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26 de abril de 2024

En primera líneaJuan Díez Nicolás

La tienda de la compañía

podemos terminar en una situación en la que el poder económico-financiero esté en manos de un reducido grupo de personas, pues todos trabajaremos para un mismo propietario, y todos gastaremos nuestros salarios en las tiendas del mismo propietario, en «la tienda de la compañía»

Actualizada 01:30

En 1947 Merle Travis escribió la canción 16 Tons (Dieciséis toneladas), popularizada por Tennessee Ernie Ford en 1955 en un pequeño disco de 45 rpm. Su éxito fue grande porque contaba una historia que era muy real, la de los mineros, incluso entonces. La letra no tenía desperdicio, «un hombre está hecho de barro, de músculo y barro, y de piel y huesos, con un cerebro débil y una espalda fuerte», decía en la primera estrofa. Y a continuación aclaraba que después de sacar 16 toneladas de mineral lo único que conseguía era estar más endeudado, ¿con quién?, con la «tienda de la compañía» (the company store), de manera que no podía acudir a «la llamada de San Pedro» porque tenía empeñada su alma a «la tienda de la compañía».
Tuve la ocasión de escuchar esa canción nada más llegar a Oregón, para pasar un año viviendo con una familia presbiteriana y estudiando el curso senior en el High School. Yo llegué en septiembre y Capitol Records lanzó la canción, cantada por Tennessee Ernie Ford, en octubre. Confieso que me impactó. Entonces yo ya sabía de lo dura que era la vida de los mineros en Asturias, León y otros lugares en España. Incluso siempre he recordado la película Qué verde era mi valle, allá por los años 40’s, cuando era niño, en un cine de sesión continua en el Madrid de la postguerra, que igualmente me impactó, puesto que todavía la recuerdo perfectamente (y he podido verla otra vez en televisión hace un par de años).
Pero, ¿por qué pienso que me impactó tanto la canción de las 16 toneladas? Creo que fue porque, a diferencia del verde valle galés o lo que sabía de las minas en España, en las que los mineros podían volver a su casa todas las noches y estar con su familia, ir a la iglesia los domingos, comprar en las pequeñas tiendas del pueblo, en las de la canción de Ernie Ford se suponía que el minero vivía en la mina, en un campamento minero, no en familia, no en un pueblo construido alrededor de la mina, como en Gales o en Asturias. Y que el dinero que el minero de la canción ganaba solo podía gastarlo en la tienda de la compañía, de manera que cobraba su salario, poco o mucho, de la compañía minera, pero al final la compañía recuperaba lo que había pagado a través de su tienda, que era la única que podía suministrar lo que el minero necesitaba, y por tanto la compañía podía poner los precios que quisiera, pues no tenía competencia.
Ilustración: minero

Paula Andrade

Estoy seguro de que algunos lectores ya han adivinado por qué traigo ahora esta canción a colación. Evidentemente, por la globalización, por el proceso de concentración del poder económico y financiero en cada vez menos manos. La globalización tiene, como todo en la vida, sus consecuencias buenas y sus consecuencias malas para los ciudadanos corrientes. Porque para los que concentran ese poder las consecuencias son siempre buenas. Señalaré algunas consecuencias para los ciudadanos, y cada cual que saque sus consecuencias.
Primero mencionaré algunas de las buenas, que lo son sin duda alguna. La globalización hace posible que en la actualidad podamos disfrutar de recursos que proceden de cualquier lugar del mundo, productos de la agricultura, manufacturados y, por supuesto, también los de la cultura no material, como la música, el arte, la danza, la cocina, los libros, en general todos los productos de la cultura material y no material. La concentración de recursos financieros permite abordar proyectos que serían imposibles si se abordaran con los recursos de una persona, por rica que ésta fuera. Al mejorar la tecnología ha mejorado nuestras vidas.
Pero entre las consecuencias negativas está la de que acaban con la variedad, con la diversidad. Una de las cosas buenas del turismo era que uno podía conocer no solo paisajes diferentes, sino también alojarse en hoteles diferentes, comer en restaurantes diferentes, comprar en tiendas diferentes. La globalización está anunciando una sociedad global, es decir, homogeneizada y pasteurizada, como la leche. Cuando viajamos lo hacemos a los mismos hoteles, a los mismos restaurantes, a las mismas tiendas que tenemos en donde vivimos. La globalización está provocando oligopolios, cuando no monopolios, y por tanto reduciendo o anulando la competencia, pues si solo dos o tres, o cuatro, grandes grupos son los propietarios de todos los productos de estética y belleza, o los de limpieza, o los de los cientos o miles modelos de automóvil, o de los bancos, podrán poner los precios que quieran a la diversidad de sus productos, competirán consigo mismos, o sea, no competirán. La tienda de la esquina suele ser un negocio personal o familiar, tienen su beneficio, pero cuando la tienda de la esquina la compra una multinacional, o se convierte en una franquicia, además de la homogeneización suele haber subida de precios, porque la tienda no tiene que pagar a accionistas, pero la multinacional sí. Lo vemos muy bien en el caso de la banca, cada fusión lleva consigo la eliminación de personal, la reducción de sucursales, la eliminación de la competencia, y peor servicio para los clientes, sobre todo para los de la España vaciada, que ya no tienen ni cajeros en las calles. Y es muy malo que la información mundial esté en muy pocas manos, pues como ya estamos viendo, se elimina la confrontación de opiniones en favor del pensamiento único.
Pero lo peor es que podemos terminar en una situación, no mañana ni la semana que viene, en la que el poder económico-financiero esté en manos de un reducido grupo de personas, pues todos trabajaremos para un mismo propietario, y todos gastaremos nuestros salarios en las tiendas del mismo propietario, en «la tienda de la compañía». No es una distopía más alarmante que la de Huxley y su Mundo Feliz o la de Orwell con su 1984. Pero espero equivocarme, aunque estas dos ya las tenemos entre nosotros.
  • Juan Díez Nicolás es académico de número de la Real de Ciencias Morales y Políticas
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