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Cartas al director

Memoria de Afganistán

Hace quince años, bajo el cielo afgano, el primer día de febrero de 2010, una unidad española reconocía una ruta cuando fue atacada por una insurgencia que cada vez se mostraba más activa. Los nuestros respondieron mediante el fuego y la maniobra, y continuaron hasta cumplir la misión. En el camino de vuelta, al atravesar una aldea, unos afganos pidieron ayuda para un niño enfermo. La parada del convoy dio tiempo a que otros colocaran una carga explosiva que poco después hizo volar al primer vehículo, matando al soldado John Felipe Romero e hiriendo al resto de la tripulación.

De inmediato comenzaron a recibir fuego en la emboscada que les habían preparado. La unidad reaccionó tal como se había practicado repetidamente, aunque en esta ocasión, por primera vez, las bajas eran reales. Allí, bajo el fuego, se atendió a los heridos, se informó al mando, se empleó la fuerza, se desplegó pie a tierra, se avanzó sobre los insurgentes y se abatió a varios de ellos obligando al resto a retirarse. Luego regresaron a la base sin una sola baja más que añadir a las causadas por la primera explosión. Todos cumplieron su deber, y en especial los cuadros de mando, que acreditaron el valor necesario para ello.

Se propusieron recompensas, pero el Mando de Operaciones, en Madrid, las denegó en su mayor parte, sin dar explicaciones, a pesar de los informes favorables del jefe del contingente y su asesor jurídico. Casualmente, o no, uno de los jefes que las denegó injustamente, hoy es alto cargo en el Ministerio de Defensa. Pero nuestro deber es contar lo que hicieron nuestros soldados en aquella guerra —el Gobierno «progresista» de entonces la negaba— y tener presentes a nuestros caídos.

Manuel Sierra

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