'Make Spain work again'
Para rematar esta sensación de que España cada vez funciona peor, el viernes pasado el Gobierno anunció orgulloso que ya hay 2,3 millones de personas cobrando el Ingreso Mínimo Vital. Como si fuera motivo de celebración. Como si el aumento de la dependencia estatal fuera un logro, y no un síntoma de fracaso
En los últimos meses me han robado tres veces. Hace tres meses entraron en mi casa y se llevaron las pocas joyas de mi mujer. Poco después, me abrieron el coche y se llevaron un reloj para hacer deporte. Y hace pocos días, me robaron el casco de la moto, que estaba atado con candado.
No soy el único. Sólo en mi entorno inmediato, hace menos de una semana, a mi amigo Manuel le robaron el coche en un aparcamiento de un centro comercial a las afueras de Madrid. A otro amigo, Nacho, en agosto le reventaron la puerta de su casa y, lo mismo que a mí, se llevaron las joyas de su mujer y su reloj, regalo de su pedida de mano.
Historias así ya no son anécdotas aisladas sino que se están convirtiendo en el pan de cada día. Un informe de este mes del Departamento de Seguridad Nacional reconoce que la inseguridad ha aumentado en España. Los datos del Sistema Estadístico de Criminalidad del Ministerio del Interior también son inquietantes: si se comprueban las series anuales, los homicidios, hurtos, robos con fuerza, delitos contra la libertad sexual y muchos más no han dejado de subir en los últimos años.
Pero no es solo eso. El otro día tuve que coger un tren y ¿adivinen qué? Un retraso de dos horas. Antes, los trenes en España eran orgullo nacional y garantía de puntualidad. Ahora, cualquier persona prudente que tenga una necesidad de llegar puntual a algún destino casi prefiere viajar en coche.
Este verano vimos incendios descontrolados, falta de medios, coordinación mínima entre administraciones, escasez de helicópteros y aviones. Algo parecido ocurrió hace unos meses con la dana. O con el volcán de La Palma. Desastres naturales que, sí, son inevitables… pero cuyas consecuencias se agravan por un Estado que no está. Que no actúa. Que no responde. Que no sabe hacer las cosas más esenciales.
Para rematar esta sensación de que España cada vez funciona peor, el viernes pasado el Gobierno anunció orgulloso que ya hay 2,3 millones de personas cobrando el Ingreso Mínimo Vital. Como si fuera motivo de celebración. Como si el aumento de la dependencia estatal fuera un logro, y no un síntoma de fracaso. Cada vez más gente que necesita una limosna del Estado para sobrevivir. Cada vez menos gente capaz de ganarse la vida por sí misma. Y lo celebran.
¿Qué narices está pasando? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué estamos, poquito a poco, dirigiéndonos hacia una España peor y no mejor?
Hemos dejado que el país se estropee. Hemos normalizado que las cosas no funcionen. Hemos asumido que lo básico (seguridad, justicia, emergencias, transporte) puede fallar y no pasa nada. Hemos comprado el discurso de que el Estado debe ocuparse de todo… justo cuando ni siquiera es capaz de hacer lo mínimo.
Me duele, profundamente, ver que en España los temas que ocupan atención son las saunas gais del suegro del presidente y las concesiones continuas a los separatistas, mientras que, en la calle, la inseguridad aumenta, la vivienda es inaccesible (salvo que la okupes, claro) y el talento se marcha al extranjero.
Estamos tan intoxicados por las continuas burradas de este gobierno, por las peleas políticas, por la basura mediática que se nos ha olvidado pedir lo básico: un país que funcione. Que funcione, simplemente. Donde los trenes salgan a su hora. Donde no te entren a robar tres veces en seis meses. Donde un incendio se controle con eficacia. Donde la justicia no tarde diez años en dictar sentencia. Donde quien se esfuerza y trabaja pueda salir adelante sin depender de una ayuda pública.
No sé ustedes, pero yo estoy harto. Estoy hasta las mismísimas narices de que España, un país que tiene un potencial infinito, vaya a peor por culpa de una clase política nefasta, de un electorado aborregado, desinformado y desinteresado, y de unos medios serviles.
Yo no aspiro a un país perfecto. Ni quiero que el Estado lo haga todo. Al contrario: quiero un Estado que funcione donde debe, y que no moleste donde no debe. Que garantice seguridad, justicia, servicios esenciales. Y que deje que el resto lo construyan las personas, las familias, las empresas.
Me conformo con ese poco; con un país que funcione. Y, sinceramente, creo que esa debería ser la gran causa nacional. Ni más estatismo, ni más feminismo, ni más progresismo, ni más separatismo, ni más gilipollismo. La gran revolución pendiente es volver a lo básico: hacer que España funcione.
Make Spain Work Again.