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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Orejas

Diez días más tarde, después de treinta duchas, cada vez que cambiaba de lado mi cabeza, la almohada lo hacia pegada a mis orejas

La delgadez que sobreviene a una actividad mínima, la de Almeida, por ejemplo, que se está reponiendo de su embarazo y maternidad, nos devuelve a tiempos felices. Hasta 1992, el que escribe era un joven apuesto y atractivo con unos apéndices auditivos sobresalientes. Con la delgadez, he vuelto a tener orejas de soplillo. En el colegio del Pilar, don Genaro, nuestro santo profesor de francés, si me sorprendía hablando con mi compañero de pupitre le preguntaba a Vázquez, que por el orden alfabético fue mi compañero de mesa durante años. «Vázquez, informa al resto de la clase lo que le ha dicho el repelente Orejas». Pero no me afectaba, porque en casa me llamaban Zopaz – mi dificultad en pronunciar la «s» y «Orejas». En mi Primera Comunión, al pronunciar mi renuncia a Satanás, mis familiares se rieron: «Renuncio a Zatanaz, a zuz pompaz y a zuz obras, y prometo zeguir a Jezucrizto por ziempre, jamáz, amén». El sacerdote, el jesuita Padre González, con gran sentido del humor remachó. «Que azí zea».Volví el rostro, y hasta mi madre, y madre sólo hay una una como recordé días atrás, con la madre de Perico en La Mareta, no sabía como detener su risa. Doloroso, pero superable.

En 1991 me presenté con un grupo de madridistas románticos a la presidencia del Real Madrid con Ramón Mendoza de contrincante. Perdí por pocos votos y Florentino Pérez, años más tarde, me demostró que mi candidtura había vencido, porque a Mendoza le votaron, gracias a las argucias de Lorenzo Sanz, más de seis centenares de socios fallecidos que aún no habían sido dados de baja en el censo. Todos los días recibía ánimos y apoyos de los Ultrasur. «Te vamos a cortar las dos orejas», «puto Dumbo», y más mensajes alentadores. Me hice unas fotos con un alemán con apellido de genio vienés, Strauss, para mis carteles de propaganda. Mientras su mujer me maquillaba (mejor que a Sánchez), el artista buscaba planos y en un momento dado le susurró algo en alemán. Noté dos riachuelos viscosos por la parte trasera de mis orejas, llegó el alemán, y «plaf», me las pegó. Protestó mi Junta Directiva. En esa indiscreta situación, me limpiaron las zonas posteriores de las orejas. Soy de posturas cambiantes en los sueños. Diez días más tarde, después de treinta duchas, cada vez que cambiaba de lado mi cabeza, la almohada lo hacía pegada a mis orejas. Y al fin se publicó el póster, con mis orejas originales y todos los carteles fueron pintarrajeados de orejas descomunales que agredían a las miradas de los viandantes.

No me gusta verme. Me tengo muy visto. Pero ayer, mientras me afeitaba me reencontré con mis queridas orejas de soplillo. La delgadez ha liberado mi rostro y me siento joven y renacido. Creo que no hubiera sido un mal presidente del Real Madrid, pero reconozco que con aquellas orejas se limitaba mi triunfo. Años más tarde, Ramón Mndoza y el Orejas comíamos con frecuencia el arroz de Casa Benigna, y nos divertíamos contándonos detalles de aquella aventura.

Hoy he vuelto a ser el que era.

Y me miro más al espejo.

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