Adiós socialdemocracia, adiós
Sánchez ganó la moción de censura sin pactar un programa con los partidos que le apoyaron. Para mantener su voto ha abandonado la socialdemocracia y la ha sustituido por una estrategia de supervivencia
En la memoria de muchos españoles se vincula al PSOE con la socialdemocracia de Felipe González, pero la historia del partido demuestra que aquello solo fue un paréntesis de 17 años. El PSOE de Sanchez lo confirma.
Los cien primeros años de la historia del Partido Socialista, desde 1879 hasta el congreso extraordinario de 1979, fueron de enfrentamiento entre revolucionarios y reformistas; las «dos almas» del partido en palabras de Santos Juliá. Ya en el primer manifiesto quedó claro que el objetivo era derrotar a la burguesía, pero también entonces surgió una tensión entre los que pretendían hacerlo por la vía revolucionaria y quienes aspiraban a conseguirlo dentro de los márgenes que ofrecía el Estado liberal. Los enfrentamientos entre esas «dos almas», lideradas por Largo Caballero e Indalecio Prieto, desgarraron al PSOE en el primer tercio del siglo y le impidieron alcanzar el poder.
El drama del partido fue que los radicales siempre lograron imponerse, incluso cuando decidieron colaborar con la dictadura de Primo de Rivera, algo que hoy ocultan los socialistas. El PSOE y UGT mantuvieron su actividad bajo el dictador sin problemas y Largo Caballero aceptó ser consejero de Estado. Basó su decisión en que dictadura o democracia liberal solo eran aspiraciones de la burguesía, y él aspiraba a la revolución proletaria. Prieto se opuso a la dictadura y un par de años antes de la caída de Primo de Rivera consiguió arrancar al PSOE y a UGT de los brazos del régimen, aunque en octubre de 1934 él cayó en la tentación revolucionaria.
El enfrentamiento entre ambos se mantuvo con tal virulencia que en las elecciones de 1931 y 1936, cuando el PSOE fue el partido más votado –en las primeras con 115 diputados–, los dos bandos fueron incapaces de ponerse de acuerdo en un candidato socialista para presidir el Consejo de Ministros, y prefirieron que fuera Azaña cuyo partido solo había conseguido 28 diputados. Antes un adversario externo que un enemigo interno.
De ese pasado venía el PSOE cuando en 1979, tras la guerra y el régimen franquista, Felipe González lideró un proyecto que cambió el rumbo del partido hasta convertirlo en la formación hegemónica de la izquierda y en un partido de gobierno. Su reto más serio lo encaró en el congreso extraordinario de 1979, que puso fin a los enfrentamientos históricos. Derrotó con los votos al sector marxista e hizo del PSOE un partido socialdemócrata y reformista. Acabó con las «dos almas».
Tras su derrota en 1996 las cosas empezaron a torcerse. Joaquin Almunia firmó en 2000 un pacto preelectoral con Izquierda Unida que fracasó, y dos millones de votantes de izquierda se fueron a la abstención. Zapatero hizo una gestión catastrófica de la crisis económica de 2008 y se vio forzado a adelantar las elecciones en 2011; entonces el PSOE perdió más de cuatro millones de votos y 59 diputados. Cinco años después, ya con Pedro Sánchez, tocó fondo con 85 diputados.

En 2018 Sánchez ganó la moción de censura a Rajoy sin pactar un programa de gobierno con los ocho partidos que le apoyaron. Solo les unió sacar del poder al PP, pero no qué hacer después. Y para mantener el voto de nacionalistas, separatistas y radicales, abandonó el ideario socialdemócrata y lo ha sustituido por una estrategia de supervivencia.
No lo derogó formalmente pero sí por la vía de los hechos. Renunció a la transformación de la sociedad, algo que está en la base del proyecto socialdemócrata, para sustituirlo por una política de consignas y pactos entre partidos que tiene más que ver con los mecanismos de conquista y conservación del poder. En los últimos cuatro años se ha incrementado la desigualdad y el empobrecimiento en España, y no se ha desarrollado ninguna acción política de fondo para corregirlos. Con independencia de que no se comparta su programa para conseguirlo, el PSOE de Felipe González aspiraba a superar esos problemas sociales, mientras que Pedro Sánchez parece más interesado en cómo utilizarlas contra el adversario.
En la acción política, el Gobierno ha vulnerado los límites constitucionales de control y contención del poder que la socialdemocracia aceptó como requisito inherente a la democracia liberal. Lo prueban los dos estados de alarma declarados inconstitucionales por el Tribunal Constitucional, la suspensión de la facultad de control al Gobierno en el Congreso durante seis meses en uno de esos estados de alarma, la opacidad en las contrataciones de emergencia y en el rescate de empresas, o el cesarismo en la política exterior.
Cuando Pedro Sánchez fue elegido secretario general del PSOE prometió que al llegar a la presidencia del Gobierno derogaría la reforma laboral que Rajoy hizo en 2012. «El PSOE no va permitir que se consoliden los recortes de los derechos laborales de los españoles» dijo entonces. Pero cuando llegó al poder la mantuvo vigente durante cuatro años. No la tocó y solo le hizo algunas reformas en diciembre de 2021. Adiós, socialdemocracia, adiós.
Hay un asunto para el que Sanchez sí tiene un proyecto claro: la educación como medio para conseguir que sus consignas calen a largo plazo. Lo confirman la devaluación del bachillerato y la desarticulación del estudio de la Historia. El objetivo es lograr una masa social de ciudadanos adoctrinados y encuadrados en la izquierda en los próximos decenios, y sustituir el conocimiento objetivo de la historia por los dictados subjetivos y maleables de la memoria histórica.
Veremos qué deciden los españoles en las elecciones de 2023, aunque en los últimos sondeos ya están enseñando la pata por debajo de la puerta.
- Emilio Contreras es periodista