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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Es una salvajada, pero no un genocidio

Sánchez, de capa caída y con roña corrupta hasta las cejas, busca aire sumándose de manera hiperbólica a la campaña de la izquierda mundial contra Israel

Act. 09 sep. 2025 - 13:49

El judío polaco Roman Polanski, que ha cumplido ya 92 años, es un excelente director de cine que ha tenido una vida complicada. Ofreció su sensacional canto del cisne con El Pianista, película de 2002 que le valió la Palma de Oro y un óscar (luego todavía entregaría en 2010 un título muy interesante, El Escritor fantasma, agudo retrato de los remolinos de Tony Blair, pero ya a otro nivel).

El Pianista cuenta la historia real de un músico judío, Władysław Szpilman, superviviente del Gueto de Varsovia. A Polanski el asunto le removía el alma y la memoria, porque su madre murió gaseada en Auschwitz y su padre fue llevado a Mauthausen. Él se salvó merced a la ayuda de una valiente familia católica polaca y se pasó la guerra medio escondido. Aquel niño fue testigo de los horrores de la persecución a los hebreos y del estrago de Polonia por los nazis, que mataron a la quinta parte de su población. Se calcula que fueron asesinados tres millones de judíos polacos, el 90% de los que vivían allí antes de la invasión alemana.

El impresionante cartel de la película El Pianista me resultó sobrecogedor en su estreno: un pequeño hombre aparece solo y desvalido en el vacío espectral de una avenida del Gueto de Varsovia, sembrada de edificios en ruinas, destrozados por las armas.

En un sarcasmo trágico de la historia, ahora vemos imágenes muy parecidas en las calles de Gaza, arrasadas por los bombardeos israelíes. Israel está cometiendo allí salvajadas, excesos que merecen una necesaria condena que le ha llegado ya de todas partes, incluido el Papa. Pero no está llevando a cabo «un genocidio», como ha recalcado Sánchez de manera histriónica e hiperbólica en una absurda alocución especial desde la Moncloa (se dio la desgraciada casualidad de que coincidió con un atentado de terroristas palestinos en Jerusalén, donde mataron a seis civiles en un parada de autobús, entre ellos un español, aunque esas víctimas no parecen importar al maniqueo Gobierno que padecemos, pues Sánchez le dedicó 20 segundos).

Israel está en guerra contra Hamás, una milicia yihadista que operaba como peón mortífero de Irán. Hamás fue quien inició la actual contienda con su atroz matanza del 7 de octubre de 2023. Hamás, a quien el Gobierno radical español está apoyando de facto, podría acabar la guerra mañana mismo liberando a los rehenes y entregando sus arsenales. Hamás se encuentra en las antípodas de los valores que conforman lo que todavía llamamos Occidente. Hamás ha abrazado un suicidio fanático, en el que está utilizando a su propio pueblo como rehén y como escudo humano.

Pero al tiempo es cierto que la respuesta del Gobierno de Israel, la única democracia de la zona, ha sido en muchas ocasiones salvaje, excesiva. Algunas de sus atrocidades podrían ser evaluadas incluso como posibles crímenes de guerra. Y aún así hay que decir que Israel no está cometiendo «un genocidio», como sostiene Sánchez. Quemado y con la roña hasta las cejas, busca oxígeno tratando de ponerse al frente de la gran pancarta de la izquierda mundial en este momento (ese mismo «progresismo» que no tiene ni una palabra de queja ante las barbaridades de Putin en Ucrania).

Genocidio es el exterminio sistemático de un grupo humano por motivo de credo religioso, nacionalidad, etnia o móviles políticos. Es decir: hacer desaparecer a un pueblo, intentar eliminarlo de la faz de la Tierra. Genocidio fue el de los nazis contra los judíos, llevado a cabo con una maquinaria de la muerte casi industrial. Genocidio fue el del comunista Pol Pot en Camboya, que mató a un tercio de la población con un delirio marxista que pretendía una suerte de retorno al mundo primitivo. Genocidio fue el de Stalin en el Holodomor de los años treinta, cuando provocó una hambruna por motivos políticos que mató a millones de personas.

Israel está en guerra. Ha cometido en ella algunas acciones execrables y con su campaña bélica ha sometido a la población de Gaza a unas condiciones muchas veces infrahumanas. Pero si los israelíes son unos genocidas, serán los primeros de la historia que al tiempo se ocupan de enviar a sus víctimas la comida y el agua que les permiten seguir viviendo. Por no decir que dado el pequeño tamaño del territorio de Gaza y la tecnología bélica punta que posee Israel, si el objetivo fuese exterminar a los gazatíes no llevarían dos años empantanados allí en una guerra que a ellos también les cuesta vidas.

Sánchez es un populista de izquierdas. Su política exterior es acorde a su decantación radical y sus lamentables aliados, incluido el partido que fundó una banda terrorista antiespañola. Él y su pomposo ministro del ramo nos han situado más cerca de China que de Estados Unidos y más próximos a Hamás que a Israel. De propina, en Hispanoamérica somos cortesanos de la órbita de Lula y el actual consejero áulico sanchista, Zapatero, opera de embajador oficioso de la narcodictadura de Maduro.

Sánchez concluyó su Aló Presidente con una gastada muletilla de Obama: «Estamos en el lado correcto de la historia». Es decir, ahora resulta que lo «correcto» es hacerle el caldo gordo a una milicia fundamentalista musulmana, que en realidad es la culpable última de los horrores de la atormentada Gaza.

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