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Editorial

A los socialistas nunca les gustó la OTAN: del «entrada no» al «de salida sí»

El que ahora contemplamos es ciertamente un espectáculo sin precedentes en la historia contemporánea española. Tanto que si los partidos de la oposición no saben encontrar camino para sustituir al socialismo que nos gobierna, llegaremos a contemplar lo siempre temido y nunca esperado: el sanchismo neofranquista

Nunca, desde que la OTAN comenzó a existir en 1949, un presidente de los Estados Unidos había expresado públicamente su deseo de que un país miembro fuera expulsado de la Alianza. Lo acaba de hacer Donald Trump con respecto a España, acusando al Gobierno Sánchez de negarse a cumplir con el acuerdo colectivo de alcanzar el 5 por ciento del PIB en los gastos nacionales dedicados a la defensa. Propuesta trumpiana por excelencia, similar a tantas otras a las que día tras día nos tienen acostumbrados el que hoy habita en la Casa Blanca y de difícil puesta en práctica: el Tratado de Washington fundador de la OTAN no contiene ninguna referencia a procedimientos de expulsión de los miembros. Pero de indudable alcance político interno y externo: el resto de los aliados tomará buena nota de la evidente falta de empatía que el presidente USA siente por la España regida por el PSOE y procurarán calcular sus consecuencias. En algún sentido, al pronunciar su amenaza, dejó a la España de Sánchez en un delicado y difícil equilibrio. En efecto, ¿tiene esta España sitio en la Organización del Tratado del Atlántico Norte cuando el hasta ahora su principal aliado pide abiertamente su expulsión de la misma?

Es patente la duda que Trump siente por las organizaciones internacionales a las que los Estados Unidos pertenecen y visible su deseo de acabar tarde o temprano con la participación americana en ellas. El ejemplo mas evidente es una apresurada retirada de las agencias especializadas de la ONU y la falta absoluta de empatía sentida por el resto de las comunidades trasfronterizas. No en vano, ya en el curso de su primer mandato, calificó a la OTAN de «organización obsoleta». Hoy no llega tan lejos siempre que los aliados muestren su disposición a seguir la norma básica de la exigencia trumpiana: la elevación significativa de sus contribuciones financieras para el mantenimiento de la organización. Todo ello ha conducido a la habilidad mostrada por los aliados atlánticos, y en particular por Alemania, Francia, Gran Bretaña e incluso Italia, para mostrar una voluntad de acomodamiento con el gigante del norte mientras se procura el reforzamiento del conjunto con o sin la participación USA.

El Gobierno Sánchez, cuya supervivencia depende, como es bien sabido, de su alianza con separatistas, terroristas y comunistas, y de cuya incompetencia interior y exterior se hacen eco precisamente los miembros más relevantes de la Europa atlántica y comunitaria, ha hecho de su desprecio otánico parte fundamental de su comportamiento, olvidando, o quizás recordando, lo que la OTAN ha significado para la política exterior española: la recuperación del lugar en el mundo que el franquismo había perdido durante sus decenios de presencia en el país. Fueron los socialistas del momento transicional los que tuvieron que ser recordados que su «OTAN de entrada no» dificultaba significativamente la negociación para la entrada de España en la Comunidad Europea, hasta el punto de transitar hacia aquel famoso «OTAN en el interés de España». Sánchez, a lo que parece cargado de nostalgia, quiere apuntarse a otro eslogan: «OTAN de salida sí». Y, teniendo en cuenta la insólita petición trumpiana, recuperar un camino del que desde 1975 hasta 2004 –cuando llega a La Moncloa Zapatero, todo hay recordarlo– había quedado lo que parecía definitivamente orillado: los cuarenta años del franquismo en los que España no tenía lugar en que asentarse.

El que ahora contemplamos es ciertamente un espectáculo sin precedentes en la historia contemporánea española. Tanto que si los partidos de la oposición no toman adecuadamente nota del desastre y saben encontrar camino para sustituir de manera rotunda al socialismo rampante que todavía nos gobierna, llegaremos a contemplar lo siempre temido y nunca esperado: el sanchismo neofranquista. Naturalmente con el aplauso y la retribución de venezolanos y chinos. Cincuenta años después de la desaparición del dictador. ¿Está España condenada al mal fario que con diversas caras y modalidades siempre traen consigo los discípulos de Largo Caballero?

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