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El ojo inquietoGonzalo Figar

La gente que me da esperanza

Me da esperanza mi prima María. Una chica de mi edad, lista, guapa, con todas las facilidades del mundo, que lleva más de diez años consagrada al servicio de los sintecho en Madrid. Día tras día, noche tras noche, cuidando a los que no tienen nada

Mi tía Mamen siempre me dice: «Tus artículos me gustan, pero… ¿no podrías escribir uno que dé un poco de esperanza?». No le falta razón. Como suelo escribir de política, los textos me salen críticos, desesperanzados, incluso rabiosos. Pero claro, uno ve el gobierno que tenemos, el desastre moral, la podredumbre institucional y, encima, ve que la mitad de España les volvería a votar… No hay mucho espacio para la esperanza.

Pero es que mi tía y yo estamos buscando la esperanza en el lugar equivocado. No creo que debamos tener ninguna expectativa de encontrarla en la política, en el sistema, en nuestros supuestos líderes, o en ningún partido o gobierno.

Kike Figaredo, misionero jesuita, siempre explica que él encontró a Dios en la gente. Cuando era joven, se dio cuenta que Dios no estaba en ningún lugar lejano o místico, sino entre nosotros, en las personas. Que cuando ves a alguien sufriendo, ahí está Dios. Y cuando ves una muestra de amor en alguien, ese es Dios, también.

Siguiendo el descubrimiento de Kike –pero aplicado a mi ínfimo nivel de fe y de análisis– le diría lo mismo a mi tía: que la esperanza también está en la gente, no en la política. En las personas concretas. En las que tenemos cerca, las que conocemos y nos demuestran, con sus valores, su actitud y sus capacidades, que sí hay futuro para España.

A mí me da esperanza gente como el propio Kike. Lleva toda su vida en Camboya, entregado a los más pobres, levantando de las ruinas de la guerra una diócesis entera que cuida, apoya y acompaña a miles de personas. Y todo lo hace con una sonrisa enorme y con amor. Siempre con amor.

Me da esperanza mi prima María. Una chica de mi edad, lista, guapa, con todas las facilidades del mundo, que lleva más de diez años consagrada al servicio de los sintecho en Madrid. Día tras día, noche tras noche, cuidando a los que no tienen nada. No solo dándoles comida o cama: dándoles dignidad, cariño, esperanza. Si uno ve lo que hace María, no puede no creer en la bondad.

Me dan esperanza Garza, Ramón, Chavito y Adela. Personas a las que he visto sufrir. Sufrir por cosas de las que te dejan sin aire. Y jamás una queja. Jamás una mirada de autocompasión. Solo serenidad, alegría, aceptación. La dignidad, entereza y actitud con la que han afrontado la adversidad es una de las grandes lecciones que me he llevado, de momento, en mi vida. Con la actitud que ellos tienen, levantaríamos este país en un pis pas.

Me da esperanza la gente de familia. Esos que siempre piensan primero en sus hijos, en sus mujeres y maridos. Que saben que la familia es lo más importante en la vida. Los que viven con lealtad, sacrificio y amor permanente hacia otros. Miguel, Nacho, Alfonso, Antonio, mi tío Borja, mi primo Fer y muchos más. Personas que conozco, como todos vosotros conoceréis a muchos otros, que si tienen que dar la vida por los suyos, lo harían sin pestañear. En ese amor veo futuro para España, porque toda esa gente no va a permitir que sus hijos hereden un país peor.

Me da esperanza ver a gente luchadora, gente que se esfuerza por encontrar oportunidades allá donde las haya. Tengo tres hermanos –uno en Paraguay, otro en Singapur, otro en Corea– que están lejos de casa, trabajando, peleando por construir un futuro prometedor para sus familias. Y, creedme, son todos muy españoles y todos querrían estar aquí, pero se han ido ahí a luchar. Su lucha me dice que este país no está condenado.

Me da esperanza ver a mis amigos emprender, aunque este país se lo ponga todo en contra. Aquí emprender es casi un delito: te fríen a impuestos, a trámites, a regulaciones, y nadie te valora. Y aun así, ahí están: Juanmi y Javi, sacando adelante su casa de inversión con trabajo y honestidad. Pablo, Felipe y Guillermo, trabajando por construir una empresa que navega a caballo entre dos de los sectores donde más populismo, demagogia y regulación hay: la vivienda y el turismo. Ángela, esforzándose hasta la madrugada para sacar adelante su estudio. Cuando los veo, pienso: España tiene futuro, porque ellos lo están construyendo.

Si miro a personajes públicos, me atraen muy pocos. Pero algunos hay. Aunque sea muy cliché, Rafa Nadal, por ejemplo. Ya he escrito sobre él. Esfuerzo, humildad, grandeza. Todo. Teresa Perales, otra. Un ejemplo vivo de cómo las barreras están para saltárselas, si tienes fuerza y determinación. Si ellos existen y son españoles, es que en España hay material para luchar y triunfar.

Y –lo digo bajito– pero también me da esperanza algún político, o expolítico, más bien. Por ejemplo, tengo la suerte de conocer a María San Gil. María es coraje, es firmeza, es claridad, es humildad. Si este país tuviera algunas Marías más, seríamos una potencia económica, social y moral.

Así que sí, tía Mamen. Hay esperanza. Pero no debemos buscarla en la política, ni el sistema, ni en ningún líder advenedizo. La esperanza está en la gente buena, la gente normal y humilde de nuestro alrededor. Ellos son los que me hacen pensar que podemos dejarles un buen país a nuestros hijos.

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