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en primera líneaJuan Van-Halen

La monarquía: acoso e injusticia

El Gobierno, a través del Ministerio de Cultura, financió actividades para promover la República. Lo recoge la memoria del Instituto República y Democracia que hasta mayo de 2023 presidía Juan Carlos Monedero y actualmente preside el ex Jemad José Julio Rodríguez

Actualizada 01:30

Felipe VI otorgó media docena de títulos nobiliarios, los primeros de su reinado. Los estudiosos de estos temas nos preguntábamos el motivo de la demora. ¿No hubo en ese tiempo nadie que los mereciese? ¿Quién aconsejó sobre este asunto que suponía el aparcamiento de una prerrogativa regia? Ostentar un título del Reino no supone hoy, como suponía antaño, una distinción que reporte beneficios. Es un reconocimiento regio de existencia multisecular, y nada más. Hasta hace algunos decenios los Grandes de España tenían derecho a pasaporte diplomático; ya no. Felipe VI distinguió a personalidades de gran mérito en el deporte, la cultura y la investigación. Ya lo hizo su padre cuando —uno de los últimos títulos que otorgó— creó marqués a Vicente del Bosque. Pero la situación de la Institución es más compleja.

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El Debate (asistido por IA)

El acoso a la Monarquía es constante. Lo mantiene un republicanismo recalcitrante y a menudo históricamente ignaro. Conservo la grabación de un diálogo entre Pablo Iglesias y Fernando Paz, el primero comunista y el segundo de derechas, y me asombró el desconocimiento sesgado de Iglesias sobre relevantes episodios de la República y la Guerra Civil; sus opiniones nacían del catón izquierdista ante los argumentos inapelables de su interlocutor. Se fomenta una Historia inventada e impuesta desde la llamada «memoria democrática».

Armengol, presidenta del Congreso visiblemente escorada, consiente que los suyos ataquen a jueces con nombres y apellidos y corta a la bancada contraria cuando, no siendo cierto, se salta según ella el Reglamento opinando lo que no comparte. Siendo presidente en Baleares fue partidaria de una consulta Monarquía-República, incluida ya en el referéndum constitucional. Y no hace mucho patrocinó, a demanda de Sumar, un «Encuentro Estatal de Ateneos, Organizaciones, y Colectivos Republicanos» para elaborar un proyecto de Constitución de III República Española. Se pidió que, en los actos relativos al franquismo, se abordase «el vínculo entre la Monarquía y la dictadura». La intención era clara. De los más de cien actos sobre el franquismo anunciados por Sánchez nunca más se supo.

El Gobierno, a través del Ministerio de Cultura, financió actividades para promover la República. Lo recoge la memoria del Instituto República y Democracia que hasta mayo de 2023 presidía Juan Carlos Monedero y actualmente preside el ex Jemad José Julio Rodríguez. Con financiación gubernamental —en su convocatoria figuraba el logo del Gobierno de España— Podemos organizó el año pasado una marcha republicana por el centro de Madrid bajo el lema «Felipe VI, el último». Junto a Podemos acudieron a la manifestación organizaciones como Sumar, en el Gobierno de Sánchez. La movilización, reiterada hace pocos días, se presentó como un acto contra la Corona.

Irene Belarra declaró entonces: «no vamos a tener una democracia plena hasta que no seamos una República», y consideró a la Monarquía «una rémora del pasado». En la convocatoria, firmada entre otros por Pablo Iglesias, se manifestaba «la contradicción entre Monarquía y democracia». Y confundía soberanía popular con soberanía nacional, el término que recoge la Constitución. Recuerda la pantomima de aquellas «democracias populares» impuestas por los soviéticos en sus países satélites tras la Segunda Guerra Mundial.

También deben recordarse, y no han sido pocos, los menosprecios de Sánchez al Rey, sobre todo protocolarios, intensificados tras su huida temerosa de Paiporta mientras los Reyes permanecían con los afectados por la Dana. Sánchez no perdona.

A estas alturas, con lo que estamos viviendo, no sabemos si Sánchez podrá seguir su plan más ambicioso, acabar con la Monarquía; si la oposición seguirá creyendo que vivimos en una situación en la que, de pronto, la autocracia respete a la democracia y dé marcha atrás; si las cartas sobre la mesa son las que deberían ser o ya ha cambiado hasta el juego. No sabemos nada porque con el residente en Moncloa todo es posible. ¿Dimitirá pasando el testigo a Illa, conservando su escaño para seguir aforado y mandar en la sombra? ¿Adelantará las elecciones catalanas para ofrecer la Generalitat a Puigdemont? ¿Qué le aconseja Zapatero, su mentor, para él seguir haciendo dinero cerca de Venezuela y ahora también de China? La convocatoria de elecciones generales no está en su agenda inmediata. Sabe que las perdería. Nuestra realidad es «un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma», como definió Churchill a la Rusia de 1939.

Y, al fondo, Juan Carlos I, expatriado desde 2020 en Abu Dabi y que, al parecer, trasladará su residencia a Portugal. La encargada de comunicar a Zarzuela la decisión de Sánchez de que abandonase el país fue Carmen Calvo, entonces vicepresidente. El Rey padre no afronta reproche alguno de la Justicia, pero no goza de libertad para residir en su patria. Padece un grave caso de amnesia de la Nación que supone una muestra de injusticia histórica. ¿Ha cometido errores? Sin duda. Afectan a su vida privada y errores cometemos todos. Desmontados por la Justicia aspectos de carácter económico, con acusaciones tan pintorescas como que una comisión la hubiese pagado quien contrata una gran infraestructura y no el adjudicatario —sería un caso singular—, el Rey Juan Carlos I vive privado de derechos constitucionales básicos.

Felipe VI, un Rey ejemplar, no ha hecho declaración alguna sobre tan grave asunto. Hubiera sido oportuno en el aniversario de su acceso al trono. Su padre, delicado de salud, puede morir fuera de España, que le debe tanto en la consecución y defensa de la democracia. Sería una enorme anomalía. Para los fines de Sánchez y los suyos es una fase más del acoso y buscado derribo de la Monarquía. No lo ignora nadie medianamente informado y, desde luego, no lo ignora Zarzuela. El árbitro no es ajeno al juego: marca las faltas y hace respetar el reglamento.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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