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El ojo inquietoGonzalo Figar

Sobre Trump y sus aranceles

Trump entiende el comercio internacional como un juego de suma cero. Si Estados Unidos importa más de lo que exporta, cree que alguien se está aprovechando de ellos. Cree que los países con superávit con EE. UU. están «ganando» y América está «perdiendo»

Actualizada 15:42

La semana pasada, Trump decidió cumplir una de sus promesas de campaña y lanzó un torpedo a la línea de flotación de la economía global. Básicamente, le ha metido un palo arancelario a medio planeta: un 46 % a Vietnam, 26 % a India, 20 % a Europa, 34 % a China, 31 % a Suiza… Un arancel global, indiscriminado y desconcertante.

¿Y cuál ha sido la justificación? Trump explicó su decisión con una tabla en la que, según él, detallaba las tarifas que esos países aplican a Estados Unidos. Pero hay un pequeño problema: son todas inventadas. Esas cifras no son aranceles; son el resultado de dividir el déficit comercial de Estados Unidos con cada país entre el valor de las importaciones desde ese país. Un cálculo absurdo, que no se corresponde con ningún tipo de realidad. Si fuera cierto, significaría que Vietnam estaría imponiendo un 90 % de arancel a los productos americanos, o Suiza un 70 %. Algo que, obviamente, no es cierto.

Más allá de las cifras sacadas de la nada, el problema es que estas tarifas son profundamente dañinas. Todos los analistas del planeta coinciden: pueden frenar el crecimiento global, tumbar el comercio internacional y llevar al mundo a una recesión. Para empezar, quienes más lo van a notar son los propios consumidores americanos. Las tarifas no las pagan los gobiernos extranjeros, las pagan los consumidores nacionales. Cada producto importado será más caro. Subirán los precios y se perjudicará el poder adquisitivo de los propios americanos.

¿Por qué, entonces, ha hecho esto Trump, si le puede costar problemas internos? Hay varias razones. La primera es táctica. Trump entiende el comercio internacional como un juego de suma cero. Si Estados Unidos importa más de lo que exporta, cree que alguien se está aprovechando de ellos. Cree que los países con superávit con EE.UU. están «ganando» y América está «perdiendo».

Pero esto no es así. Un déficit comercial es, ante todo, una consecuencia de los patrones internos de consumo, inversión, gasto y ahorro de cada país. Es decir, de decisiones de los propios americanos, no de que nadie se esté aprovechando de ellos. Y el mayor problema económico de Estados Unidos, lo que de verdad deben solucionar, es su deuda pública, que es un problema previo a su déficit comercial.

La segunda razón es laboral. Hay una narrativa muy fuerte en el movimiento trumpista que identifica el declive de la industria americana con la apertura comercial del último medio siglo. Y es verdad que muchas regiones del país han sufrido: el Rust Belt, los Apalaches, la América de clase media obrera… J.D. Vance, hoy vicepresidente, lo ha vivido en sus propias carnes y lo ha contado con brillantez en su libro. Los trumpistas se han propuesto reindustrializar América y devolver esos empleos «robados» por las economías extranjeras a la clase media americana.

Pero están equivocados. Pensar que todos esos empleos van a volver, y que la manera de conseguirlo es a base de tarifazos, es no entender el problema. Porque la realidad es que la industria americana no ha muerto: sigue produciendo casi lo mismo que hace 40 años, sólo que lo hace con menos gente. ¿Por qué? Por la tecnología. Por la automatización. Por la eficiencia. Y, sí, porque es más barato producir fuera. Por eso, aunque pueda volver alguna fábrica, no volverán los empleos. Esa época no va a regresar, y ningún arancel la va a resucitar, menos en la nueva era de la Inteligencia Artificial.

La tercera razón es ideológica. Trump y los suyos detestan el globalismo. Lo ven como un proyecto elitista, desarraigado, que ha debilitado la identidad americana. Ven en los europeos y la OTAN unos socios que se han aprovechado durante décadas del poder militar de EE.UU. Ven años de intervencionismo excesivo y sobreexposición global que solo ha costado vidas y dinero. Ven una inmigración descontrolada, promovida por la narrativa internacionalista. Y en ese paquete meten también el libre comercio. Creen que esa apertura global es parte de la misma narrativa que ha desangrado América y perjudicado sus intereses nacionales.

La cuarta razón es geoestratégica. Es posible que Trump esté usando los tarifazos como una forma de presión general para empujar reformas en otros frentes, principalmente dos: forzar a los países que quieran acceso a EE.UU. a que se distancien de China; y conseguir que los europeos asuman una mayor carga de la defensa global.

Si ese es el plan, la herramienta de los aranceles es torpe, porque el daño directo se lo lleva primero el consumidor americano. Y el daño estratégico, el liderazgo global americano, pues cada vez se ve más como un aliado menos fiable. Además, estas tarifas pueden tener consecuencias geoestratégicas contrarias a las esperadas. En vez de aislar a China, pueden conseguir lo opuesto. Si cierras tu mercado al mundo, el mundo buscará alternativas… y la alternativa se llama China. Europa, el sudeste asiático, América Latina… si Washington les da la espalda, no tardarán en mirar a Pekín.

Vienen curvas en la economía mundial, porque el ego de Trump no le permitirá rectificar. Si yo fuera ministro de Economía o de Exteriores de cualquier país del mundo, me plantaría mañana mismo en la Casa Blanca. A negociar lo que sea, pero que Trump pueda vender algo a su base, pueda sentir que ha sacado alguna concesión.

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