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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Réquiem por Pedro Sánchez; en la batuta, David Azagra

Lo que ha quedado de manifiesto en las urnas de ayer es el hartazgo de los ciudadanos con la política, por lo que crece la abstención, y la fuerza de un voto antisanchista, que rentabiliza más Vox que el PP. Y eso conviene que se analice en Génova con atención

Está más cerca Vox del PSOE (los separan 8 escaños) que el PSOE del PP, que le supera en 10. Esa es la clave de lo que ocurrió ayer. Y abre un periodo político apasionante, que hoy Pedro Sánchez intentará emponzoñar en su temprana comparecencia con el mantra de siempre del alza de la ultraderecha. Pero el partido de Abascal se acerca al suyo peligrosamente –en Badajoz, Almendralejo y Navalmoral de la Mata le supera–, cristaliza un profundo cambio sociológico, y todo en un feudo histórico que nadie osó discutirle nunca al PSOE. Un partido que se desangra, que va a vivir tiempos borrascosos y que marca el comienzo del fin del inquilino de Moncloa.

Pese al triunfo de María Guardiola, que gana un escaño (lo que le permite gobernar en solitario siempre que logre la abstención de la formación a su derecha), la razón por la que adelantó elecciones no se ha visto reforzada por el resultado. Lo que ha quedado de manifiesto en las urnas de ayer es el hartazgo de los ciudadanos con la política, por lo que crece la abstención, y la fuerza de un voto antisanchista, que rentabiliza más Vox que el PP. Y eso conviene que se analice en Génova con atención. Pero el foco está en los dos partidos que le siguen a la baronesa popular. Primero, en la formación a la derecha del PP, que ha tenido un resultado formidable, duplicando su peso parlamentario. Ahora queda por ver cómo articulan los dos partidos una relación que no se convierta en un campo de batalla, a mayor gloria de la manipulación sanchista.

Pero la vista está puesta ya en los socialistas, con un hundimiento histórico de más de un tercio de sus votos. Y de entre esos socialistas, en uno. No en el procesado Miguel Ángel Gallardo, que anoche volvió a llamarse a andanas y mantiene por el momento el escaño para asegurarse un aforamiento que también le conviene a su compañero de banquillo, David Sánchez. El culpable del castigo inapelable es Pedro Sánchez Pérez-Castejón, quien decidió nombrar un candidato que llevaba la ruina en la cara. Por tanto, el réquiem es en honor de Pedro, con la dirección artística del maestro Azagra, cuya batuta subvencionada con el dinero de los extremeños explica todo. También Yolanda Díaz ya tiene escrita en su honor otra marcha fúnebre: ha visto cómo su enemigo Pablo Iglesias cosecha tres asientos en la Asamblea autonómica más que en 2023, cuando ella ni siquiera ha tenido reaños para presentarse.

El sanchismo del tráfico de influencias, la corrupción y la malversación pasaron ayer por las urnas y recibieron un mandoble mayúsculo que adelanta un nuevo ciclo que continuará en Aragón, Castilla y León y Andalucía. Gallardo terminó siendo el mejor candidato… sanchista. A los socialistas decentes se lo puso bien fácil Pedro: quien quisiera darle a él una bofetada en la cara de otro, tenía la mejor jeta posible, la de aquel que enchufó a su hermano en la Diputación de Badajoz. Es decir, la cara de cemento armado de Miguel Ángel Gallardo era pintiparada para recibir el golpe que ayer le dieron los electores a su partido. El presidente eligió a un procesado a punto de caramelo de banquillo, se volcó personalmente en una campaña que estaba abocada al fracaso, pregonó el cierre de Almaraz y pactó con Puigdemont sumir a los extremeños en el vagón -si es que, con permiso de Óscar Puente, hay algún convoy disponible- de cola para llenar los bolsillos de los separatistas.

Hubo un día en que Extremadura era una reserva electoral del PSOE, que llegó a tener 39 diputados. Allí se ha votado 11 veces, y en cinco de ellas el partido que hoy gobierna España superó el 50% de los votos. Solo Monago y hace dos años Guardiola, del PP, lograron mandar a la oposición a los candidatos de Ferraz. Hoy, ayer, ese espejo se ha roto en añicos. Ayer comenzó un ciclo electoral que nos llevará a las generales. De cómo sean los testarazos de Moncloa dependerá cuándo las convoca el presidente. Pero no es lo que creen: Sánchez aguantará más si los piñazos son mayores.

Tendrá razones para prolongar aún más la agonía, porque sabrá entonces que son sus últimos estertores. El PP ha diseñado un goteo de citas electorales que, en puridad, deberían hacer daño al PSOE. Pero, por eso, el inquilino de Moncloa dilatará los plazos. Y no duden que, si puede, incluso llegará hasta donde la ley se lo permita: más allá de julio de 2027. El futuro que le aguarda no es precisamente una perita en dulce: sin el paraguas del poder su horizonte es color hormiga. Y ahora, a escucharle autotitularse el campeón europeo de la ultraderecha. Hoy mismo.

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