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En primera líneaMiquel Porta Perales

Hasta qué punto ha de ser abierta una sociedad abierta

La sociedad abierta no ha de ser tolerante con los valores, creencias y conductas que vayan contra los derechos humanos y las reglas del sistema democrático. La sociedad abierta no ha de renunciar a los valores tildados de eurocéntricos

Actualizada 11:06

El multiculturalismo y el interculturalismo propios del gobierno que preside Pedro Sánchez ya nos invade sin solución de continuidad. Una invasión que empieza en la adolescencia y se va consolidando de forma paulatina. A eso se podría llamar manipulación de la consciencia.

Hasta

Lu Tolstova

El Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes ha publicado recientemente otra guía didáctica del proyecto La aventura de aprender con el título Cómo hacer un aula feminista (2024). En síntesis: como el aula está también «impregnada por una mirada eurocéntrica» es «necesario introducir un filtro decolonial que permita plantearnos las relaciones centro/periferia y norte/sur enriqueciendo nuestras aulas». Todo ello, para «desvelar la falsa neutralidad occidental» y «repensar nuestras sociedades».

El Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones ha publicado un Diccionario Formativo. Términos y propuestas (2024) «para la interculturalidad, la inclusión y contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia». Un diccionario que profundiza y completa la guía didáctica ya citada. En síntesis: una crítica del asimilacionismo que adapta a las personas o grupos sociales a las normas, conducta y costumbres del grupo mayoritario; una apuesta por el multiculturalismo y el interculturalismo como modelos de políticas de integración que fomentan la preservación, la expresión y la celebración de la diversidad cultural entre las personas de distintos orígenes y culturas. A ello hay que añadir también la gestión de la diversidad social y cultural con el objetivo de combatir la marginalidad, los prejuicios y la vulnerabilidad de quienes están apartados o en ruptura con los valores, normas y pautas hegemónicas.

Ambos ministerios muestran un «buenismo» de libro. Ese «buenismo» que ocupa el vacío dejado por las viejas concepciones totalitarias del mundo como el comunismo o el socialismo, que no es sino un pensamiento flácido dotado de una particular neolengua, que toma partido por determinadas causas previamente ganadas con el objeto de alcanzar o conservar el poder, que es un populismo sonriente, que devine un integrismo de rostro humano, que carece de sentido del límite en su empeño por elaborar un proyecto de ingeniería social deliberada, que se obstina en señalarnos el recto camino que seguir, que exhibe una concepción grosera de la tolerancia que conduce al relativismo de los derechos y los deberes. Y esa alergia a la mirada eurocéntrica. Una distopía en toda regla.

Con el argumento/excusa de los derechos humanos, la socialización, la tolerancia, la dignidad de las personas, la diversidad cultural, la pluralidad de identidades, la convivencia y la armonía; con el argumento/excusa de la lucha contra la intolerancia, la discriminación, el racismo, la xenofobia y el odio; con esos argumentos y excusas, se pretende «comprender la realidad de las sociedades contemporáneas, a la vez que proponer orientaciones para promover actitudes de comprensión y respeto» que sean «una fuente de enriquecimiento».

El progresismo y su diálogo «buenista» no pueden distraernos ni desarmarnos. ¿Multiculturalismo? ¿Interculturalismo? Ni lo uno ni lo otro. Debemos cambiar de perspectiva y reformular la cuestión en otros términos: ¿se puede negar o relativizar la universalidad de determinados valores? ¿Se deben proteger las creencias y conductas intolerantes que se cubren con el velo de la diversidad cultural? ¿Hay que marginar la mirada eurocéntrica? De lo que se trata, sacando a colación una conocida pregunta de Giovanni Sartori, es de saber «hasta qué punto ha de ser abierta una sociedad abierta» (La sociedad multiétnica, 2001).

La sociedad abierta no ha de ser tolerante con los valores, creencias y conductas que vayan contra los derechos humanos y las reglas del sistema democrático. La sociedad abierta no ha de renunciar a los valores tildados de eurocéntricos. A diferencia del progresismo 'multiculti', que apuesta por el «buenismo» más confortable, no hay que ocultar los conflictos y problemas que generan ciertas culturas en determinadas coyunturas, ni tampoco hay que eludir las respuestas incómodas que suelen dar lugar -¡colonialismo!, ¡xenofobia!, ¡racismo!, «fascismo»- a críticas, equívocos y tergiversaciones interesadas.

El coraje cívico –el celo en el cumplimiento de la ley y los derechos y deberes de ciudadanía que conllevan una política de afirmación y otra de negación– resulta indispensable. Sin el coraje cívico los conflictos y problemas se engrandecen y enquistan al tiempo que los esfuerzos por resolverlos se diluyen. Sin el coraje cívico los derechos humanos y la democracia pueden agrietarse. Y sin el coraje cívico, los valores que han conformado Europa –griegos, romanos, cristianos y liberales: razón, ciencia, derecho, ley, hospitalidad, fortaleza, templanza, estado de derecho, constitución, democracia formal, división de poderes, tolerancia, intolerancia con los intolerantes, libertad de poseer y economía de mercado- pueden cuartearse.

Por su parte, las culturas minoritarias han de respetar los principios de las sociedades democráticas de acogida. Respeta y te respetarán. Y esas culturas minoritarias y sus practicantes deben saber que la ciudadanía no es gratuita, que la ciudadanía exige contrapartidas. La ciudadanía otorga derechos, pero reclama deberes. En definitiva, «el contraciudadano –en palabras de Giovanni Sartori– es inaceptable».

Cuidado con un multiculturalismo e interculturalismo que pueden trocear/enfrentar nuestra sociedad y crear conflictos interesados/injustificados por culpa de unos inexistentes derechos colectivos redactados por el progresismo que nos sacude. Ese y no otro es el mensaje que los Ministerios dedicados al adoctrinamiento progresista deberían transmitir a sus pupilos.

  • Miquel Porta Perales es escritor
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