Venezuela chavista: una narcodictadura terrorista
El chavismo ha dejado de ser un problema político venezolano para ser una urgencia de seguridad global. El chavismo es una corporación criminal exitosa que ha tomado como rehén a una nación entera, es un narcoestado terrorista que exporta caos, drogas y miseria
Hay regímenes autoritarios y luego está el chavismo, que lleva veintiséis años convirtiendo un país inmensamente rico en un laboratorio de represión, crimen organizado y colonización institucional. Lo que comenzó en 1999 como un experimento populista se ha transformado, bajo Hugo Chávez Frías, Nicolás Maduro y la tutela cubana, en una estructura criminal transnacional que combina el peor caudillismo marxista-leninista latinoamericano con lo más tóxico del eje Irán-Hizbolá y las narcoguerrillas terroristas colombianas. Venezuela es hoy un híbrido letal de dictadura, cártel de drogas y santuario del terrorismo global.
El primer frente del régimen es la represión interna. Desde sus inicios, el chavismo convirtió la justicia en arma y la policía política en instrumento de terror. Informes de la Misión Internacional de la ONU detallan un patrón sistemático de atrocidades: ejecuciones extrajudiciales –más de 6.800 solo entre 2018 y 2019–, torturas con descargas eléctricas y asfixia mecánica, y violencia sexual como método de castigo. Tras el fraude electoral masivo de julio de 2024, la maquinaria represiva alcanzó cotas inéditas, miles de detenciones arbitrarias, incluyendo el arresto inhumano de 220 niños y adolescentes.
Las brutales máquinas de la represión Dgcim (la contrainteligencia militar); las fuerzas especiales o FAES o el Sebin (policía política, la Stasi venezolana); es un sistema diseñado para anular la disidencia mediante el pánico. Sobre esa represión se erigió una epidemia de violencia que convirtió a Venezuela en la nación más insegura del mundo, según Gallup, con una tasa de homicidios que en 2015 tocó el techo de 90 por cada 100.000 habitantes.
El coste humano de este colapso inducido es el mayor éxodo del siglo XXI en el hemisferio occidental. Según Acnur, 7,9 millones de venezolanos han huido del país, una cifra superior a la población total de muchos países vecinos y comparable a las crisis de Siria o Ucrania. No escapan de una guerra convencional, sino de un país saqueado hasta los cimientos. El latrocinio de la riqueza nacional desafía la imaginación: sólo en Pdvsa, otrora orgullo energético global, se desviaron 529.000 millones de dólares mediante esquemas de corrupción y control cambiario, mientras la producción petrolera colapsaba a niveles de hace casi un siglo.
Ante la quiebra petrolera, el régimen giró hacia la depredación directa de la tierra: el Arco Minero del Orinoco. Este territorio de 111.000 kilómetros cuadrados se ha convertido en el rostro más siniestro del chavismo contemporáneo. Allí, sindicatos criminales y guerrillas, bajo la mirada cómplice de la Fuerza Armada 'Bolivariana', imponen un régimen de esclavitud moderna, trata de personas y devastación ecológica para extraer 'oro de sangre'. Pero la minería esconde un secreto más oscuro: la conexión nuclear. Desde 2008, y confirmado por Israel en junio de 2025, Venezuela facilita uranio a Irán. El circuito es perverso: extracción en minas venezolanas, traslado a la falsa planta de cemento Cerro Azul y envío final a Teherán en buques de Pdvsa.
Este ecosistema criminal ha permitido que Venezuela se convierta en la cabeza de playa del terrorismo yihadista en América. La presencia de Hizbolá es operativa y financiera: células activas en la Isla de Margarita, centros de entrenamiento y una enorme red de blanqueo de capitales. El régimen emite pasaportes diplomáticos a agentes iraníes, tanto del Ministerio de Inteligencia como de la Guardia Revolucionaria, así como a terroristas de Hizbolá. Utiliza la línea aérea Conviasa para conectar Caracas con Teherán y Damasco (que los venezolanos llaman 'AirTerror') integrándose plenamente en el autodenominado 'eje de la resistencia' junto a Hamás, Hizbolá, los hutíes y los terroristas pro-iraníes de Irak. Los líderes de Hamás y Hizbolá son recibidos con honores de Estado en Miraflores.
La simbiosis con el crimen organizado completa el cuadro. Durante años, las FARC y el ELN encontraron en Venezuela su retaguardia estratégica. De esa alianza nació el Cártel de los Soles, una organización de narcotráfico incrustada en la cúpula militar venezolana que inunda Estados Unidos y Europa con cocaína. Las confesiones de Hugo 'El Pollo' Carvajal en diciembre de 2025, mediante una carta al presidente Donald Trump, terminan de destapar la cloaca: el exjefe de Inteligencia confirma que Chávez creó y armó bandas criminales, que Maduro las exportó para desestabilizar la región y que el narcotráfico es política de Estado.
En este contexto, el ascenso del Tren de Aragua no es accidental. Esta megabanda, nacida en la cárcel de Tocorón, ha mutado en una amenaza transnacional que opera desde Chile hasta Estados Unidos, dedicada al sicariato, la extorsión y el tráfico humano. Su designación como Organización Terrorista Extranjera por parte de Estados Unidos, al igual que al Cártel de los Soles, no es retórica, se han convertido en una gravísima amenaza a la seguridad hemisférica que usa la violencia asimétrica y el control territorial con fines criminales.
Por todo esto, la reciente ofensiva del Comando Sur contra las narcolanchas en el Caribe no puede juzgarse bajo la óptica de incidentes policiales ordinarios. Los 22 ataques ejecutados desde septiembre de 2025, con un saldo de 83 eliminados, responden a una lógica de legítima defensa ante un narcoestado que utiliza la droga como arma química masiva contra la población norteamericana. La presencia del portaaviones USS Gerald R. Ford en la región subraya la gravedad de la amenaza: no se combate a contrabandistas, se enfrenta a una estructura estatal terrorista.
Argumentar a favor de estos ataques y de las designaciones terroristas es un imperativo de seguridad y moralidad. Primero, porque el Cártel de los Soles y el Tren de Aragua operan con impunidad total dentro de Venezuela, protegidos por un Estado al que han secuestrado. Segundo, porque sus vínculos con Hizbolá y el programa nuclear iraní elevan el riesgo a un nivel global. Y tercero, porque cortar el flujo de narcotráfico y dinero sucio es la única vía para debilitar a un régimen que ha demostrado ser inmune a la diplomacia convencional y a las sanciones tímidas.
El chavismo ha dejado de ser un problema político venezolano para ser una urgencia de seguridad global. El chavismo es una corporación criminal exitosa que ha tomado como rehén a una nación entera, es un narcoestado terrorista que exporta caos, drogas y miseria. Enfrentarlo con la máxima contundencia, tratando a sus jerarcas como objetivos de alto nivel del crimen organizado internacional, es el único camino para detener la hemorragia de un continente y devolver la libertad a un pueblo secuestrado. La complacencia y la pasividad frente a quienes han convertido el crimen en su ideología y el terror en su método de gobierno, son una forma especialmente repugnante de complicidad.
- Gustavo de Arístegui San Román es diplomático y fue embajador de España en la India