Diane Keaton
Ha muerto, pero entre el Cielo y el celuloide, apenas. Los muertos sólo cambian de plano, como al final de 'La rosa púrpura de El Cairo', cuando el personaje abandona la pantalla y sigue su vida más allá del guion
Tengo serias y felices dificultades para tomarme en serio la muerte, porque creo, para empezar, en la inmortalidad de las almas y, para rematar, en la resurrección de los cuerpos. Por si fuera poco, entremedias, también creo bastante en la eterna juventud que otorgan las artes y las letras. Diane Keaton ha muerto, pero entre el Cielo y el celuloide, apenas. Los muertos sólo cambian de plano, como al final de La rosa púrpura de El Cairo, cuando el personaje abandona la pantalla y sigue su vida más allá del guion.
Mi corazón está con Annie Hall (Woody Allen, 1977), como es natural, porque es una delicia de película y de protagonista, y más si conocieran ustedes a mi mujer, que se parece bastante a Diane Keaton, las cosas como son. También por eso mi alma está con Misterioso asesinato en Manhattan (Woody Allen, 1993), donde entre crímenes y sospechas, se rueda una película sobre el matrimonio, ojo, y hay uno terrible, claro, pero otro feliz, que sortea los peligros y los celos. En Interiores (1978), Keaton demostró que la profundidad también puede tener rostro dulce. En El Padrino sale menos, pero qué bien sale, y qué verdad le da a su papel: basta su mirada para recordarnos que el poder nunca es excusa para dejar de ser humano. En Reds (Warren Beatty, 1981), se permitió incluso el lujo de hacer historia en serio: la actriz cómica convertida en heroína trágica. Y años después, en Alguien tiene que ceder (Nancy Meyers, 2003), probó que la madurez también podía ser argumento y belleza. Con todo, la película que más veo –todos los años tres veces– es Baby Boom (Charles Shyer, 1987).
La veo tanto porque se la pongo a todos mis cursos de Iniciativa Empresarial para arrancar el año. Las razones pedagógicas están más que fundamentadas. En la divertida comedia se narra muy bien la tragedia de la discriminación, no tanto por sexo, con perdón, sino por la maternidad. Se hace una crítica implacable de la ambición profesional y de la avaricia. Y se canta a la familia, a la comunidad, al campo y al beneficio empresarial. Los alumnos, año tras año, grupo tras grupo, salen encantados. Mis razones estratégicas tampoco son mancas. La película, como quien no quiere la cosa, entona la alabanza de la maternidad, del amor auténtico, de la propiedad privada y del señorío sobre uno mismo.
Como la he visto tantas veces, me coloco un poco atrás del aula a rellenar mis fichas de comienzo de curso o a corregir las pruebas para la evaluación inicial, muy concentrado. Pero, a los pocos minutos, Diane Keaton me gana para la pantalla. Vuelvo a verla (la película, pero, sobre todo, a ella).
En casi todos sus papeles conseguía un equilibrio perfecto, pero lo suficientemente inestable para que no perdamos el vértigo, entre el humor y la seriedad. Cuando crees que te la puedes tomar totalmente en broma, zas, lo grave; cuando crees que toca lo profundo, eh, la sonrisa. Ha tenido mucha vis cómica, pero del todo, tanto por lo cómico como por la fuerza. Es el mismo claroscuro que tenía con el descuido y la elegancia, la perfecta sprezzatura. Incluso con la belleza, guapísima, pero sin ser una diosa inalcanzable, tan femenina. ¿He dicho ya que se parece a mi mujer? El último equilibrio es el más complicado, porque conlleva un salto mortal. Tan buena actriz que no se metía en sus personajes, sino que nos los metía a nosotros dentro. La ironía elegante, la ternura detrás de la risa, una modernidad sin nihilismo. Hay en todas sus películas una pedagogía de la gracia.
Salvo el uso que hago, esporádico y espolvoreado, de algunos tiempos verbales en pasado por cumplir con la actualidad, esto no es un obituario. Ya digo que tengo grandes dudas de que la muerte haya afectado demasiado al espíritu de Diane Keaton. Y el año que viene, sin lugar a dudas, seguiré viéndola tres o cuatro veces fundando su empresa Country Baby, paladín de la vida buena. Lo que no quería desaprovechar es esta oportunidad para darle las gracias de todo corazón.