La superioridad moral 'low cost'
El problema no es ya que Marta Nebot haya publicado esta bazofia. El problema es que si la buena de Marta se atreve a escribirlo es porque en sus tertulias, en sus chats de amigos y en sus corrillos de redacción, esta superioridad moral de la izquierda se da por supuesta y se aplaude sin ironía
En las últimas semanas, mientras los escándalos del PSOE han ido creciendo como montañas de basura frente a un vertedero en huelga, toda la cuadrilla mediática subvencionada ha hecho verdaderas piruetas mentales y morales para justificar lo injustificable. Pero entre tanta bobada, la medalla de oro se la lleva un texto firmado por una tal Marta Nebot en ese panfleto llamado Público. El artículo empieza así:
La izquierda tiene estándares morales superiores. Eso nos contamos una y otra vez y tiene sentido. No es lo mismo creer en el bien individual liberal, que en el bien colectivo. No es lo mismo robar cuando se cree en el sálvese quien pueda, que hacerlo cuando se defiende la justicia social para tod@s.
Lo malo es que a veces confundimos eso con los superpoderes. No, la gente de izquierdas no está libre de pecado …
El problema no es ya que Marta Nebot haya publicado esta bazofia. El problema es que si la buena de Marta se atreve a escribirlo es porque en sus tertulias, en sus chats de amigos y en sus corrillos de redacción, esta superioridad moral de la izquierda se da por supuesta y se aplaude sin ironía. Marta escribe así porque sabe que sus lectores le van a comprar el producto sin titubear. El problema no es Marta: el problema es una franja entera de la izquierda que se siente moralmente superior por ciencia infusa, sin pasar la mínima auditoría de hechos ni logros.
Es esa izquierda persuadida de que sólo por tener (en teoría) buenas intenciones ya son buenas personas. No necesitan hechos, ni sacrificios, ni resultados: basta la autoproclamación para colgarse la medalla y ya poder repartir lecciones morales al resto. Es esa gente que vive creyendo que tuitear #stophunger desde el sofá vale más que el misionero que cuida de niños pobres en Kenia o en Camboya; que se cree que con gritar un eslogan vacío como «defiendo a la clase obrera» ya hace más por los trabajadores que el empresario que monta una oficina en Soria y paga veinte nóminas todos los meses.
Es ese tipo de gente que nunca ha sacrificado nada, ni construido nada, ni arriesgado nada pero se autoconcede indulgencia plenaria y reparte carnés de decencia al prójimo. Esa es la superioridad que venden: gratis, instantánea y sin mancharse los zapatos de barro ni un día.
Es esa izquierda que juzga si las ideas son buenas o malas según lo que pretenden, no según lo que logran. Que confunde decir que te importan los pobres con ayudarles de verdad. Para ellos, si algo suena bien es que es bueno, aunque en la práctica perjudique a quienes dice defender. Es la idea por encima de la persona; el discurso por encima de la realidad.
Marta escribe para esa izquierda que sigue empecinada en que el fin justifica los medios. «No es lo mismo robar cuando se cree en el sálvese quien pueda, que hacerlo cuando se defiende la justicia social para tod@s», nos dice la buena de Marta, para deleite de su tribu. Una falacia tan vieja como el diablo, que ha servido de excusa a todos los abusos, a todas las tropelías y a todos los totalitarismos. Porque claro, si el objetivo es lo suficientemente noble —la igualdad, la justicia, la paz—, entonces ya todo vale: mentir, robar, reprimir, corromperse. Lo que haga falta.
Pero no, el fin no justifica los medios. Si lo hiciera, no habría crimen que no pudiera excusarse con un buen eslogan. La civilización se construye justo sobre lo contrario: sobre la convicción de que los medios importan tanto como los fines. Porque si para llegar a tu objetivo necesitas mentir, robar, aplastar o manipular, entonces no defiendes un ideal; te estás aprovechando de él.
Lo más grotesco es que, encima, ni siquiera el fin suele ser noble. Ese supuesto ideal por el que todo se justifica nunca llega. Pero, por en el camino, curiosamente, siempre acaban beneficiándose los mismos: los que mandan, los que reparten, los que más aparentan. En este caso, esa «justicia social» de la que habla la Nebot debe ser el nombre de otra de las «amigas» y «sobrinas» de Ábalos, supongo…
Tampoco se entiende muy bien qué es eso del «bien individual liberal» del que habla nuestra querida Marta. La izquierda se ha inventado una cosa abstracta e imprecisa llamada «bien común» que no nace de la suma de personas libres, sino que se impone desde arriba y contra ellas. Como si el colectivo fuese algo separado de los individuos que lo forman. Y como si el único camino al bien común fuese que unos pocos decidan por todos. Esa es la raíz del colectivismo: sacrificar personas reales en nombre de un supuesto interés general que nadie ha votado, que nadie ha pedido y que casi siempre acaba beneficiando al que lo define. El verdadero bien común no se impone, se construye. Y no se construye contra el individuo, sino gracias a él.
«No, la gente de izquierdas no está libre de pecado», escribe Marta, como si fuera una revelación incómoda que su público necesitara digerir con cuidado. Qué arrogancia moral hay que tener para creerse tan superior al mismísimo concepto del bien y del mal. Marta, claro que podéis ser malos, ser pecadores. Y lo sois.