Fundado en 1910
En primera líneaMiguel Rumayor

La 'Lux' del mérito

La verdadera caridad social también implica despertar en los jóvenes el deseo de construir, con esfuerzo, un proyecto vital personal. Es aquello que Ortega y Gasset defendía como una visión deportiva de la existencia: una aventura que exige luchar contra las propias limitaciones y afrontar las vicisitudes de la vida

La izquierda radical y los activistas televisivos no logran comprender el fenómeno e imaginan a los jóvenes madrugando para hacer burpees y desgranar cuentas del rosario. Según concluyen, muchos chicos se han radicalizado en las redes y se han vuelto «fachas», deseosos de regresar a una dictadura en la que nunca vivieron. Franco aquí, como en casi todo, no pinta nada: no sean ridículos.

ep

El Debate (asistido por IA)

Quienes trabajamos en la educación llevamos tiempo observando los verdaderos signos del proceso. Vimos cómo el agua se retiró de la playa, dejando al descubierto un lodo pestilente de desarraigo, irracionalidad y falta de valores. Abundaban allí, entre otras cosas, intimidades vacías y sin espiritualidad, hipersexualización, consumo de drogas y resentimiento woke. Ahora la ola llega, parece inmensa, y en su cresta se alza la Lux a la que canta Rosalía, un trabajo descomunal por su arte, ingenio y serena religiosidad.

Tras décadas marcadas por cuatro leyes educativas socialistas –LODE (1985), Logse (1990), LOE (2006) y Lomloe (2020)–, se han deformado generaciones enteras bajo un sentimentalismo insensible. Una sobreprotección contraproducente ha erosionado la capacidad de superación personal. Se ha pretendido motivar en vez de fortalecer la voluntad; simplificar la información en lugar de desarrollar el pensamiento crítico y enseñar habilidades y competencias en vez de promover virtudes, depreciando la memoria y los contenidos sólidos. Un ejemplo llamativo –aunque parezca inverosímil– es la enseñanza de «matemáticas con perspectiva de género». Uno sospecha si eso implica, según el profesor a cargo, sustituir las fracciones por narrativas ideologizadas sobre la supuesta «falocracia del uno» o la «chulería del machirulo siete».

El resultado es evidente: los peores datos de PISA en matemáticas, un desplome de la comprensión lectora y niveles mínimos de formación científica y humanística. En los casos más dramáticos, tal fragilidad deriva en un notable aumento de la depresión, el acoso escolar y los suicidios juveniles. Todo se agrava por una visión social empobrecida entre padres y educadores, que conversan poco y leen menos, así como por la exposición masiva de los jóvenes a las redes sociales. Incluso algunos de nuestros ciudadanos más brillantes y formados desperdician horas en polémicas triviales o en consumir y producir vídeos irrelevantes.

La educación y el desarrollo social no pueden renunciar al valor del mérito y del esfuerzo, cimientos de la cultura occidental, construida por héroes, pensadores y santos. De hecho, constituyen pilares esenciales de la democracia liberal. En el cristianismo, episodios como la parábola de los talentos o la teología paulina subrayan la importancia de la fe acompañada por el ejercicio de las obras. Promueve una visión positiva del esfuerzo y de la libertad humana, donde la gracia divina se une a la determinación personal por el bien, la verdad y la belleza.

Por todo ello, resulta desconcertante –sin menospreciar la buena intención ni la valiosa labor asistencial de la Iglesia– el enfoque adoptado en el reciente informe de Foessa, publicado por Cáritas. El documento defiende un modelo de desarrollo social fuertemente asistencialista y critica con dureza el sistema liberal de mercado. No tiene sentido desacreditar una economía libre que, cuando funciona con instituciones sanas, baja corrupción, impuestos razonables y leyes contra monopolios, ha demostrado ser capaz de generar riqueza y distribuirla de forma sostenible. Frente a esa lectura estrecha, conviene recuperar una visión más amplia de la Doctrina Social de la Iglesia, basada en un liberalismo con fundamento en el humanismo cristiano. Así ocurre en Caritas in Veritate, de Benedicto XVI, donde, además de la necesidad de ayudar a los que menos tienen, se subrayan la función subsidiaria del Estado y el valor de un desarrollismo orientado a la creación de riqueza.

La verdadera caridad social también implica despertar en los jóvenes el deseo de construir, con esfuerzo, un proyecto vital personal. Es aquello que Ortega y Gasset defendía como una visión deportiva de la existencia: una aventura que exige luchar contra las propias limitaciones y afrontar las vicisitudes de la vida para alcanzar los sueños. No podemos prometerles que todo es fácil, porque sería mentira. En cambio, debemos promover una educación que muestre la íntima satisfacción del trabajo bien hecho y la incomparable alegría que nace al alcanzar metas que requieren dedicación y sacrificio.

Miguel Rumayor es investigador en Filosofía de la Educación y diputado en la Asamblea de Madrid

comentarios

Más de En Primera Línea

tracking

Compartir

Herramientas