Principios para un futuro post-Sánchez
La izquierda ha jugado a dividirnos, legitimando al separatismo, blanqueando a los herederos del terror y convirtiendo la identidad nacional en una sospecha. Hay que acabar con eso. España no es un invento, ni un problema: es la única garantía de convivencia, prosperidad y libertad
Sánchez va a caer. No sé si será dentro de un mes, acosado por los sucesivos escándalos, dentro de un año o de dos, pero caerá. Mi apuesta es que aguantará hasta el final de la legislatura, porque su última y única línea de defensa es mantenerse en el poder. En todo caso, Sánchez dejará la Moncloa y, ese día, la alternativa debe estar preparada para gobernar desde el minuto uno.
Destruir es fácil y rápido; construir, en cambio, exige claridad de ideas, empuje y tiempo. Y Sánchez ha destruido mucho. Por eso, cuando el ciclo termine, la alternativa tiene que estar lista y debe ponerse manos a la obra sin la más mínima dilación. Me da igual si esa alternativa es una coalición, un gobierno en minoría o una mayoría absoluta: lo importante es que haya un plan claro, firme y listo para implementarse. La España que nos deja Sánchez es una España desfigurada y, para reconstruirla, no valen los paños calientes ni las reformas cosméticas; hacen falta principios claros, prioridades innegociables y coraje político.
En mi opinión, hay cinco grandes pilares sobre los que debe levantarse el futuro post-sanchista: el pilar institucional, el ideológico, el económico, el administrativo y el identitario.
La primera urgencia es institucional. España necesita recuperar unas instituciones limpias, creíbles e independientes. Sánchez ha colonizado el Estado con una mezcla de sectarismo y clientelismo. El Constitucional se ha convertido en un apéndice del Gobierno. La Fiscalía, en un despacho de abogados del PSOE. Las empresas públicas, en agencias de colocación. El CIS, en una herramienta de propaganda. Y así todo. Esa podredumbre hay que revertirla. Y eso empieza por despolitizar los órganos constitucionales, desmantelar los chiringuitos y reforzar los contrapoderes que protegen al ciudadano frente al poder. Necesitamos instituciones inclusivas, en el sentido clásico: que trabajen para todos, no para la élite del momento. Sin una justicia independiente, una administración neutral y una sociedad civil fuerte, no hay democracia real que valga.
El segundo pilar es el ideológico. El gobierno socio-comunista ha impuesto una agenda ideológica radical, dogmática y emocionalmente chantajista. Nos han dicho que quien disiente es un facha, que el pasado debe reescribirse con odio y que la biología es una construcción social. Nos han metido en la cabeza que nuestra identidad es nuestro grupo y que los grupos estamos enfrentados en masa; hombres contra mujeres, ricos contra pobres, derecha contra izquierda. Nos han dejado aberraciones como la ley trans, el «solo sí es sí» y una memoria histórica sectaria que abre heridas para cerrar bocas. Basta ya de ingeniería social 'wokista'. Todo eso hay que desmontarlo, no por venganza, sino por higiene moral y social. Hay que recuperar el sentido común, la verdad como principio y la libertad como valor.
En tercer lugar tenemos la economía. España lleva veinte años estancada. Nuestro PIB per cápita es hoy prácticamente el mismo que en 2007. Esto significa que, por primera vez en nuestra historia, peligra esa promesa tácita de dejar a nuestros hijos un país mejor del que recibimos. No podemos resignarnos a ser un país de salarios bajos, paro crónico y fuga de talento. No podemos aceptar que emprender sea un castigo y prosperar un pecado. España necesita una auténtica revolución fiscal y productiva: bajar impuestos, simplificar el sistema y dejar de asfixiar a familias y empresas. Necesitamos políticas que premien el trabajo, la inversión, el mérito. Queremos una España desatada, con una economía libre y abierta, porque eso se traduce en empleo, bienestar y oportunidades reales para millones de españoles.
Y esto nos lleva al cuarto pilar, el administrativo. España sufre de un Estado hipertrofiado, caro, ineficaz y entrometido. Un Estado que legisla todo, regula todo, fiscaliza todo. Que convierte cada trámite en una odisea y cada innovación en una sospecha. Que invade la vida de los ciudadanos y de las empresas a base de permisos, licencias, trámites y formularios. Hay que liberar a los españoles de esta maraña. Derogar normas innecesarias, digitalizar procesos, eliminar duplicidades y reducir el peso de lo público donde no aporta valor. La libertad y el progreso pasan por una administración que facilite, no que estorbe. Necesitamos una administración mucho más pequeña pero mucho más eficiente.
El último gran pilar es el identitario. España solo prosperará si sabe quién es. Y eso implica defender la unidad nacional, la igualdad entre españoles y la integración real de quienes llegan. La izquierda ha jugado a dividirnos, legitimando al separatismo, blanqueando a los herederos del terror y convirtiendo la identidad nacional en una sospecha. Hay que acabar con eso. España no es un invento, ni un problema: es la única garantía de convivencia, prosperidad y libertad. Solo habrá futuro si hay una identidad compartida que lo vertebre. Y eso exige integrar bien a quienes llegan: acoger a quienes respetan nuestras leyes y valores, sin tolerar guetos ni relativismo. Sin identidad no hay comunidad, y sin comunidad no hay nación.
Ese es el reto. No basta con echar a Sánchez: hay que desmantelar el sanchismo. Y para eso hace falta coraje, ideas y rumbo. Porque el futuro de España no depende solo de librarse del pasado, sino de atreverse a construir algo mejor. Por favor, PP y Vox, no perdáis esto de vista.