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en primera líneaJuan Van-Halen

Ingratitudes y ajustes de cuentas

Dirigentes liquidados sin pestañear, al modo siciliano. Juan Lobato uno de los últimos, pero antes Tomás Gómez, con cambio de cerradura en su despacho, Joaquín Leguina, Nicolás Redondo, tantos otros. La mafia es implacable

Actualizada 01:30

En el ejercicio de la política no es difícil el error y lo que pueden afectarte los errores de otros. Siempre eludí responsabilidades ejecutivas cuando me las ofrecieron; preferí la actividad parlamentaria. Alguno de mis jefes lo achacó a comodidad o falta de interés, pero no era así. Era conocimiento del paño. En la actividad parlamentaria eres dueño de lo que dices mientras en las tareas ejecutivas dependes de la metedura de pata –también del acierto– de otros. Conocí casos preocupantes.

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El Debate (asistido por IA)

En contra de lo que pueda pensarse, la actividad política está plagada de sinsabores. Te entregas a un jefe, incluso traspasas los márgenes de tu obligado deber accediendo a intervenir discretamente en aspectos de carácter personal, y, al final, aquél a quien admiras mira para otro lado, aunque por acompañarle hayas desechado ofrecimientos que te hubiesen beneficiado tanto personal como políticamente si buscabas hacer carrera en esa tierra de nadie. En mi larga experiencia lo viví varias veces. La ingratitud es normal en la política.

He leído Volando entre halcones de Ignacio Aguado, antiguo vicepresidente de la Comunidad de Madrid, persona moderada y me dicen que de trato cordial. Fue una de las aportaciones del extinto Ciudadanos a un primer Gobierno de Ayuso sin mayoría absoluta. El libro cuenta cosas de interés, aunque, en conjunto, es un ajuste de cuentas con Ayuso con nulas muestras de objetividad. Niega asuntos, ya fuera de la oscuridad, que supusieron un intento de traición política que Ayuso, al loro, desactivó con rapidez, decisión y eficacia como demostraron las inmediatas elecciones. En mayo de 2021 Ayuso arrasó en las urnas tras un adelanto electoral que impidió una maniobra a mi juicio, y al de muchos, traicionera.

Aguado ajusta cuentas con la líder de los populares madrileños a la que describe como «insegura en sí misma y terriblemente ingrata». La ingratitud. La misma moneda que intentó jugar Ciudadanos cuando pactó con el PSOE mociones de censura en Madrid y Murcia entre otros lugares. El 10 de marzo de 2021 pudo producirse un vuelco en la política española si se hubiese cumplido el pacto entre el PSOE y Ciudadanos para acabar con las presidencias de Ayuso en Madrid y de López Miras en Murcia, que hubieran pasado a Ciudadanos. Aguado hubiese sido el sustituto de Ayuso en la Puerta del Sol.

El documento firmado, 'Acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos para conformar gobiernos conjuntos', estaba avalado por el entonces secretario general de Presidencia, Félix Bolaños y por Rafael Oñate, jefe de gabinete. Fue publicado por The Objective e iba más allá de las mociones en Madrid y Murcia. Incluía, con el apoyo de Podemos, el cambio en cinco diputaciones, siete capitales de provincia y seis municipios de más de 20.000 habitantes repartidos por toda España. Y era una primera fase. Aguado niega que existiese ese pacto, pero existió. Y desde él, por ejemplo, cambió el ayuntamiento de Murcia que pasó al PSOE. No me extraña que, ante la inmediata reacción de Ayuso con el adelanto electoral, Aguado respire por la herida. Se quedó compuesto y sin novia.

En Volando entre halcones, Aguado se duele de los errores estratégicos de Ciudadanos: «Qué duro y qué brutal fue vivirlo en primera persona». Y, de paso, acusa a Arrimadas, sucesora de Rivera. «El primero de esos errores fue la elección de Inés Arrimadas como presidenta del partido tras la dimisión de Albert Rivera». Para Aguado Arrimadas carecía de estrategias válidas. Y afirma: «Nuestro error fue ignorar la posibilidad de que se produjera la repetición electoral». Fue la baza en la manga de Ayuso que desarmó la operación que venían negociando PSOE y Ciudadanos desde diciembre.

Aguado no puede imputar a nadie los errores que denuncia en Ciudadanos. Son de ellos. Y menos imputárselos a Ayuso, a la que despelleja sin piedad. Y sus errores propios sólo le acusan a él, a su impericia o a su ingenuidad. Cita a algunos diputados de su partido en Madrid que pudieron alertar a Ayuso; también sería falta propia. Escribe. «Difícil para mí fue poner la cara por una presidenta en quien dejé de creer a los pocos meses de que asumiera el cargo». Pero no dimitió. No dijo ni pío. El libro es interesante como descargo y ajuste de cuentas. Nada más.

Bastantes ingratitudes pueden encontrarse en el PSOE. Dirigentes liquidados sin pestañear, al modo siciliano. Juan Lobato uno de los últimos, pero antes Tomás Gómez, con cambio de cerradura en su despacho, Joaquín Leguina, Nicolás Redondo, tantos otros. La mafia es implacable. Acaso la mayor ingratitud política en la izquierda se deba a Yolanda Díaz que traicionó siempre a quienes la ayudaron a subir escalones, desde sus tiempos de Galicia. El último, Pablo Iglesias. Sólo busca conseguir un escaño socialista para sobrevivir a Sánchez, pero que no se fíe.

Ahora vivimos un ajuste de cuentas de más calado. Las grabaciones que se temen y los silencios que se desean. Cerdán dejará su escaño –¿por qué la demoró?–. En estos días, todavía aforado, habrá limpiado de pruebas su casa y su despacho. ¿Las habrá destruido o las habrá guardado? ¿Temen en Moncloa que siga la senda de Koldo? El malhechor nunca se siente seguro. Los cuatro del Peugeot, allí empieza la trama, saben demasiado de todo y de todos. En la mafia los sospechosos de traicionar a la famiglia recibían una cabeza de caballo en sus camas.

  • Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando
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