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07 de mayo de 2024

Editorial

España se la juega por culpa de Sánchez

Ocurra lo que ocurra en la Mesa del Congreso, es inadmisible la mera idea de buscar la Presidencia gracias a Puigdemont

Actualizada 01:30

No está claro cómo se conformará la Mesa del Congreso y esa anomalía refleja por si sola la lamentabilísima manera con que va a arrancar una legislatura incierta en un país que, por múltiples razones, necesita certidumbres tranquilizadoras.
Que el órgano de dirección de la Cámara Baja dependa de un prófugo de la Justicia cuyo ideario se resume en la idea de derruir la España conocida para saciar sus delirios secesionistas lo dice todo. Y que eso mismo, ocurra lo que ocurra en este punto, pueda decantar también la investidura de un presidente, supera todos los límites del despropósito.
Pero nada de ello es achacable a Puigdemont, que actúa con su lógica habitual, tan alejada del sentido común y del respeto a las instituciones como coherente con su trayectoria: una vez más, simplemente, ejerce del cabecilla de un golpe contra la Constitución que se siente legitimado para imponer su proyecto de una Cataluña independiente.
Que la gobernación de España pueda depender de alguien así es algo que cualquier político razonable debiera desechar, salvo que mediara una renuncia expresa e irrevocable a sus planes de ruptura y quedara de manifiesto, sin dudas ni matices, una aceptación expresa del régimen democrático vigente.
No sólo no es ése el caso de Puigdemont, sino que es el opuesto: si acaso termina planteándose prestar su respaldo a Pedro Sánchez, algo que no estará claro ni siquiera si hay acuerdo en la Mesa del Congreso, será porque recibe a cambio un compromiso firme del presidente de atender todas sus exigencias.
Que son mucho más graves que las ya concedidas a ERC o Bildu y más propias de quien se siente al frente de un Estado propio invadido por una fuerza de ocupación: una negociación cara a cara en el extranjero, la amnistía total de los cerca de 4.000 procesados por la intentona rupturista de 2017 y la adecuación de la legislación para poder convocar y celebrar un referéndum de independencia.
La búsqueda de ese apoyo por parte del PSOE, a sabiendas de las condiciones anticipadas por Puigdemont, ya denota su disposición a avanzar en esa hoja de ruta, tan ilegal como lo fueron otras cesiones finalmente culminadas: no hay legislación que resista la decisión política de superarla, por muchos e importantes que sean los diques de contención de las peores amenazas a un país.
No se puede aceptar, sin más, que Sánchez esté dispuesto a intentar repetir en el Gobierno en esas condiciones, pues nada de lo que deberá intentar conceder a cambio forma parte de las atribuciones de un presidente ni se engloba en la legítima negociación entre potenciales socios: es un burdo chantaje, fruto en exclusiva de la debilidad política del líder socialista, y como tal ha de ser rechazado.
La mayor garantía de que nada de esto culmine se encuentra, paradójicamente, en la irredenta actitud de Puigdemont, que no parece dispuesto a rebajar sus pretensiones ni a dejarse seducir por un político que ha hecho del engaño un dudoso arte.
Si es verdad que solo respaldará a Sánchez a cambio de algo que no puede darle, con la claridad exigida al menos, no parece probable que logre su investidura y España se adentrará quizá en una dinámica de repetición electoral.
Sería mucho más razonable que el PSOE permitiera al PP, como vencedor de los comicios, conformar Gobierno. Pero si su cerrazón y sectarismo se lo impide, parece menos malo convocar de nuevo a las urnas que asistir al triste espectáculo de un presidente intervenido por una coalición de fuerzas instaladas en la idea única de destrucción de España.
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