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En Primera LíneaJavier Junceda

Criterio

Un país sin gentes con criterio, que dejen de trabajarlo a diario para discernir entre lo que es bueno y malo, o entre el que es un sinvergüenza y el que no lo es, tiene fatal pronóstico

Actualizada 01:30

Numa Turcatti encontró la muerte, a los veinticinco años, en Los Andes. Formaba parte de aquella expedición de un equipo de rugby uruguayo que viajaba a Chile. La tragedia sufrida por su vuelo y la dramática supervivencia en la cordillera han sido llevadas a libros y películas en múltiples ocasiones. En la última obra cinematográfica sobre ella, se relata el liderazgo de Turcatti en la desesperada búsqueda de salidas a los que aún conservaban la vida. Pero también se describen sus reparos a sobrevivir alimentándose de los restos de los que habían perecido, lo que contribuiría a su fallecimiento antes del rescate, pesando apenas veinticinco kilos.

Criterio

Sus compañeros de fatalidad han revelado que, al expirar, encontraron en sus manos una nota manuscrita de Numa con la cita bíblica de «no hay amor más grande que dar la vida por los amigos».

Encuentro fascinantes a personalidades como la de este estudiante de derecho. Son los que supeditan, a veces con altas dosis de heroísmo, cualquier cálculo humano a su debido contraste con aquello que toca hacer por razones alejadas de la pura materialidad o coyunturalidad. El santoral está plagado de figuras así, que han pasado a la historia emulando a Cristo. Kolbe, por ejemplo, se ofreció por un padre de familia condenado en Auschwitz, y su conmovedor gesto aún pervive ocho décadas después.

El criterio es, para el diccionario, la norma para conocer la verdad. Y, también, el juicio o discernimiento, como recuerda la etimología. Quien se conduce con criterio, por tanto, nunca mide sus actuaciones en términos de mero utilitarismo, sino en cumplimiento de principios que guían su conducta. Y, desgraciadamente, esos tipos son, hoy, los tontos del bote en unas sociedades para las que solo cuenta el beneficio personal y el fin justificador de medios, aunque constituyan una colosal indecencia.

Como la ausencia de criterio se extiende a cualquier ámbito, en política suele adoptar diversas modalidades. Una de ellas es el famoso tacticismo o el pragmatismo, por el que se acostumbran a orillar los fundamentos de una formación —los que debieran haberse sometido antes al escrutinio electoral o de sus correligionarios—, en función del momento. Ningún problema hay en que eso suceda cuando los pareceres puestos en común en un Parlamento coinciden con los de otros partidos sin hacer perder a nadie su esencia ideológica, pero constituyen, sin embargo, un «delito de lesa democracia» cuando eso no ocurre y tratan de dejar a un lado los valores que cimentan un ideario para lograr lamentables objetivos circunstanciales.

Ser práctico no es sinónimo de falta de criterio. Ni puede serlo. El señor que te mira al espejo cuando te afeitas tiene que reconocerte cada mañana. Y la almohada sobre la que descansas no puede ser continuo testigo de reconcomios. Actuar llevado por el criterio evita vagar como un pollo sin cabeza, como con frecuencia advertimos en infinidad de terrenos.

Un país sin gentes con criterio, que dejen de trabajarlo a diario para discernir entre lo que es bueno y malo, o entre el que es un sinvergüenza y el que no lo es, tiene fatal pronóstico. Y en esto no hay quien se libre, porque he conocido de cerca casos de completa carencia de criterio en entornos aparentemente propicios para la defensa de lo correcto, que resultaron ser una ciénaga de nauseabundos sepulcros blanqueados.

Soñar con una ciudadanía pegada a lo que toca hacer para alcanzar el bien, nunca puede resultar quimérico. Y eso pasa por educar en el amor a la verdad, empezando por los críos. Que no teman perseguirla sin desmayo, aunque puedan padecer por ello. Las crónicas de los grandes que se han dejado la piel por esa causa merecen atención. Y ser leídas al caer la tarde en la intimidad de cada hogar. Justo lo que no sucede en la actualidad, en que el empantallamiento y la comedura de coco a los jóvenes con material de estercolero está haciendo estragos en cualquier lado.

Tenemos bastante culpa de todo esto los que hemos recibido un razonable patrimonio moral de nuestros mayores y estamos siendo incapaces de conservarlo y transmitirlo. Pero nunca es tarde si la dicha es buena, máxime si es de este poderoso calado.

  • Javier Junceda es jurista y escritor
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