El gran apagón
Las películas nos han hecho creer que los ataques de falsa bandera, los complots y los asesinatos de civiles inocentes motivados por luchas económicas o de poder eran algo propio de la ficción, pero la realidad nos está demostrando que estábamos equivocados
Desgraciadamente no tengo ni la más remota idea de cuáles fueron las causas del gran apagón en España y otros países vecinos el pasado lunes. Es una humillación a la que ya llevamos tiempo acostumbrados, nos es imposible alcanzar la verdad sobre los conflictos y el caos que imperan en el mundo.
Sin duda hay causas más probables que otras y factores que, teniendo en cuenta la lucha por el poder y el dinero, parecen más razonables que otros. Eso nos puede ayudar a entender muchos de los acontecimientos que se están dando en Oriente Medio. Pero siempre quedará la duda.
De todas las posturas que uno puede adoptar, la que me parece más rocambolesca y menos plausible es la oficial, la que cacareaban el lunes todas las emisoras de radio. Salió el doctor, como de costumbre, a pedir calma y decir a los indocumentados ciudadanos que creer en las teorías de la conspiración sería un gravísimo error.
No tengo ni idea de si ha sido un ataque, un problema de tensión o que alguien se dejó la plancha enchufada, pero lo que la experiencia reciente constata es que los conspiranoicos ‒los primeros contra quienes arremetió el doctor Sánchez en su primera comparecencia pública‒ llevan demasiados aciertos. Muchos más de los que quisieran.
Lo vimos con el COVID en general y con las vacunas en particular, con la gestión de la gota fría y con las ayudas a Canarias después del volcán, inexistentes por supuesto. Parece que sí había unas élites que tenían esclavas sexuales y sodomizaban a niños, eso tampoco era conspiración. Suma y sigue.
Las películas nos han hecho creer que los ataques de falsa bandera, los complots y los asesinatos de civiles inocentes motivados por luchas económicas o de poder eran algo propio de la ficción, pero la realidad nos está demostrando que estábamos equivocados.
Como decía, desconozco las razones del gran apagón ‒que hace unos meses las élites de este país negaban categóricamente, considerándolo imposible‒ pero, visto lo visto, es criminal que, quienes cacarean en el Equipo de Opinión Sincronizada y en el Gobierno de los más ineptos, estén preocupados por las fake news, y digan que esos discursos conspiranoicos ayudan a la extrema derecha y unas cuantas sinvergonzonerías más.
Mejor harían ‒especialmente quienes desde la prensa vomitan estas tonterías‒ callando y dejando tranquilos a quienes, una vez más, han tenido razón. Pero para ello tendrían que conservar algo de vergüenza y sentido del ridículo.
Y, aunque de momento no conozcamos las causas ‒incluso aunque nunca las lleguemos a conocer‒, hemos podido comprobar que es mejor tener dinero en metálico que no tenerlo, mejor un coche de gasolina que una bomba eléctrica, mejor tener familia que pasar la noche solo a oscuras, mejor una chimenea que una estufa, mejor una guitarra que un altavoz y mejor una casa que un octavo piso. En muchos aspectos sería mejor vivir como nuestros abuelos, haya o no haya tercermundización.