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27 de abril de 2024

en primera líneaManuel Casado Velarde

La Semana Santa y su oferta de sentido

La Semana Santa, con la celebración de la pasión y muerte de Jesucristo, y su resurrección, es la única oferta de sentido y de identidad capaz de colmar de felicidad, contra viento y marea, y ya desde ahora, nuestras vidas

Actualizada 01:30

Saltan cada día a los medios informativos noticias alarmantes sobre salud mental: ansiedad, depresiones, suicidios, hiperactividad, desarreglos alimentarios… No rara vez algunos de esos trastornos van acompañados de adicciones: a juegos, sustancias (legales o ilegales), redes sociales… Han sido noticia, los días pasados, los proyectos de diversos países, incluida España, para regular el acceso de menores a contenidos pornográficos. Se aprecia que los poderes públicos se van haciendo conscientes de los problemas que acarrea el consumo de ese tipo de productos desde edades tempranas. El uso mismo de los móviles es otro asunto que hoy se debate a nivel familiar y escolar. Los psiquiatras avisan de diversos desajustes de conducta provocados por el uso compulsivo de pantallas. Aparecen nombres nuevos, nomofobia es uno de ellos, de afecciones relacionadas con el uso compulsivo de los móviles. Surgen centros especializados en desintoxicar adictos.
La sensación de alarma sobre la salud mental resulta evidente. Pero las crisis tienen también la virtud de llevarnos, a empujones, a preguntarnos por sus motivos. Los comportamientos ansiosos, por lo común, revelan un vacío vital. Para apaciguarlos, abundan consejos buenistas, el «positivismo» barato de los libros de autoayuda. Pero son, más que soluciones, recursos evasivos. Cualquier remedio que rehúya la aceptación de la realidad, y llevarse bien con ella, es una salida en falso. Aceptar la realidad nos hace ser reales a nosotros mismos; sin anestesias (químicas o de otro tipo) que acolchen nuestro vivir diario.
Ilustracion: tecnologia, infancia niños pantallas

Lu Tolstova

Gran parte de la culpa del desconcierto y desorientación que marcan muchas vidas en las sociedades de Occidente, reside en la falta de sentido del vivir. Carecemos de referencias sólidas a las que aferrarnos, que nos hagan sentirnos en paz con el lugar que ocupamos en el mundo. Necesitamos certezas sobre las que construir la propia vida; seguridades que nos ayuden a lidiar con las mil y una dificultades que la existencia nos depara: enfermedades, fracasos, frustraciones, pérdidas de seres queridos… Nos falta, en suma, ese convencimiento cristiano, fruto de una fe arraigada, de que, a pesar de los pesares, a un hijo de Dios le vale la pena vivir: los males no tienen la última palabra. Como escribió san Pablo, «para los que aman a Dios, todo es para bien».
Si hoy, para la mayoría de las personas, el calendario se ha convertido en una agenda vaciada de sentido, en un monótono sucederse de trabajo y tiempo libre, de días de producción y días de consumo (Byung-Chul Han), el calendario cristiano cumple la función de interpelarnos, con más fuerza que nunca, acerca del sentido de nuestra vida. La Semana Santa, con la celebración de la pasión y muerte de Jesucristo, y su resurrección, es la única oferta de sentido y de identidad capaz de colmar de felicidad, contra viento y marea, y ya desde ahora, nuestras vidas. Oferta de sentido que, con las demás fiestas cristianas que jalonan el calendario, y con cadencia semanal la celebración del domingo, hace que los creyentes, si de verdad lo somos, seamos unos auténticos «disfrutones»; lo que también es bueno, por cierto, para la salud mental.
Dice un filósofo actual, Higinio Marín, que «a medida que caen las tradiciones, crecen las adicciones». En sentido contrario, en la medida en que las celebraciones de nuestro calendario, tan pródigo en fiestas, sigan siendo tradiciones vivas, densas de contenido, en las que encuentre buen anclaje nuestra identidad; en esa medida se desvanecerán tantas patologías propias de esta era digital, de consumidores solitarios en perpetuo pantalleo, ansiosos de autoexhibición en selfis y tatuajes, afanosos de posteos y de mendigar clics de «Me gusta».
  • Manuel Casado Velarde es catedrático emérito de Lengua Española de la Universidad de Navarra y académico correspondiente de la RAE
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