. Todavía podemos llegar más abajo, no subestimemos el poder destructor del orgullo.
Y por supuesto que a las personas se las respeta, ¡faltaría más! Da vergüenza tener que escribir algo tan obvio. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia, por mucho que algunos —incluso católicos—, pretendan hacernos creer lo contrario y se dediquen a pedir perdón por algo que nunca fue norma, ni de facto ni de iure.
San Felipe Neri trabajó con jóvenes que procedían de ambientes muy corrompidos y con grandes desórdenes sexuales. Lejos de rechazarlos, siempre los acogió.
También san Carlos Borromeo trató con clérigos que llevaban una vida sexual desordenada., pero lejos de rechazarlos, los invitó a reformarse, a llevar una vida de oración más intensa, los acompañó y fundó casas de retiro donde acogerlos. Hoy es el patrón de catequistas y seminaristas.
Santa Catalina de Siena en El Diálogo, nos exhorta en repetidas ocasiones a corregir el pecado sin rechazar al pecador.
Celebrar debidamente el mes del Sagrado Corazón es un deber de la Iglesia y de los católicos. Los santos así lo hicieron, rechazando siempre el pecado y abrazando al pecador. No hacer lo mismo es falsa caridad y falsa misericordia.
Quienes desde la Iglesia, participan de esa explosión de colorines, organizando charlas, lanzando mensajes confusos en redes y adornando incluso sus parroquias, están muy lejos de lo que la Iglesia ha hecho y ha enseñado, muy lejos de los santos y por descontado muy lejos de la auténtica misericordia de Dios, que abomina del pecado y ama profundamente al pecador.