Uno, dos, tres y cuatro
Este que escribe, cuando va a una montería, lleva un morral que parece una farmacia. Desde esparadrapos a medicamentos relacionados con las evacuaciones, pasando por un producto que cauteriza la cuchillada de un jabalí malhumorado por recibir una bala trasera
La Infanta Teresa era muy campera y aficionada a las monterías. Las monterías de antaño, si asistía una persona de la realeza, esmeraban los diferentes condumios con platos afrancesados de la nobleza de sus tiempos. En la actualidad, las maravillosas migas han terminado con los alardes culinarios. La Infanta era desmedida en sus digestiones, de ahí que sólo le acompañaba al puesto su dama de confianza, y ningún secretario. No pretendo rozar la escatología, pero ella siempre iba preparada para padecer en la soledad del campo desajustes digestivos, con su leal dama, la marquesa de Diez Torres.
Ilustración de Barca
La Infanta vigilaba el tiradero, y volviendo el rostro hacia su dama susurraba «Uno». Inmediatamente la dama de compañía le procuraba papel higiénico para desbrozar de líquidos sus zonas delanteras. Si susurraba «Dos», la marquesa de Diez Torres acudía solícita a limpiar el trasero de la Real deposición. El «Tres» era más complicado. Se trataba de una repentina alteración intestinal que desembocaba en colitis. Lo contrario que «Cuatro», anuncio de estreñimiento total. Para mitigar las molestias del «Cuatro», la marquesa de Diez Torres le ponía una lavativa, y apenas cinco minutos más tarde, después de plom, cataplom, pom, pom, se dedicaba exclusivamente a la caza, en la que destacaba por su pericia y puntería. Eso sí, cuando sonaban las caracolas de recogida de las rehalas, dejaba el puesto como un muestrario excremental.
No era una excepción. En las monterías el complejo intestinal se altera, y entre el yeyuno, el íleon y el recto, se entabla una batalla en la que pierde siempre el montero. Ese tambaleo del jabalí, esa arrogancia galopada del viejo venado, ese tirador novísimo que dispara al gamo y se carga a un podenco, ese zorro silencioso que pasa junto al puesto y cuando el montero se dispone a abatirlo, el zorro ya le ha dedicado un corte de mangas con la cola y sigue su vida. Como un montero dijo: «La montería es maravillosa, las copas antes de cenar, las partidas de mus, el reencuentro de los amigos… Si no fuera por las cuatro horas que te obligan a soportar la lluvia, el viento y el frío, la montería sería perfecta».
Este que escribe, cuando va a una montería, lleva un morral que parece una farmacia. Desde esparadrapos a medicamentos relacionados con las evacuaciones, pasando por un producto que cauteriza la cuchillada de un jabalí malhumorado por recibir una bala trasera. Pero no alcanzo a la Infanta Teresa en ninguna de sus glorias.
Descanse en paz con el uno, el dos, el tres y el cuatro.