Esperanza en Gaza pese a Sánchez
La paz es posible, aunque será tortuosa, pero no gracias a Sánchez y sus socios, que dan un espectáculo deplorable y hacen de España una caricatura
No hay que lanzar las campanas al vuelo con respecto al plan de paz en Gaza, que va a estar sometido a un sinfín de tensiones e intentos de ruptura, especialmente desde el universo fundamentalista que encabeza Irán, el gran patrocinador de toda la inestabilidad en Oriente.
Pero tampoco hay que restarle ni un ápice de valor al histórico acuerdo, impulsado por Estados Unidos e Israel, suscrito por la Liga Árabe, apoyado por Europa y sustentado en varios hitos inmediatos que sin duda consolidan la esperanza en el fin de esta guerra cruel y, quizá, del conflicto que la provoca.
Devolver a los rehenes, declarar un alto el fuego, retirar al Ejército hebreo de Gaza y asumir una tarea internacional de reconstrucción es un espléndido comienzo que no culminará, no obstante, si Hamás no se disuelve y cesa en su actividad terrorista, que ha incluido brutales atentados contra Israel pero también la utilización de la población civil gazatí como escudo y excusa para sus terribles andanzas.
Y eso, que es decisivo, llevará un tiempo: la versión más radical del islam, liderada por el régimen de los ayatolás desde Teherán, está echándole un pulso a la facción árabe y musulmana más moderada por la hegemonía en su ámbito y no parece sencillo que vaya a renunciar de repente a su delirante cruzada.
Pero hay que confiar en la conexión establecida entre Washington y Qatar, Arabia Saudí, Egipto, Jordania, Turquía o Marruecos para que ese extremismo sea encapsulado primero y desactivado después, con la autoridad que le confiere que sean países de la zona quienes respalden ese objetivo crucial.
Sería espléndido decir que España ha jugado algún papel positivo en todo este asunto, pero desgraciadamente es imposible. Al contrario, el Gobierno del PSOE y Sumar, con la agravante de sus aliados más radicales, se ha dedicado a incendiar este proceso hasta donde ha podido, con fines domésticos propagandísticos sin duda relacionados con la necesidad de tapar sus escándalos, en unos casos, o de resucitar electoralmente, en otros.
Porque en ese tiempo solo hemos visto a Sánchez empeñado en denigrar a Israel y acusarle de perpetrar un genocidio inexistente, como si una guerra no fuera ya cruel por definición; en echarle de Eurovisión, en jalear disturbios en las calles coronados con la supensión de la Vuelta a España, en animar a flotillas sectarias e inútiles a viajar de crucero subvencionado a Gaza y, en definitiva, a añadir una gota más de polémica y crispación a un conflicto que necesitaba de sosiego y buenas artes diplomáticas.
Gaza es una excusa, horrible, inducida por el fundamentalismo para fabricar un escaparate bárbaro con el que blanquearse; y el Gobierno de España ha dedicado todas sus energías a prestar apoyo a ese montaje, presumiendo de una sensibilidad por los derechos humanos que en realidad ha sido otra excusa doméstica más para agudizar la polarización y crear una cortina de humo en torno a los escándalos que acorralan a Pedro Sánchez y miden la hipocresía de sus secuaces políticos.
Que a esa mendaz posición en Oriente se le añada un desafío reiterado a los Estados Unidos y una cercanía peligrosa al Grupo de Puebla o a China le añade al despropósito coyuntural en Gaza una deriva diplomática estructural que ya es, sin duda, un problema de Estado: si en España todo lo que le rodea a Sánchez es un despropósito con posibles consecuencias judiciales de la mayor gravedad, fuera de nuestras fronteras nos ha desdibujado a la categoría de caricatura inútil o contraproducente.