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Cartas al director

Educación, civismo y la Gran Procesión de Roma

Aún resuenan en mí las intensas vivencias de la pasada semana en Roma. La presencia del Santísimo Cristo de la Expiración y de María Santísima de la Esperanza en la gran basílica vaticana, la emotiva peregrinación de las hermandades hasta la tumba de San Pedro y la Gran Procesión, jalonada de escenas memorables a los pies de los palacios imperiales, en el Arco de Constantino y en las inmediaciones del Anfiteatro Flavio, son recuerdos imborrables. A todo ello se suma la trascendental Misa que inauguró el pontificado de León XIV, con su significativa mención a la religiosidad popular y la relevancia de las cofradías y hermandades para la Iglesia. Como sevillano, cofrade y romano de adopción, he experimentado momentos verdaderamente únicos e irrepetibles.

La emoción era palpable desde la mañana, dilatándose la espera hasta el ansiado instante. Finalmente, El Cachorro procesionó en el corazón de la Cristiandad, dejando tras de sí momentos conmovedores y despertando profundas emociones tanto en la vasta comunidad de cofrades españoles como en visitantes de otras latitudes. Jóvenes italianos y franceses acudieron con la ilusión de contemplar en vivo las imágenes que tantas veces habían admirado a través de la televisión e internet.

Sin embargo, la aparición de la lluvia trajo consigo una nota discordante: la falta de civismo de una parte de los fieles del Cachorro y de la Esperanza. A pesar de la disposición de vallas a lo largo de casi todo el recorrido, el fervor desbordado de algunos asistentes dio lugar a una notable falta de respeto. Los organizadores se vieron superados, y los responsables de la seguridad, muchos de ellos voluntarios, mostraron incredulidad y agobio ante la imposibilidad de controlar la situación, temiendo posibles incidentes y la dificultad de garantizar una evacuación en caso de necesidad. A este contexto se añade el elevado riesgo de atentado terrorista que presenta la ciudad del Lacio. En definitiva, me resultó doloroso escuchar los comentarios de las autoridades italianas sobre la falta de respeto de los fieles, llegando incluso a calificarlos como «gente mala» (en español). Es fundamental comprender que, al visitar otro país, se deben respetar sus normas para dejar en un buen lugar al nuestro y a las tradiciones que tanto nos importan, así como para no avergonzar a quienes mostramos nuestras profundas devociones populares a amigos y conocidos de diversas partes de Italia. ¡No, señores, Roma no se conquista así!

Considero que deberíamos reflexionar seriamente sobre este comportamiento. De no ser así, quizás sea preferible evitar «sacarnos de casa».

Daniel Becerra Fernández

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