Libertad de comercio, empleo y bienestar
El mundo parece estremecerse ante el espectáculo del cambio de unas relaciones internacionales, que facilitaban el encuentro y el diálogo, y los intentos de sustituirlas por la creación de bloques, de fronteras. Parece irse desde la búsqueda de la paz, de lo común y de la sencillez en el trato, a la creación de la diferencia
Soplan vientos contra la libertad de comercio. Proceden de Estados Unidos, país que, desde su independencia hasta años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, mantuvo barreras arancelarias de las más altas del Mundo. Los acuerdos internacionales de la postguerra (1948), que desembocaron en instituciones como la actual Organización Mundial de Comercio (OMC) (1995), tratarían de conseguir unas transacciones internacionales basadas en unas reglas de competencia eficientes y justas, que permitieran a los ciudadanos del mundo adquirir los bienes que desearan, con la mejor calidad y precio, fuera cual fuese el país donde se produjeran. Se estimó que, el primer paso para ello, era reducir o eliminar los aranceles, esto es, los impuestos a la importación de bienes. Hoy asistimos a lo que parece ser una vuelta al pasado.

La libertad de comercio, que ha venido implantándose desde hace unos 75 años, ha permitido que la producción de bienes y servicios se haya organizado de una manera más participativa y eficiente. Cada vez quedan menos fábricas que alberguen todas las operaciones necesarias para conseguir un producto completo. Las piezas de cualquier dispositivo o máquina se fabrican en distintos puntos del mundo y alguna fábrica, situada en el lugar más conveniente, se encarga de reunirlas todas, de ensamblarlas y de presentar y vender el producto acabado. Un generador eólico de energía eléctrica contiene piezas tales como palas, generadores, reductores de velocidad, convertidores de frecuencia, soportes, que han podido ser fabricados en sitios tan distantes como Estados Unidos, China, Brasil, España y la India. Los tan difundidos teléfonos móviles necesitan de un mineral, el coltán, cuyas mayores reservas se encuentran en Zaire y de cuya extracción por parte de niños mineros se cuentan relatos sobrecogedores.
La OCDE afirma que el 70% de la producción mundial se hace siguiendo cadenas que unen las piezas producidas en distintos países. Se las denomina «cadenas de suministro». La Unido (Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial) estima que más del 50% del comercio mundial de bienes industriales se refiere a piezas y no a productos terminados. El hecho es tan notorio que se ha llegado a proponer que en las placas de origen de los productos figure la frase «fabricado en el mundo», en lugar de «fabricado en España» o en «Alemania», por ejemplo.
Los planes de industrialización que países y regiones redactan en nuestros días, muestra del convencimiento existente de que la industria es un gran motor de riqueza y que Europa se ha quedado bastante atrás, tienen como capítulo obligado el que trata de la inserción o participación de los productores locales en las cadenas de suministro del país, su bloque económico o el mundo. Lo importante es qué piezas aportan a la cadena, no si terminan el producto o no. Cabe tachar de deficiente y falto de realidad un plan de industrialización que así no lo haga.
Organizar la industria y los servicios de este modo tiene ventajas como las siguientes:
- Conseguir producciones más eficientes y adaptadas a la demanda del usuario o consumidor
- Conseguir que cada país realice aquellas actividades que mejor se corresponden con sus recursos, su tecnología, su capital humano, sus finanzas.
- Transferir de una manera tácita, sin un convenio explícito, tecnología. Los técnicos que tienen que fabricar un producto tienen que conocer su diseño con lo cual aprenden de quien o quienes lo diseñaron. La España de los años sesenta del siglo pasado, país que junto con Japón tuvo el mayor crecimiento del mundo (alrededor del 9% PIB/año), se aprovechó ampliamente de este modo de transmisión de la tecnología.
- Colaborar al desarrollo de países que pueden realizar las tareas más simples de las cadenas de suministro.
- Colaborar al buen entendimiento entre los pueblos. Suele establecerse un idioma común que facilita los intercambios. Actualmente el inglés y el español son los idiomas más hablados. A las relaciones humanas habituales hay que añadir la influencia que los modelos de gestión empresariales de unos países tienen sobre otros.
- Reducir la emigración indeseada al crear trabajo en países menos desarrollados mediante el traslado a ellos de aquellas actividades de las cadenas de suministro que mejor se correspondan con sus recursos. Parece que siempre será mejor crear trabajo en estos países que conceder subvenciones que pueden no llegar a sus destinatarios.
- Aprovechar la flexibilidad en las comunicaciones derivada de la digitalización.
Este modelo, que ha venido implementándose, con cierta lentitud, desde hace ya casi un siglo, aumenta la dependencia entre países, puede crear problemas estratégicos y es difícil de mantener si los participantes no renuncian a prácticas restrictivas o distorsionadoras de la competencia. Es, quizás, el mejor modelo posible en un mundo en paz.
La operación adecuada de las cadenas de suministro necesita de la seguridad, flexibilidad y rapidez del tránsito de mercancías de unos países a otros. Las barreras arancelarias que se proponen ahora pueden distorsionar, de modo importante, el modelo existente de cadenas de suministro y causar aumentos de precios y disminuciones del PIB y del empleo mayores de las que se dicen.
El mundo parece estremecerse ante el espectáculo del cambio de unas relaciones internacionales, que facilitaban el encuentro y el diálogo, y los intentos de sustituirlas por la creación de bloques, de fronteras. Parece irse desde la búsqueda de la paz, de lo común y de la sencillez en el trato, a la creación de la diferencia, a la búsqueda de lo distinto, a la creación de barreras, a la preferencia por la imposición violenta en lugar de por la negociación pacífica.
Parece que son necesarios dirigentes con mayor imaginación y creatividad para evitar el aumento, más que probable, del empobrecimiento y del malestar.